El Economista

DISPARATES

- Joaquín Leguina

El sábado pasado leí un titular que recogía las declaracio­nes de una neofeminis­ta. Rezaba así: “La maternidad está sobrevalor­ada”. “La de tu madre”, pensé para mí. Vivimos en un país donde la fecundidad (número de hijos por mujer) está por los suelos, con el efecto de un envejecimi­ento pavoroso (número de personas de 65 años y más dividido por la población total). Envejecimi­ento que depende casi exclusivam­ente de la evolución de la fecundidad.

En un país donde las mujeres en edad fértil encuestada­s por el INE declaran desear más del doble de hijos de los que acaban por tener, declararse en contra de la maternidad no solo es un insulto para las mujeres, es una majadería y un ataque a la vida.

Hace algunos meses contemplé con espanto un documental en La 2 en el que intervinie­ron una docena de neofeminis­tas y todas se expresaron en contra de la maternidad.

Ese mismo sábado, el prestigios­o periodista y escritor Graciano Palomo publicaba en El Confidenci­al un artículo que tituló Dislates y corruptela­s (en seis días). Trasladaré a mi modo una selección de esos disparates:

- La ministra de Igualdad dice que Madrid no es ciudad segura para las mujeres.

- La vicepresid­enta valenciana Oltra acusa a la oposición de “machismo” cuando se le pregunta por la doble condena a su exmarido por abusos sexuales a menores.

- La ministra Celaá desprecia a un padre con un hijo con síndrome de Down.

La elección de Borràs demuestra el desprecio del separatism­o al Estado de derecho

- El fichaje (de dudosa legalidad) de Jesús Cintora por parte de RTVE nos cuesta a los españoles 20.000 euros mensuales y la semana pasada dedicó un programa a acosar a Rajoy.

Más madera.

- El PSOE coloca a Irene Lozano junto a Gabilondo tras decir que ha salvado el deporte español.

- Echenique afirma que Iglesias ha sido el líder que más ha hecho por la democracia.

- La izquierda española se niega en el Congreso a condenar los crímenes del nazismo y del comunismo.

Mientras, el separatism­o catalán dejó muy claro la pasada semana que no echa de menos el diálogo político ni un cambio constituci­onal, sino que quiere la amnistía y el referéndum para la autodeterm­inación. Y ha dado muestras de cómo se va a tomar los próximos años, después de haber puesto a Laura Borràs al frente del Parlament y con una mesa de la Cámara con hegemonía de las fuerzas independen­tistas, que cuentan con cinco puestos frente a dos de los socialista­s. Que Borràs esté imputada y, aun así, haya sido elegida presidenta del Parlamento catalán no significa más que el desprecio que el separatism­o tiene por el Estado de derecho. Lo cual significa lo imposible que es cualquier diálogo político con el separatism­o. Su lenguaje es incomprens­ible e inaceptabl­e para cualquier demócrata que se reconozca en los valores de la democracia.

De lo que ningún político en el poder central habla es de la deuda pública, que está creciendo a gran velocidad (un billón cuatrocien­tos mil millones a finales de 2020, un 13% del PIB), ni del fracaso en la vacunación ni de los muertos que seguimos acumulando. Unos políticos que en su mayoría no han trabajado nunca fuera de los partidos y que, por lo tanto, desde el punto de vista sociológic­o no representa­n a la sociedad española.

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