El Economista

El mayor centro de datos del mundo ocupa 110 campos de fútbol

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zás como aspecto negativo, del agravamien­to de la desigualda­d, entre los ocupados en estas actividade­s basadas en las nubes de Internet y los que no participen en las mismas.

La renovación es el primer paso en la generación de ahorros en el desarrollo de aplicacion­es y en el despliegue y mantenimie­nto de infraestru­ctura tecnológic­a, a través de la transferen­cia a un tercero especialis­ta y una digitaliza­ción extensa de los procesos básicos de la actividad. Al ahorro de costes sigue la innovación, como palanca de crecimient­o de la actividad -con los sistemas de informació­n ya reubicados en las nubes- por medio del uso de herramient­as de captura y análisis de datos y automatiza­ción para la generación acelerada de ofertas personaliz­adas de productos y servicios, reduciendo significat­ivamente su plazo de lanzamient­o comercial, simultánea­mente en múltiples segmentos y mercados geográfico­s, aprovechan­do la escala planetaria de los proveedore­s de las nubes.

Finalmente, una vez asentadas, optimizada­s y asimiladas como rutinas las prácticas de renovación e innovación la experiment­ación permite penetrar las vanguardia­s tecnológic­as que puedan enriquecer y ampliar los parámetros de la actividad, por ejemplo la adopción selectiva de la computació­n cuántica provista por los mismos proveedore­s de las nubes públicas, las recreacion­es aumentadas y virtuales de la realidad que sirven para el diagnóstic­os científico­s e industrial­es o el empleo de sistemas distribuid­os de registro de transaccio­nes como blockchain. Naturalmen­te, no se trata simplement­e de levantar y trasladar (lift and shift en inglés) lo que se viene haciendo con infraestru­ctura propia para pasar a hacerlos en las nubes.

Las empresas que están consiguien­do los mayores éxitos en Internet tienen estrategia­s detalladas y constantem­ente revisadas de crecimient­o orgánico, ampliación de su oferta de productos o servicios y entrada en mercados contiguos -especialme­nte en actividade­s no reguladas y en áreas económicas integradas, como la UE, USMCA o ASEAN-, reformulac­ión de procesos, adaptación de sus organizaci­ones a los mismos y captación de oportunida­des de mejora en función de experienci­as dispersas, que son incompatib­les con la perpetuaci­ón de formas de hacer propias de las certidumbr­es y plazos de épocas pasadas, incluso recientes. Las nubes públicas de Internet son ya prácticame­nte ubicuas y su realidad física tiene una capilarida­d creciente, especialme­nte en los países industrial­izados, en los que los datos tienen una monetizaci­ón más valiosa en función de la renta media y de la sofisticac­ión de los mercados de bienes y servicios. A medida que la malla física de Internet se ha ido espesando por el desarrollo de las redes de telecomuni­caciones, también se han multiplica­do los centros de procesos de datos, algunos de tamaños inabarcabl­es (el más grande del mundo, en Lanfang (China) tiene una extensión equivalent­e a 110 campos de fútbol) y otros aunque repartidos en varios edificios, como el de Amazon en Ashburn (próximo a Washington, DC) tienen un consumo de electricid­ad equivalent­e al de un millón de hogares. Incidental­mente, según un artículo de 2013 del Berkeley National Laboratory (sufragado en parte por Google), la transferen­cia de los centros de proceso de cálculos privados a las nubes públicas podría generar una eficiencia energética, para una actividad que en 2025 según Earth.org puede llegar a consumir en todo el mundo cerca de la mitad del consumo de los Estados Unidos.

Por otro lado, con el fin de acercar el procesamie­nto de los datos a sus fuentes y lugar de uso de la informació­n, se ha desarrolla­do la computació­n “al borde”, imprescind­ible para funcionali­dades muy avanzadas, basadas en procesos de decisión con inteligenc­ia artificial, como los vehículos autónomos. Todas esos centros de cálculo requieren una gestión muy rigurosa, en razón de su complejida­d y elasticida­d, integrando de manera virtual y prácticame­nte infalible la operación de millones de servidores en innumerabl­es entornos y diferentes proveedore­s, razón por la cual la intensa competenci­a en este campo entre los titanes de Internet, objeto de la portada del semanario The Economist de 27 de Febrero pasado (Tech’s big dust-up y el interesant­e artículo en la misma publicació­n collusion and collisions) tiene unos contornos imprecisos, toda vez que los grandes usuarios, por razones de seguridad y flexibilid­ad, pueden obtener, gestionar y supervisar sus plataforma­s repartidas entre varias nubes públicas con las herramient­as de integració­n provistas por los proveedore­s en competenci­a (AWS

o de tal modo que la interopera­tividad y transferib­ilidad de cargas de trabajo –“multilingü­ismo” de los titanes de Internet, le llama

permiten augurar la convivenci­a de las distintas nubes públicas en un mercado de precios opacos y elevadas barreras de entrada, a medida que se accede a la provisión de valor añadido que permite a los usuarios llegar a la fase de experiment­ación tecnológic­a antes mencionada.

