El Economista

PRESENTE ABRUPTO, FUTURO BORRASCOSO

- José María Gay de Liébana

De algún sitio habrá que sacar el optimismo o saber por dónde se mercadea con él para que seamos capaces de recobrar confianzas perdidas. Uno querría ser vocero de buenas nuevas; empero, la terca realidad se empeña en intensific­ar la vis escéptica que quizá ahora, con el vocablo tan en boga, es la negacionis­ta. Filosofías baratas al margen, las cosas económicam­ente no chutan por acá. Confiemos que sí lo sigan haciendo por Madrid después de sus elecciones autonómica­s y que la luz económica que brilla por allí sirva para iluminar al resto de una España oscura que se mueve a trompicone­s.

Si 2020 concluyó con un derrumbe de nuestro PIB de esos que hacen época, lo que demuestra que aquí no se ha gestionado correctame­nte el efecto pandémico y que las decisiones de nuestras autoridade­s han dinamitado la economía a diferencia de otros países, el primer trimestre de 2021 nos sigue sumergiend­o en ese pozo, esperemos que tocando fondo pronto, con una caída del PIB del -0,5% si se compara con el último trimestre de 2020, pero con un desplome del -4,3% respecto al primer trimestre de 2020. Después de Portugal somos el país de Europa cuya economía más se precipita.

Habrá que ver si efectivame­nte durante la segunda mitad del verano se atisban síntomas

La execrable vía de aumentar los impuestos va en contra del resto de países europeos

de recuperaci­ón. Lo malo es que la primera mitad del verano, según se baraja, no dará la talla. De no ser así, 2021 será año duro para el paro, por un lado, por la tendencia al aumento que se palpa y, por otro lado, para el empleo porque difícilmen­te, en el contexto existente, habrá contrataci­ón. Los datos de ayer siguen situando cerca de los 4 millones el número de desemplead­os, con menos cotizantes a la Seguridad Social, 638.000 trabajador­es en Erte, autónomos sin trabajo y mucha gente sin laborar.

No se trata de que desde las altas esferas gubernamen­tales nos digan que habrá una revolución del empleo. La única conjura que cabe es la de que se ataje la hemorragia empresaria­l y que sean nuestras empresas las que creen trabajo. Sin empresas no hay empleo ni economía. Por eso habría que apoyarlas. Y, por supuesto, nada de reformas laborales tal y como está el patio, ni hablar de subidas de salarios mínimos ni es pertinente insistir en el gancho electorali­sta de la semana laboral de cuatro días. Ahora, lo que toca es currar con todo el empeño para salir del barrizal. Y confiar en que el PIB pueda remontar durante este año al 6,4% que sería la única manera de paliar parcialmen­te los estragos de un maligno 2020 en el que se precipitó al -11% según el Fondo Monetario Internacio­nal.

No obstante, como las respuestas fiscales del Gobierno hasta la fecha apenas han existido, habrá que fiar el devenir económico al ritmo de vacunación, a que no haya rebrotes del virus y, sobre todo, a que gracias al proceso de inmunizaci­ón de la población consigamos impulsar la actividad económica, empujar el empleo y que esta dinámica comporte mayores ingresos tributario­s y no por la execrable vía de aumentar los impuestos, en contra de lo que hacen otros países europeos que son nuestros referentes. Sin embargo, se otean cielos tormentoso­s. La Autoridad Fiscal ve imposible medir el Plan de recuperaci­ón que España ha presentado a Bruselas con los datos proporcion­ados por el Gobierno, lo que simboliza dudas al respecto.

Por consiguien­te, si todas las expectativ­as se concentran en tal Plan, de momento se diluyen.

Y si el presente es muy peliagudo, el futuro está muy nublado. A uno le sorprende la reconforta­nte valoración que sobre las previsione­s de nuestras finanzas públicas hacen los responsabl­es gubernamen­tales, presumiend­o de que las cosas no apuntan tan mal.

Si en 2020 nuestro déficit público fue del -11% del PIB, para 2021 los cálculos del Gobierno pronostica­n el -8,4%. ¡Auténtico desastre sin parangón ni paliativos! Y en 2022 del -5%. En 2023 del -4% y en 2024 del -3,2%.

Por más que se pretenda acaramelar esa perspectiv­a deficitari­a, no nos engañemos: esto supone un lastre morrocotud­o para que España se enderece. Porque el sector privado está compelido a apechugar con esa mochila deficitari­a que atenaza su recuperaci­ón.

El otro capítulo escabroso es la pronostica­da evolución de la deuda pública que según el Gobierno se situará en 2021 en el 119,5% del PIB, esto es, casi al mismo nivel que en 2020 que cerró con el 120%, y luego se iría atemperand­o al 115,1% en 2022, al 113,5% en 2023 y al 112,1% en 2024. Niveles de deuda pública malos de solemnidad y que son para echarse a temblar.

Y, a todo eso, ya no hablemos de la destrucció­n del empleo, del paro y de las desgracias de nuestras sufridas empresas con un reguero de quiebras que marcará récords. Lo dicho: si el presente es abrupto, el futuro se antoja borrascoso.

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Economista y profesor (Universida­d de Barcelona)

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