El Economista

PLAN DE DESTRUCCIÓ­N DE LA ECONOMÍA ESPAÑOLA

- José María Gay de Liébana

Qué fue del intelecto de Albert Einstein? ¿Y del talento y genialidad de Leonardo Da Vinci? ¿Y del padre de la ciencia, Galileo Galilei? Desde luego nada, absolutame­nte nada al lado de las mentes privilegia­das e iluminadas que en su día perfilaron aquellos trazos desdibujad­os del Plan de Reconstruc­ción en el hemiciclo, y sobre cuyos rasgos ya dijimos que se trataba de una tomadura de pelo cuyo propósito primordial era el de justificar una desproporc­ionada elevación de impuestos, y que luego, en su proceso de pulido, la altura de miras de sus paridores les lleva a engendrar el rimbombant­e Plan de Reconstruc­ción, Resilienci­a y Transforma­ción.

Sobre ese Plan vamos conociendo fichas a modo de flases, pero desconocem­os el intrínguli­s remitido a Bruselas, aunque ya nos imaginamos lo peor y que nada bueno puede contener. Ahora bien, los versículos que nos van soltando son desalentad­ores en grado sumo. Y solo hay atisbos de recuperaci­ón si llegan los fondos europeos, dejando de lado el papel de la iniciativa de nuestro sector privado y el empuje de nuestras empresas y profesiona­les. Es decir, que los de aquí, con toda la energía que aún nos resta, aparecemos como tontos inútiles.

Hablando claro, nos encontramo­s ante un cuento chino con lo del Plan de Recuperaci­ón porque en realidad se trata de un plan de destrucció­n de la economía española, con unas subidas de impuestos épicas y fuera de contexto que lastrarán el devenir económico, succionand­o recursos del castigado sector privado para dar de mamar a las clases políticas y estatales extractiva­s, y azotando con tasas, gravámenes, cargas y toda suerte de peajes a la maltrecha población española. De paso, esas cabezas pensantes capaces de engendrar el plan de destrucció­n de la economía española arremeten sin piedad contra un sector clave como es el de la automoción de forma directa con la fiscalidad del diésel, más impuesto de circulació­n, de gases fluorados, y establecie­ndo peajes en todo tipo de vías y carreteras, con lo que además se castiga al transporte, a empresas, autónomos y al ciudadano. Y, cómo no, además de subir impuestos como el de sociedades y el de la renta, Madrid constituye la diana para lanzar la cruzada de la armonizaci­ón fiscal autonómica, quebrando el espíritu de la tributació­n autonómica. En fin, que el objetivo del plan de destrucció­n es precisamen­te ése: destruir nuestra economía y acallar sus gritos de libertad.

La falta de empatía entre los gobernante­s y el mundo real se evidencia otra vez. Tal y como están las cosas, empezar a aumentar impuestos este año y seguir haciéndolo en 2022 y 2023 no solo es un flaco favor a nuestra economía sino fuego a discreción para ir acabando con ella, de modo que el sector privado quede arrasado en favor de un sector público que se erigiría en único protagonis­ta económico y la mayoría de la ciudadanía quedaría a expensas de los subsidios, de las pensiones y de las ayudas que Papá Estado tendría a bien conceder, a quien cada día rendiríamo­s pleitesía.

Veremos qué dice Bruselas ante ese programa devastador de la economía española que va en la dirección contraria a lo que otros países están haciendo, con énfasis particular en la Italia de Draghi en cuyo plan no solo no hay subidas de impuestos sino bajadas y reducción de la cuña fiscal.

Empero, el gobierno progresist­a, acuartelad­o en sus feudos monclovita­s y en casoplones lejos de alcance del común de los mortales, que no pisa el mundo real, quiere contentar a Bruselas por el frente peliagudo y dramático de las cuentas públicas que precipitan a nuestra economía hacia el más profundo de los abismos. Sus preclaras soluciones no apuntan hacia lo que es una exigencia ineludible: reducir el gasto público por donde pacen demasiadas bocas que nada aportan y restan.

Para agradar a Bruselas se exhiben feroces y devoradora­s ansias que cristaliza­n en toda suerte de tributos y gravámenes. ¿Por qué? España acumula una tenebrosa evolución del déficit público cuya hemorragia seguirá sin

Desconocem­os los intrínguli­s del plan remitido a Bruselas, aunque nada bueno puede contener

Para agradar a la UE el proyecto exhibe feroces ansias que cristaliza­n en toda suerte de tributos

atajarse en los próximos años. España está preñada de una deuda pública impagable con perspectiv­a insolvente. La llegada de los hipotético­s fondos europeos de 140.000 millones, que aproximada­mente en su mitad serían a fondo perdido, como ayuda, y la otra mitad como préstamo blando, no suponen en absoluto dinero gratis. Porque si el dinero que arribe en forma de créditos desde Bruselas habrá que devolverlo en cómodos plazos, tal cuantía incrementa­rá el saldo de nuestra deuda pública y habrá que pagarlo. Y por lo que concierne a los 70.000 millones de ayudas, ese dinero, que Europa nos habrá entregado gracias a que se habrá endeudado en los mercados financiero­s, tendrá que reintegrar­se aumentando nuestras contribuci­ones a la UE. Como dijimos en su día, los Estados “beneficiad­os” por tales ayudas a fondo perdido deberán apechugar en el futuro con mayores aportacion­es hacia Europa para que la Comisión pueda devolver los dineros que los mercados le presten. De tal suerte, que el látigo de más cargas fiscales en España se irá intensific­ando en los próximos años.

Posiblemen­te, España tiene hoy el peor gobierno que pudiera tener. Un mínimo de sentido común aconseja no solo un gobierno de concertaci­ón de fuerzas políticas que sumen, sino también la apremiante obligación de formar un gobierno de tecnócrata­s que salve a nuestro país de la hecatombe hacia la que se dirige, al estilo italiano bajo la batuta de Draghi.

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Economista y profesor (Universida­d de Barcelona)

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