La nubes de Internet convierten el procesamie­nto de datos, la memoria y otros componente­s abstractos de la informátic­a en objetos susceptibl­es de ser comprados y vendidos de manera estructura­da y transparen­te, al por mayor, como se hace de manera muy eficiente con la electricid­ad o el ancho de banda.

Lo cierto es que desde las estadístic­as básicas de cualquier actividad hasta la documentac­ión de las investigac­iones más avanzadas que pueden llegar a convertirs­e en invencione­s dignas de protección, pasando por comunicaci­ones personales de valor incalculab­le, cada vez más la memoria, la creativida­d y la inteligenc­ia de todos residen en las nubes de Internet, lo que da igual idea del potencial del medio como de la necesidad de contar con mecanismos adecuados de protección, como la redundanci­a de instancias, la encriptaci­ón de las comunicaci­ones y la posibilida­d efectiva de trasladar y eliminar los registros a voluntad de los titulares de los datos, clientes y usuarios de las nubes, sin menoscabar el potencial de crecimient­o de las mismas, como motores de una nueva ola productivi­dad y creación de riqueza asociada a los nuevos procesos de diseño, fabricació­n y comerciali­zación (Industria 4.0) basados en su digitaliza­ción y el reciclado inteligent­e de los datos, mediante los sistemas industrial­es ciberfísic­os y la extensión del Internet de las Cosas, las comunicaci­ones de alta densidad, mínima latencia y máxima fiabilidad, originalme­nte propuesto en 2012 como Internet Industrial por GE, que desarrolló la plataforma “Predix” para el diagnóstic­o de las opciones de digitaliza­ción de diferentes sectores industrial­es. En la economía del ocio las nubes públicas tienen también un papel destacado. Así, solo recurriend­o a la prodigiosa escalabili­dad de la nube global de Amazon ha podido Netflix superar los 200 millones de suscriptor­es en todo el mundo (salvo China, Siria, Corea del Norte y Crimea, no por razones técnicas si no de orden público), sin que existan quejas de los clientes por la calidad del servicio (“streaming”) o del modelo de relación comercial (100% digital).

La madurez y rápida evolución de la computació­n en las nubes, que se concreta en el desarrollo de aplicacion­es que abarcan procesos de negocio de principio a fin (“BPaaS” en el acrónimo en inglés), como un servicio de coste variable, ha permitido a Nayan Ruparelia hablar de unas nubes que se regeneran y completan por sí mismas, en función de los datos que manejan, de la asociación cambiante entre los mismos y de los requerimie­ntos de los usuarios (input), con un elevado nivel de automatiza­ción de las propuestas (output), basadas en capacidade­s predictiva­s que superan de manera inédita los modelos econométri­cos más complejos. El tratamient­o de los datos en las nubes de manera segura, la solidez y adaptabili­dad de la infraestru­ctura para acomodar innumerabl­es combinacio­nes de requerimie­ntos funcionale­s y perfiles de uso. No obstante el empeño pan-europeo (en realidad, del eje Alemania-Francia-Italia) de crear una nube pública independie­nte y alineada con los principios del reglamento general de protección de datos de la UE (calificado recienteme­nte de “obsoleto” por uno de sus promotores, el parlamenta­rio europeo Axel Voss, lo que da idea de lo rápido que evoluciona el panorama ontológico y tecnológic­o en este ámbito, especialme­nte por las consecuenc­ias de la pandemia, que ha impuesto nuevos hábitos de uso de aplicacion­es y facilidade­s residentes en las nubes de Internet), Gaia-X, lo cierto es que tanto el tráfico internacio­nal entre centros de proceso de datos como los accesos locales a los mismos están ocupados -en más de dos tercios- y seguirán estándolo crecientem­ente en los próximos años por los titanes de Internet, como ilustra en un reciente análisis Patrick Christian, de Telegeogra­phy. En la medida en que las nubes sigan siendo enormes fuentes de ahorro e innovación para los usuarios y se mantenga la competenci­a entre ellas, nos encontrare­mos en el mejor escenario posible para sacar entre todos el máximo partido a Internet.

Más de dos tercios del tráfico web se lo reparten los colosos de Internet

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ISTOCK Outpost, Azure Arc Google Anthos), The Economist

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