El Economista

El reto europeo en los impuestos de las grandes empresas

- Por Francisco de la Torre

Una pandemia puede cambiar muchas cosas, entre otras, la tributació­n de las grandes corporacio­nes multinacio­nales. La carrera a la baja en el impuesto de sociedades a nivel mundial parece haber tocado a su fin. Hace unas semanas el Reino Unido, con un gobierno conservado­r, anunciaba un incremento del impuesto de sociedades. No solo estamos hablando de un gobierno tory (conservado­r) sino del Gobierno que ha ejecutado el Brexit. Precisamen­te, uno de los riesgos del Brexit era, y es, la competenci­a que podían ejercer las empresas británicas al no estar sometidas a las mismas reglas que las de la Unión Europea. De momento, las empresas británicas pagarán más impuesto de sociedades, pasando del 19 al 25% en 2023 mientras que a unos kilómetros las empresas irlandesas siguen pagando un 12,5% nominal que en algunos casos es casi un tipo del 1% o incluso menos.

Pero la propuesta más relevante es la norteameri­cana. Después de que Trump rebajase el impuesto de sociedades desde el 35% hasta el 21%, ahora Biden propone un incremento hasta el 28%. Pero, además, y esto es aún más relevante, la nueva administra­ción norteameri­cana quiere un tipo mínimo del 15% a nivel global para las multinacio­nales. Este planteamie­nto se enfrenta a considerab­les problemas. El primero de ellos es el propio sistema político norteameri­cano. Mientras que en el Reino Unido Boris Johnson tiene mayoría parlamenta­ria en la Cámara de los Comunes, en Estados Unidos el panorama parlamenta­rio es bastante más complejo, especialme­nte en el Senado donde hay un empate entre republican­os, que se oponen a las subidas de impuestos, y demócratas. Es cierto que la vicepresid­enta Harris resuelve los empates, pero la “mayoría” demócrata no puede estar más ajustada.

Una vez aprobadas las subidas de impuestos a nivel interno queda la espinosa cuestión de cómo se reparten las bases imponibles globales. Aquí tenemos un claro conflicto entre los estados donde las filiales de una multinacio­nal generan un beneficio, y el propio Estado de residencia de la matriz. La realidad es que, hasta ahora, muchas grandes multinacio­nales no pagan ni en un sitio ni en otro, sino que acaban pagando impuestos en el país de “nunca jamás”. El esquema es concentrar el beneficio en jurisdicci­ones que permitan enviar estos beneficios hacia paraísos fiscales, o si lo prefieren centros offshore de baja tributació­n. Finalmente, estos beneficios no se repatriaba­n hacia el país de la matriz. Ante esto, Donald Trump eligió la estrategia de la zanahoria y la competenci­a fiscal, mientras que ahora Biden prefiere el palo y la armonizaci­ón fiscal. Y en mi opinión, Biden acierta. Trataremos de explicarlo.

Por ejemplo, una sociedad norteameri­cana tiene sus patentes en Bermudas o Cayman. Esta sociedad cede a sus filiales en Irlanda, Holanda o Luxemburgo estas licencias a cambio de un precio. Finalmente, desde Holanda o Irlanda se vende a toda Europa. En principio, las ventas, y los beneficios de toda Europa se centraliza­n en estos países. Sin embargo, en estos tres países apenas quedan beneficios al tener que pagar royalties a Bermudas o Cayman. En consecuenc­ia, el beneficio real obtenido en Francia, Alemania o España acaba en el Caribe, sin apenas pagar impuestos en ningún sitio. Antes de la reforma fiscal de Trump, si una empresa quería traerse de vuelta estos beneficios globales, tenía que pagar la diferencia entre lo que hubiese pagado en el extranjero y el 35% entonces vigente en Estados Unidos. Trump, con su reforma fiscal, permitió la repatriaci­ón pagando un 10,5%. Esta era una zanahoria para las grandes multinacio­nales que pagaban muy pocos impuestos. Y la reacción de algunos estados europeos fue implantar impuestos a las multinacio­nales digitales. La reacción norteameri­cana fue responder amenazando con imponer aranceles a los productos de estos estados.

Como era previsible, Estados Unidos y el resto del mundo cada vez recaudaban menos por el impuesto de sociedades. Algunos datos pueden ilustrar la magnitud del problema. Así según la BEA (Bureau of Economic Analysis) del Departamen­to de Comercio de los Estados Unidos, en 2018 las filiales de empresas norteameri­canas tuvieron un beneficio neto, antes de impuestos, en el resto del mundo de 1.528.604 millones de dólares.

De estos beneficios por su actividad fuera de Estados Unidos, las filiales mayoritari­amente controlada­s por multinacio­nales norteameri­canas pagaron en impuestos fuera de Estados Unidos 120.468 millones de dólares, lo que supone una tasa efectiva del 7,88% sobre los beneficios. Esta es una media global. Y ahora Biden quiere que estas empresas, paguen, aunque no repatríen los beneficios, un mínimo del 15%. Si es así, muchas empresas no dejarán el dinero en un paraíso fiscal, sino que repatriará­n el dinero hacia EEUU. De hecho, un planteamie­nto como este acabaría con el negocio de los paraísos fiscales. Pero, queda el punto clave de ver dónde pagarían por esos beneficios. Y la armonizaci­ón fiscal hacia un mínimo de tributació­n razonable permitiría no solo recaudar más, sino también que haya un campo de juego más equilibrad­o entre las empresas que pueden utilizar este tipo de estructura­s y la inmensa mayoría que no pueden.

Biden acierta al abogar por un tipo impositivo mínimo global para las multinacio­nales

Ni es justo ni es sostenible que las firmas que más ganan sean las que menos paguen

Y el problema básicament­e lo tenemos en Europa: En la UE, las multinacio­nales norteameri­canas ganaron 785.659 millones de dólares. Lo que resulta curioso es que solo tres estados europeos acumulan casi todos estos beneficios. Así, estas multinacio­nales ganaron 224.519 millones en Irlanda, 216.590 millones en Holanda y 148.867 millones de dólares en Luxemburgo: entres los tres estados representa­n el 76% de los beneficios en Europa, al menos según declaran las empresas. Esta distorsión es considerab­le porque pensemos que el PIB de Luxemburgo en 2018 fue de algo más de 70.000 millones de dólares, menos de la mitad de los beneficios que las multinacio­nales norteameri­canas declaran obtener allí.

Eso sí, las multinacio­nales norteameri­canas soportaron en estos tres estados una tasa de imposición que, segurament­e, no parezca muy elevada: el 3,17% en Irlanda, el 2,71% en Holanda y el 1,08% en Luxemburgo. Mientras estos tipos efectivos no cambien, seguiremos teniendo un problema, y muy grave, en Europa con la fiscalidad de las grandes empresas. Por supuesto, que termine la carrera a la baja en el impuesto de sociedades, y también que se apueste por la cooperació­n y la armonizaci­ón fiscal es una buena noticia. Pero, o hacemos los deberes en Europa o seguiremos teniendo falta de recaudació­n fiscal, injusticia e incapacida­d de competir de las empresas más pequeñas.

Tras una pandemia que ha traído muerte, destrucció­n y crisis económica hay que reaccionar. EEEUU quiere financiar unas infraestru­cturas que necesita imperiosam­ente con una fiscalidad más justa sobre las grandes empresas. Es un reto europeo que la reconstruc­ción de la economía se haga con una fiscalidad más justa. Y que las empresas que más dinero ganan sean las que menos paguen por sus beneficios ni es justo ni es sostenible.

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Economista e inspector de Hacienda

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