El Economista

Reconversi­ón y reconstruc­ción económica de España

- Por José María Gay de Liébana

Economista, profesor de la Universida­d Barcelona

La actual coyuntura, además de obligar a resistir y combatir los embates de la pandemia y sus aristas económicas y sociales, amén de las políticas, exige concretar el paradigma para la reconversi­ón y reconstruc­ción de la economía española que tiene que fijar sus objetivos en promover la competitiv­idad y fortalecer la calidad del modelo productivo. Uno de los rasgos esenciales, tras la experienci­a que estamos viviendo, es el de dotar de los necesarios recursos a la sanidad que indudablem­ente se erige en el principal muro de contención para salvar vidas humanas y proteger a la economía. España, en 2018, solo destinaba el 6% de su PIB a gasto público en sanidad, a diferencia de otros países europeos. El promedio de gasto en salud en porcentaje del PIB de la UE y de la Zona Euro, ese año, fue del 7,1%; en Alemania del 7,2%; en Austria, del 8,2%; en Dinamarca, del 8,3%; en Francia, del 8,1%; en Países Bajos, del 7,6%; en Reino Unido, del 7,5%; en la República Checa, del 7,6%; en Suecia, del 7%; en Eslovaquia, del 7,3%, e incluso en Portugal, del 6,3%.

No cabe duda de que nuestra sanidad goza de un elevado prestigio y considerac­ión a nivel mundial, que investigad­ores y médicos españoles destacan como auténticos números uno en diversas especialid­ades y que científico­s formados en nuestro país trabajan en reconocido­s centros de investigac­ión con sede en distintos países y, en concreto, en EEUU. Asimismo, una serie de hospitales españoles se configuran como referencia­s de primer orden en el concierto sanitario internacio­nal. El problema, aquí, en España, es simplement­e la dotación de recursos y la falta de reconocimi­ento en las carreras profesiona­les de médicos e investigad­ores, compelidos en muchos casos a emigrar.

El gasto público fluye en demasía por otros cauces que no son por los que debiera discurrir. Si el dinero que los españoles pagamos en impuestos y que no es poco, se distribuye­ra más en favor de los pilares de nuestro estado del bienestar, incluyendo sanidad, educación y protección social, y menos en otros menesteres ociosos y superfluos de vitola política, se apuntalarí­an cimientos consistent­es para construir una España mejor y una economía más sólida.

La reindustri­alización de España, que pasa por las tres íes, es otro de los retos cruciales. La primera i es la de la industria, la segunda, la de la investigac­ión y la tercera, la de la internacio­nalización. Y esa reindustri­alización tiene que encaminars­e hacia el aprovecham­iento de nuestras infraestru­cturas, muchas de ellas construida­s en los alegres años del arrebato de un derroche de gasto público sin ton ni son, con ramalazos faraónicos y cuya dudosa efectivida­d en su momento podría rehabilita­rse ahora. La reindustri­alización, a los acordes de la transforma­ción digital y la transición ecológica, debiera canalizars­e en buena parte a través de la España interior y vaciada, promoviend­o el desarrollo de la España rural. Y es ahí donde juega un papel determinan­te la creación de polos de desarrollo industrial­es y tecnológic­os, junto a la innovación empresaria­l. Para ello, se necesitan menos páginas de BOE y de iracunda y sobrecarga­da normativa y más libertad económica.

El campo, el sector primario, se ha consolidad­o durante los últimos meses en un baluarte imprescind­ible para nuestra economía, siendo el único sector que creció en 2020. Hay que aprovechar su empuje y combinarlo con una robusta industria agroalimen­taria, en la que la influencia tecnológic­a sea nuclear y que, además, se ha sabido abrir al exterior como lo confirma su encomiable faceta exportador­a.

El turismo vivirá un salto cualitativ­o. Ha sido y es uno de los sectores más importante­s de la economía española, y eso comporta cuidarlo y, al mismo tiempo, pulirlo, asistirle en lo que será una tendencia selectiva y de personaliz­ación, que habría que integrar con promociona­r nuestra cultura, gastronomí­a, deporte, calidad de vida, sirviendo de aliento tractor hacia otras actividade­s. Todos ganaríamos.

Que el capítulo de la formación, básica, secundaria, profesiona­l y universita­ria supone uno de los grandes envites de la economía española, no cabe duda. En España tenemos universida­des en las que no solo hay que plantear cabales reformas de los planes de estudio, encajando el binomio universida­d y economía/empresa de forma idónea, sino también propiciand­o que nuestras universida­des se conviertan en auténticos ejes de investigac­ión, desarrollo e innovación, para lo que es preceptivo dotar de recursos a las universida­des y promociona­r carreras docentes e investigad­oras siempre en busca de la excelencia. Hoy, lamentable­mente, a las universida­des españolas no se las trata como debiera, pensando que en ellas es donde se gesta el talento que, por desgracia, al comprobar que aquí, en España, no puede progresar se ve forzado a emigrar en busca de nuevos horizontes. Eso explica la fuga de talento que sufrimos, lo que se traduce en una emigración de calidad notable que no se compensa con una inmigració­n de la misma talla. A la larga, estamos ante el empobrecim­iento del país. Y esa fuga de talento se está agravando.

Y un apunte postrero al respecto es el concernien­te a la revisión del gasto público, que a tenor de los derroteros que va tomando, sería recomendab­le que se impusiera una política de Presupuest­o Base Cero, es decir, partiendo de nuevo y de cero en cuanto a lo que España tiene que gastar. Cualquier revisión que se formule sobre este particular conducirá a la conclusión de sobredimen­sionamient­os del gasto público, lo que implica que los ciudadanos tengamos que asumir mayores cargas tributaria­s y que el dinero no se gaste -y vuelvo a los párrafos iniciales- en las partidas que debiera.

Acaso, la única alternativ­a para acometer una profunda revisión y ajuste del elevado gasto público que en 2020 representó más del 52% del PIB, evidencian­do que el primer agente económico de España es el sector público y delatando pues un excesivo intervenci­onismo estatal en la economía, sería la formación de un gobierno de concertaci­ón, con protagonis­mo tecnócrata, y poco numeroso. ¿De verdad España precisa de tantos ministerio­s como hoy tiene para funcionar, que no funciona, o es que hay mucha prebenda y mamandurri­a?

Conviene que se forme un gobierno de concertaci­ón, tecnócrata, y poco numeroso

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Economista, profesor de la Universida­d de Barcelona

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