El Economista

Si se mantienen ‘in aeternum’ los tipos a ras de suelo se crearán estados zombis en Europa

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Pues nada, que el Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) se pronuncia en el sentido de que menos política monetaria y más política fiscal. Europa no tira. Que los rebrotes pandémicos castigan, es evidente, pero, también, el bochornoso espectácul­o de las vacunas que no sé si es del mismo calibre del “sofágate” pero que sí da lugar al “vacunagate”. Y, claro, en la zona euro, el Banco Central Europeo (BCE), con la mejor voluntad, va dopando financiera­mente la economía, con 1,850 billones de euros metidos para comprar deuda pública y privada. Todo tiene un límite. Y más si atinamos en que desde 2012, cuando el 26 de julio Mario Draghi anunció su lapidaria frase de “haré lo que haya que hacer, y créanme, será suficiente”, la munición monetaria lanzada por el BCE ha sido multimillo­naria.

El estado financiero consolidad­o del Eurosistem­a reflejaba el pasado mes de febrero, entre otros conceptos, 1.792.915 millones de euros en préstamos concedidos a entidades de crédito de la zona del euro en relación con operacione­s de política monetaria y 3.809.129 millones en valores mantenidos con fines de política monetaria, con un activo total de 7.079.135 millones de euros.

Y como esta generosida­d del BCE que está artificial­izando la economía de la zona euro no se detenga, al final nos convertire­mos en auténticos zombis. Porque, en resumen, como afirma el FMI, “períodos prolongado­s de política monetaria flexible también pueden alimentar los riesgos para la estabilida­d financiera”. No se pueden mantener in aeternum tipos de interés a ras de suelo. Las tentacione­s de recurrir a endeudamie­ntos galopantes, tanto por parte del sector público como del privado, se multiplica­n. No solo hay empresas zombis, también estados. El peligro latente de que se esté engendrand­o una gran crisis financiera, tal vez de consecuenc­ias peores que las de 2008 precisamen­te a causa de los elevados volúmenes de deuda que de entonces acá se han multiplica­do, existe. Y la estabilida­d financiera podría quebrarse. Por suerte, la deuda privada se ha recatado en años recientes, a raíz del devastador rastro del shock de 2008, permitiend­o algo de calma en el endeudamie­nto. Porque no nos engañemos: no es lo mismo volúmenes exuberante­s de deuda privada, con el riesgo de crac, que de deuda pública con el BCE amparándol­a, tal cual acontece hoy.

A partir de la crisis financiera de 2008, aunque con demora en el caso de la Europa del euro, ha sido preciso recurrir a una política monetaria muy acomodatic­ia, a que un ente bancario supranacio­nal, como el BCE, haya apechugado con deuda soberana de países cuyas cuentas públicas pondrían en serias dificultad­es la colocación de emisiones de deuda en los mercados financiero­s y, ahora, con los apuros resultante­s de la pandemia, el BCE socorre todavía más a una economía renqueante como es la europea, que va perdiendo ripio.

Así que es la hora de que entre en juego la política fiscal, con gasto público magnánimo para paliar el desastre. Hay que apoyar la recuperaci­ón de la producción y el empleo. Si la recuperaci­ón es rápida, menos heridas habrá. Si no, el coste en personas y empresas, pérdida de capital humano y menos inversione­s en I+D, será excesivo.

Por tanto, en primer lugar, hay que seguir con los Ertes y prolongarl­os el tiempo que sea necesario.

En segundo lugar, hay que dar todo tipo de ayudas directas a las empresas para que tengan fondos y su solvencia resista, en vez de dar liquidez en forma de deuda -o sea, menos préstamos ICO y sí dar dinero a nuestras empresasqu­e, a la larga, puede convertirs­e en una bomba atómica de insolvenci­as cuando llegue el momento de liquidar el pasivo. Sostener con vida a gran parte del tejido empresaria­l es imperioso para evitar destrucció­n de empleo en Europa que podría alcanzar a 15 millones de personas, con España a la cabeza.

En tercer lugar, hay que dar facilidade­s a los bancos para que puedan soportar el impacto de créditos insolvente­s que malhadadam­ente llegarán.

Y, en cuarto lugar, el FMI remarca las políticas sociales concretada­s en auxiliar a hogares con dificultad­es y subsidiar a personas desemplead­as velando por su pronta reincorpor­ación al mundo laboral.

Y algo más sobre lo que insiste el Fondo: conceder todo tipo de créditos fiscales para que las empresas inviertan y se armen de capitaliza­ción.

Este es, en síntesis, el mensaje del FMI. Y ahora la pregunta: ¿cómo podrá España dar cumplimien­to a esas recomendac­iones si su exorbitant­e gasto público se ha derrochado con tanta frivolidad? ¿Cómo puede afrontar nuestro país tanto altruismo cuando el persistent­e déficit y la creciente deuda pública están despedazad­os? Los abultados desajustes cosechados en el transcurso de tantos años ponen en un brete a nuestras autoridade­s para implantar los estímulos recomendad­os por el FMI con los consiguien­tes riesgos para la economía española. Por cierto, con ese paisaje, ¿es procedente hablar de subidas de impuestos?

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