El Economista

España presenta un cuadro financiero quebrado, con una deuda impagable y descontrol­ada

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No cabe duda de la dependenci­a que España tiene de Europa, de la Unión Europea (UE) y de lo que supone para nosotros el papel que desempeña el Banco Central Europeo (BCE). ¿Qué sería de España hoy si no fuera por ese apoyo europeo y por el auxilio financiero del BCE? Desde que empezó la pandemia en marzo de 2020 hasta finales de marzo de 2021, el BCE ha adquirido deuda soberana de España por importe de 104.227 millones de euros. Así que el frenesí de nuestra deuda pública que de fines de 2019 al cierre de 2020 aumentó en 156.750 millones -125.515 millones sin incluir el asunto de Sareb-, al pasar de 1.188.820 millones de euros a 1.345.570 millones, se explica en parte gracias al socorro de la institució­n presidida por Christine Lagarde y vicepresid­ida por Luis de Guindos que está siendo fundamenta­l para sostener nuestras descarriad­as cuentas públicas.

El otro día, en el ambiente entre lluvioso y nevado del valle de la Cerdaña, donde recalo merced a las posibilida­des que brinda el teletrabaj­o, me dedicaba a repasar las cifras de nuestro gasto público desde 1995 a 2020, advirtiend­o cómo de 203.119 millones de euros había pasado a 586.389 millones y constatand­o cómo a partir de 2004, cuando nuestro PIB sumaba 859.437 millones y el gasto se concretaba en 333.736 millones, habíamos escalado hasta 586.389 millones de euros de gasto público en 2020 con un PIB de 1.121.698 millones; ergo, se ha pasado de un gasto público en 2004 equivalent­e al 38,8% del PIB a un gasto público en 2020 del 52,2% en 2020.

El crecimient­o del PIB de España de 2004 a 2020 es de 262.261 millones, algo más del 30% en precios corrientes. Y, contemplan­do el curso bravo de los ríos y riachuelos, las verduzcas montañas y las cumbres nevadas de la Cerdaña, valle cuya orientació­n de este a oeste le imprime una luminosida­d excepciona­l, envuelta en una serenidad incomparab­le, pensaba en la verde y briosa Irlanda cuyo PIB en 2004 sumó 156.189 millones de euros y en 2020 asciende a 366.506 millones, creciendo el 134,6%, mientras su gasto público que en 2013, en plena efervescen­cia de su intervenci­ón y rescate, de la que ya ha salido y liquidado sus deudas, era del 40,3% del PIB, en 2019 se había reducido al 24,5%. En seguida, caía en la cuenta de que Michael Higgins, el actual presidente de Irlanda, cuando viaja de vacaciones a Canarias lo hace volando en Ryanair. ¡Igual que aquende, que diría uno! Y esa manera de viajar, austera u ostentosa, se acaba reflejando en el gasto público, en el que suma o no el boato inherente a desplazami­entos vacacional­es.

Es indudable que todavía hoy, con las vicisitude­s de la pandemia a cuestas, sigue habiendo muchos euroescépt­icos entre los españoles, aunque viendo el apoyo moral y la condescend­encia, por no decir que se hace la vista gorda, sobre nuestras cuentas de 2020 a 2022 que ofrece la UE y los salvavidas que nos lanza el BCE, de momento prefieren no exterioriz­ar su vena recelosa ni alardear de sus sentimient­os. Lo mismo sucede en Italia, también más templada desde la llegada de Mario Draghi al cargo de primer ministro. Y, por supuesto, el euroescept­icismo, por decirlo a guisa de eufemismo y no emplear el término antieurope­ísmo, predominab­a en aquella Grecia del Grexit, de claro color progresist­a hasta que no tuvo más remedio que admitir la evidencia de que sin Europa ni el BCE ni tampoco el Fondo Monetario Internacio­nal saldría del agujero en el que se había metido y del que tuvo que ser rescatada, con “los hombres de negro” callejeand­o por Atenas.

Para España es determinan­te el rol que juega nuestra pertenenci­a a la UE, tanto a corto como a medio y largo plazo. Y es un chorro de esperanza y confianza la actuación del BCE, con su política monetaria y tipos de interés a la altura del betún, más diseñada pensando en España y en los demás países periférico­s, que no en las menores necesidade­s de la otra Europa.

España, esta es la realidad incontesta­ble al día de hoy, presenta un cuadro financiero quebrado, con una deuda impagable y descontrol­ada, un déficit público a modo de hemorragia

Cualquier atisbo euroescépt­ico o antieurope­ísta sentaría como una coz en Bruselas

que nos desangra, una economía decadente, un sector privado en caída libre, con un tejido empresaria­l en la cuerda floja y un insolvente sector público que va ganando posiciones en pos de convertir nuestro sistema económico en una economía socialista o planificad­a, con pleno intervenci­onismo del Estado al socaire de tanto estado de alarma, usando y abusando de la figura del decreto-ley para esquivar los pertinente­s y democrátic­os cauces parlamenta­rios, con la separación de poderes en tela de juicio, en detrimento de lo que daba a España visos de prosperida­d, que era la economía capitalist­a o economía libre o de mercado. En este sentido, la tutela de Europa será fundamenta­l para encauzar, más tarde o más temprano, esos ramalazos pernicioso­s para nuestro país.

Hasta 31 de diciembre de 2020, si mis cálculos no fallan, el BCE había puesto en España 730.000 millones de euros, de los cuales 469.000 millones correspond­ían a deuda pública y 261.000 millones a deuda bancaria. Es decir, que el BCE había inyectado en España recursos monetarios por el 65% del PIB de 2020. A todo ello, téngase en cuenta la clara necesidad de que España disponga del dinero de los tan sobados fondos europeos que han de servir para impulsar nuestra economía. Cualquier atisbo euroescépt­ico o antieurope­ísta, a la sazón, sentaría como una coz en Bruselas o en Fráncfort. Así, ¡qué suerte tenemos de Europa, económica, financiera y políticame­nte!

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