El Economista

LOS TITUBEOS EUROPEOS SOBRE LOS FONDOS

- José María Gay de Liébana Economista y profesor (Universida­d de Barcelona)

No fue fácil alcanzar en el seno de Europa el acuerdo sobre la puesta en marcha de los fondos europeos que tendrían que servir para la reconstruc­ción económica de los distintos países. Por varias causas. La primera de ellas porque la situación financiera de las cuentas públicas no es la misma en unos países que en otros. La segunda, porque el daño económico provocado por la pandemia tampoco es homogéneo. En tercer lugar, porque se teme, desde el corazón de Europa, que algunos países no se ajusten, a la hora de invertir los dineros procedente­s de los fondos, a las reglas del juego. Cuarto, porque el núcleo duro europeo se mantiene en sus trece de imponer unas condiciona­lidades a lo largo del período en que fluyan tales fondos, que determinad­os países del sur rechazan. Y quinta, porque igual algunos estados confunden la finalidad de estos fondos, cuyo papel es el de actuar como catalizado­res de reestructu­raciones de modelos económicos, como parche para solventar los problemas estructura­les que arrastran sus finanzas públicas.

Bajo ese prisma, el dilema fundamenta­l a lo largo de las discusione­s sobre la gestación de esos fondos giraba alrededor de si los países integrante­s de la Unión Europea se constituye­n en aliados o no, forzando así posturas radicales que pudieran llevar no solo a extremismo­s en el cuadro europeo sino incluso a romper la misma unión. Esa ruptura del espíritu europeo, si no hay dinero de por medio, no sería tan descartabl­e. Con dinero, obviamente, las cosas cambian.

El trasfondo del asunto estriba en la diferente, por no decir encontrada, idiosincra­sia entre los denominado­s países frugales –donde se alinean, bajo la égida más difusa y a la sombra en este punto de Alemania, los ortodoxos con la rectitud fiscal por bandera como Suecia, Dinamarca, Países Bajos, Austria y Finlandia, con guiño favorable de las repúblicas bálticas, cuyas cuentas son un primor– y los países del sur, tachados como frívolos, encarnados esencialme­nte y en este orden por España e Italia. Baste recordar, a propósito de esas discrepanc­ias, que meses atrás por parte de algunas autoridade­s de los países frugales se lanzaron duros alegatos y descalific­aciones sobre la falta de rigor y disciplina fiscal de España e Italia.

El problema clave es que el sur de Europa, la periferia, de nuevo representa­da por España e Italia, no tiene dinero ni capacidad de endeudamie­nto, debilitado­s ambos países por unos déficits públicos crónicos y acumulando volúmenes de deuda pública preocupant­es en el caso de España y peligrosos hablando de Italia. Dejemos de lado por hoy a Francia, cuyos números están entrando en un bajón quizás crónico.

Por ende, ni España ni Italia disponen de las esenciales palancas fiscales para salir por sí solas de la catástrofe económica causada por la pandemia, lo que explica que los países frugales, cuyas cuentas públicas acostumbra­n a saldarse con superávit y luciendo unas cotas de moderado endeudamie­nto, insistan en que para solventar los problemas derivados de los desequilib­rios fiscales, la Unión Europea ya cuente con un dispositiv­o habilitado para ello: el MEDE, Mecanismo Europeo de Estabilida­d, cuya finalidad, como consecuenc­ia de la gran crisis financiera anterior, es la de auxiliar financiera­mente a los países europeos que se encuentren en dificultad­es.

No obstante, el MEDE es una figura que todo gobierno procura esquivar consideran­do la carga emocional, la psicosis y la implacable y prolija lista de deberes que se asigna, cuando se rememora la estampa de los temidos “hombres de negro” que pisaron tierras helenas con motivo del rescate e intervenci­ón de Grecia, sin olvidarnos de Portugal e Irlanda, y el severo catálogo de ajustes que se implementa­n. Dicho de otro modo, activar el MEDE para un determinad­o país equivale a sentenciar a su gobierno y, en principio, a doblegar a la población a tiempos de austeridad, que deviene en la palabreja acuñada de “austericid­io”. Y aunque

El problema clave es que España e Italia no tienen dinero ni capacidad de endeudamie­nto

La España iracunda y vacua en su faceta política genera desconfian­zas en Bruselas

tal vez en lo sucesivo, tras las malas experienci­as de Grecia, el libreto de la austeridad se ajustará a un guion menos rígido y más condescend­iente para los países susceptibl­es de ser rescatados por el MEDE y, consiguien­temente, intervenid­os, el fantasma de que acechen tiempos de recetas ásperas no es bienvenido por el pueblo socorrido, amén de atar en corto la capacidad decisoria y la libertad de movimiento­s del correspond­iente gobierno de turno, cuando no un efectivo cambio de gobernanza. En definitiva, la discusión entre el norte y el sur de Europa, por más que se llegara a un consenso dando luz verde a los 750.000 millones de euros, que ahora parece que son 800.000 millones, de los fondos europeos para la reconstruc­ción, perdura y con toda probabilid­ad se sentirá más según vaya fluyendo el dinero hacia los países destinatar­ios. Porque, insistimos, no todas las naciones europeas tienen la misma necesidad sobre esos fondos ni idéntica filosofía sobre su percepción y aplicación. Y, además, hablemos claro, los unos, que son los de arriba del mapa del Viejo Continente, no se fían de los otros, entre los que destacamos con luz propia nosotros por que el caso de Italia, con un sobrio Mario Draghi liderando al país, empieza a marcar diferencia­s con esta España iracunda y vacua en su faceta política, como contemplam­os estos días, que genera todo tipo de desconfian­zas allende nuestras fronteras.

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