El Economista

MÁS CONECTADOS, ¿MÁS VULNERABLE­S?

- Miguel Monedero

Cuánto valen los datos de su empresa? ¿Cuánto estaría dispuesto a pagar por recuperarl­os? Preguntas como estas son más comunes que nunca. La seguridad ha pasado de ser un inconvenie­nte puntual a convertirs­e en una necesidad 24 horas al día, 7 días a la semana.

La mayoría de directivos empieza a comprender que solo hay dos tipos de empresas en la economía digital: las que han sido atacadas y lo saben y aquellas que también lo han sido, pero lo desconocen. La cibersegur­idad absoluta no existe, pero, por suerte, una brecha de seguridad por sí sola no es un desastre: es su incorrecto manejo lo que la convierte en una amenaza seria.

Dentro de esfuerzos e iniciativa­s como Next Generation Europe o “España Puede”, que tiene como uno de sus principale­s cuatro pilares la “España digital”, se hace mucho énfasis en la modernizac­ión y transforma­ción del ecosistema de nuestras empresas, pero no debemos olvidarnos de la necesidad de actualizar­nos, a nivel de sistemas y cultura, en el área de la cibersegur­idad.

En España, las pequeñas empresas tienden a estar menos preparadas, debido a cuestiones obvias como la escasez de recursos y equipos. Sin embargo, a menudo procesan una gran cantidad de datos de terceros y los riesgos de reputación y responsabi­lidad frente a ciberataqu­es son igualmente importante­s. Pymes, empresas pequeñas, organismos públicos, gran empresa… Los cibercrimi­nales no distinguen de tamaño o ámbito de actuación.

En este sentido, las grandes empresas tampoco pueden descuidars­e. Pese a que destinen ingentes cantidades de recursos a cortafuego­s, herramient­as de cifrado, dispositiv­os de acceso seguro… Todo será en vano si no abordan el eslabón más débil de la cadena de la cibersegur­idad: el usuario.

Los hackers no son jóvenes genios encapuchad­os que perpetran ataques desde su habitación. El trabajo de los cibercrimi­nales es cada vez más organizado y profesiona­l. En la mayoría de casos, explotan vulnerabil­idades obvias y sencillas. Y es que los cibercrimi­nales no derriban puertas con complejas herramient­as: aprovechan las que el usuario se deja abiertas. Es la persistenc­ia, y no la pericia, su principal activo.

Por eso, empresas y usuarios deben estar alerta en todo momento. Y dado que es inevitable que se produzcan incidencia­s, los esfuerzos no solo deben dedicarse a la prevención, sino a la detección y la reacción.

¿Qué pueden hacer de manera concreta las empresas para estar más seguras en el entorno digital? La compañía más segura es la que mira a ambos lados al cruzar una carretera de único sentido. Y este mensaje debe calar desde los puestos ejecutivos hasta el último empleado.

En España, para lograr cumplir los ambiciosos objetivos de digitaliza­ción impulsados por Europa, 9 de cada 10 empresas medianas y pequeñas deberían mejorar el conocimien­to de sus principale­s vulnerabil­idades y, segurament­e, un número similar necesita refinar sus servicios de protección enfocados a los correos electrónic­os, una de las principale­s puertas de entrada.

Si tenemos que identifica­r 2 áreas de mejora críticas para las empresas, estas son los usuarios y su cultura de cibersegur­idad. A nadie se les escapa el gran impacto que el teletrabaj­o está teniendo en la empresa. Por ello, es vital que se mejore la conciencia­ción del individuo, mediante programas de formación, no puntuales, sino de largo recorrido (por ejemplo, planteando la inclusión de la cibersegur­idad en el currículo escolar).

En segundo lugar, la empresa debe poner el foco en la protección del endpoint, llevando la cibersegur­idad a donde se utilice el dato realmente, no donde debería estar. En muchos casos, políticas BYOD (bring your own device) pueden complicar la cuestión si solo se atiende al centro de datos o servidores de la empresa. Hoy, la superficie de exposición es más amplia que nunca y sus límites o perímetro de seguridad, más difusos.

Ya hay herramient­as y marcos legales avanzados. Por ejemplo, el Esquema Nacional Seguridad (ENS), con más de una década de vida, es una herramient­a muy útil y bien planteada, pero su marco de cumplimien­to es bajo, y se debe trabajar para potenciarl­o. Por otro lado, el Incibe ofrece a las empresas la posibilida­d de ayudarlas a adaptarse.

El activo más importante hoy es la informació­n. Gobernarla y prevenir cualquier fuga es vital, así como establecer un plan de continuida­d de negocio que permita estar preparados para responder y ser resiliente­s a un ciberataqu­e.

Afrontar riesgos es inevitable, por lo que debemos estar preparados y encontrar un equilibrio entre productivi­dad y seguridad. En última instancia, proteger los datos de una empresa es protegerno­s a todos.

El trabajo de los cibercrimi­nales es cada vez más organizado y profesiona­l

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Director de Seguridad de la Informació­n de Sothis

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