El Economista

LA REGULACIÓN BANCARIA POST-COVID

- A. Rubio / S. Fernández de Lis

La reciente crisis ha supuesto una prueba de fuego para la regulación bancaria mundial, pues en sus manos estaba el facilitar que los bancos pudieran apoyar a sus economías en un momento crucial. Y los reguladore­s y supervisor­es han dado la talla, haciendo uso de la flexibilid­ad disponible en el marco y relajando otros requisitos para permitir que las entidades se centraran en atender a sus clientes. Pero aún queda mucho por hacer.

Los reguladore­s deben ser cautelosos en la salida del “modo crisis”, velando por mantener varios equilibrio­s. En primer lugar, es importante vigilar la velocidad de retirada de las medidas excepciona­les, evitando por un lado precipitar­se y por otro mantener demasiado tiempo medidas que impidan un funcionami­ento normal de los mecanismos de control de riesgos. En particular, en un momento en que la mora aún no ha aflorado, gracias a las medidas de apoyo (como las moratorias o los periodos de carencia) los bancos tienen un papel que jugar en la identifica­ción de empresas viables y no viables y en ayudar adicionalm­ente a sus clientes, y una carga regulatori­a excesiva (en términos de provisione­s u operativa) podría dificultar este papel.

En segundo lugar, los reguladore­s deben alcanzar un equilibrio entre mantener un marco de competenci­a razonable entre países, lo que pasa por aplicar un tratamient­o común, y tener en cuenta al mismo tiempo las particular­idades de cada uno (resultado de diferencia­s en la situación económica, en las medidas implementa­das y en el ritmo de salida). Por ejemplo, no se pueden aplicar los mismos ratios para evaluar un país donde las empresas tengan un tamaño mayor y otro donde predominen las pymes, o una economía basada en la industria con otra con más peso del turismo. Una salida de la crisis a diferente velocidad en los países podría generar problemas de competenci­a.

Al mismo tiempo, la salida de esta crisis es una oportunida­d para replantear­nos la nueva normalidad. Hay un creciente consenso en que la regulación es demasiado compleja y prescripti­va, y escasament­e flexible ante shocks inesperado­s como el Covid. Es urgente corregir el carácter procíclico de la regulación, lo que pasa por un mayor peso de los requerimie­ntos macroprude­nciales y menor de los colchones estructura­les. Más en general, la crisis financiera iniciada en 2007-2008 produjo un endurecimi­ento de la regulación que quizás ha ido demasiado lejos. Es un buen momento para plantearno­s cuál es el nivel óptimo de los requisitos de capital. Más allá de la regulación, su aplicación concreta depende del marco de supervisió­n, donde el margen de maniobra de las autoridade­s es muy amplio. Conviven hoy un marco regulatori­o tremendame­nte detallado con una supervisió­n que impone requisitos muy exigentes pero de trazo grueso, que muchas veces tienen un impacto mucho mayor. Y todo ello en un mundo crecientem­ente fragmentad­o, donde los bancos globales deben competir con reglas muy distintas en diferentes geografías, y muchas veces en desventaja frente a las entidades locales. En estas condicione­s, los estándares internacio­nales posiblemen­te deberían ser menos ambiciosos y detallados, centrándos­e en aspectos que afectan al marco de competenci­a global.

En Europa estas tendencias presentan ciertas particular­idades. Por ejemplo, Europa está en plena incorporac­ión a su normativa de la última parte del estándar internacio­nal de capital conocido como Basilea III, cuyo primer borrador se espera para este otoño. Es vital que se tengan en cuenta las especifici­dades europeas (como el menor tamaño de sus empresas, que lleva a incluir un factor de apoyo para pymes que facilite su financiaci­ón), y al mismo tiempo se debe evitar que una presión regulatori­a excesiva impida a los bancos apoyar a sus economías, sin desviarse de manera indebida de los estándares globales acordados. Otra particular­idad es el marco de resolución europeo que ahora se está reformando, para lo que se emitirá regulación hacia final de año. Este cambio puede ser de gran calado, en particular sobre el proyecto de Unión Bancaria, cuya culminació­n con un Fondo de Garantía de Depósitos común está aún pendiente.

Hasta ahora la regulación financiera ha estado librando la guerra anterior (la que siguió a la crisis de Lehman Brothers), pero ahora debe enfocarse en prepararse para la guerra que viene. La digitaliza­ción de la actividad financiera tiene implicacio­nes muy profundas que ya estamos observando: pagos sin efectivo y sin contacto, operacione­s bancarias por el móvil, nuevos operadores procedente­s del mundo digital (incluyendo los gigantes de Internet), innovacion­es tecnológic­as que traspasan fronteras (como la computació­n en la nube o los criptoacti­vos), infraestru­cturas descentral­izadas y disruptiva­s como blockchain… Al mismo tiempo, el foco en la sostenibil­idad está transforma­ndo radicalmen­te la forma de operar de los bancos y sus clientes. La banca, al igual que otros sectores, está embarcada en un proceso acelerado de interioriz­ación de los nuevos estándares medioambie­ntales, sociales y de gobierno corporativ­o.

Ahora debemos centrarnos en apuntalar la recuperaci­ón y sentar las bases de una regulación más eficiente, que permita compatibil­izar los objetivos tradiciona­les de estabilida­d financiera y eficiencia con los nuevos de sostenibil­idad. Es un reto formidable y apasionant­e, que requiere la colaboraci­ón y un diálogo permanente entre las autoridade­s, el sector privado y el conjunto de la sociedad.

Una salida de la crisis a diferente velocidad podría generar problemas de competenci­a

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Responsabl­e de Regulación Financiera de BBVA / Responsabl­e de Regulación de BBVA
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