Todo apunta a que el sello ‘Made in USA’ seguirá marcando el camino al resto
cuanto a la homologación previa de equipamientos, aplicaciones y herramientas de gestión de las redes más allá del rechazo heredado y sostenido por el consenso de los políticos estadounidenses a la introducción de tecnología de origen chino por razones de seguridad nacional, adobadas por interpretaciones dispares sobre el endémico déficit comercial bilateral y la creciente atención por la sociedad norteamericana a las violaciones premeditadas de los derechos fundamentales por parte de la jerarquía del Partido Comunista chino, a todo lo que es ajeno el desarrollo constante de estándares de código abierto que a su vez propician la competencia y presionan sobre los márgenes de los principales jugadores en la cadena de valor de las TIC, con recurso exclusivo al abundante capital privado, que no obstante debiera poder capturar parte de los beneficios de la esperada infusión de fondos públicos federales para la digitalización y la inversión en energías renovables, en un giro copernicano respecto de las prioridades de la Administración anterior, que supuso, al margen de la pandemia, el final del “largo boom” de cuarenta años (1980-2020) objeto del artículo premonitorio bajo el mismo título de Peter Schwartz y Peter Leyden en Wired de Julio 1997, que citaba la eventual “vuelta de un espíritu de generosidad”, que domina el discurso público del nuevo presidente.
Apoyo al I+D estadounidense Teniendo presente la pujanza y el liderazgo de los titanes de Internet, todos ellos con sede en Estados Unidos, y la probable evolución de ciertas políticas de apoyo a la investigación que de algún modo fueron ensayadas por la Administración Obama -una parte sustancial de cuyos protagonistas forman parte del equipo de gobierno actual-, cabe pues esperar que una parte muy significativa de las tecnologías que seguirán cambiando las formas de relacionarse, de colaborar, de aprender, de producir, de consumir y de gobernar sigan teniendo un sello “Made in USA”, muy probablemente en lo que resta de década, especialmente a la luz de su asentada proyección global y de la capacidad singular y prácticamente ilimitada de Estados Unidos para financiar sus empeños y sus desequilibrios presupuestarios, aún cuando ya se anticipa por la flamante Secretaria del Tesoro, Janet Yellen, un posible repunte de la inflación -empíricamente asociado al “descarrilamiento” de los planes de inversióndebida a la la inyección directa de liquidez para paliar los efectos económicos de la pandemia.
La conjunción del respaldo de la Administración Biden a la innovación a través de abundantes fondos públicos (300.000 millones de dólares para tecnologías de punta), particularmente a través de los créditos para la innovación para pequeñas y medianas empresas (“Small Business Innovation Research Grants”), propiciando la aparición de iniciativas económicas de última generación susceptibles de convertirse en negocios, que puedan competir con los proveedores establecidos de soluciones tecnológicas de uso personal, empresarial o institucional; un sesgo más favorable a la protección de los datos personales, presumiblemente alineada con las normativas de la Unión Europea y de otras naciones con regímenes políticos liberales; el liderazgo en el despliegue y la puesta en valor de 5G, al margen de la aproximación china, no equiparable por su patente orientación a la restricción de los derechos individuales; el control efectivo de la memoria y de la capacidad de computación en Internet que ostentan Amazon, Microsoft y Google por medio de sus nubes públicas y el dominio del mercado de herramientas de comunicación interpersonal de Facebook y una visión de la conectividad y del acceso a Internet como un servicio de interés general, permiten augurar un período de continuo florecimiento tecnológico durante la presidencia de Joe Biden, que además podría ser un elemento distintivo de una política exterior que busque la transformación de ciertos paradigmas económicos, con una combinación de esfuerzos con el sector privado a través de una diplomacia tecnológica de nuevo cuño, que sirva para ganar las “guerras de la innovación” que describen Christopher Darby y Sarah Sewall en un artículo recién publicado en Foreign Affairs de Marzo/Abril 2021.