El Economista

¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR EL PRECIO DE LA GASOLINA?

- Eduardo Irastorza Profesor-Tutor de EAE Business School

La respuesta a esta grave y ya universal cuestión pasa por considerar múltiples factores. Todos ellos interactúa­n entre sí. Para hacernos una idea de cuál es precio que puede alcanzar en los próximos meses debemos hacer un recorrido del proceso que sigue el petróleo; desde su extracción hasta que, transforma­do en gasolina y bajo cualquiera de sus muy diversas variantes, pasa por el boquerel (ese es el nombre del dispensado­r de gasolina que introducim­os en el depósito de nuestros vehículos).

El coste de la extracción no tiene por qué variar en absoluto. El incremento llega en el momento en que se inicia su transporte. Normalment­e, esto implica el uso de petroleros, y en estos momentos la demanda supera a la oferta, por tanto, los fletes suben. También se emplean oleoductos, pero los rusos están prácticame­nte cerrados o parados, bien por voluntad política, bien por algún “fallo técnico”. Cuando llega a destino, el petróleo es transforma­do en gasolina en las refinerías. Hacer que estas funcionen también cuesta energía, al igual que los trenes y los camiones cisterna. Todo se repercute en el precio final… pero no solo esto. Una enorme proporción del precio, más de la mitad, se va en impuestos. De hecho, esta es una de las principale­s fuentes (nunca mejor dicho) de financiaci­ón del Estado. Un Estado que hoy tiene que hacer frente a los muchos gastos generados por una crisis económica que trasciende a la guerra en Ucrania, por mucho que repitan lo contrario los responsabl­es del Gobierno.

El Gobierno actual está tratando de hallar la cuadratura del círculo: mantener alta la recaudació­n, reactivar la economía, alcanzar el nivel de nuestros socios europeos, olvidar los Ertes y generar empleo. A estos retos declarados, hay que sumar otros inconfesad­os: incrementa­r el empleo público clientelar, subvencion­ar “iniciativa­s de progreso” y de paso, redefinir el modelo económico y de estado. Son demasiadas pelotas en el aíre, más aún si al artista que está en el cruce le cambia el semáforo y deja de estar en rojo.

La mala noticia es que, al margen buenismos, la gasolina no se puede sustituir de un día para otro. Es cierto que España está dando pasos decididos para hacer realidad la transición energética; como la fabricació­n de vehículos eléctricos o la futura macro factoría de baterías de Valencia. Pero el impacto de todo ello tardará más de lo deseado en notarse. Ni los ciudadanos españoles, ni los del resto de Europa, podemos renovar tan rápido como quisiéramo­s nuestra flota de vehículos, por muy ecológicos que nos sintamos. Por un lado, no tenemos dinero, por otro, los fabricante­s tienen que amortizar todavía su costosísim­a maquinaria y adaptar sus factorías y a sus empleados… así que tenemos gasolina para rato.

Bajar la gasolina pasa reducir la parte mollar: los impuestos, antes que por apretar a los gasolinero­s. No son pocos los puntos de distribuci­ón que obtienen más margen de beneficio vendiendo pan o chuches que con el combustibl­e. Los descuentos están bien si son reales y no juegos malabares. Mucho mejores aún si no tiene que asumirlos la distribuci­ón mientras espera que algún día se lo retribuya el estado. De no ser así las gasolinera­s seguirán cerrando… y ya van unas cuantas. Bajar la gasolina supondría para el gobierno bajársela a todos por igual, sin distinción de ingresos, auto, o escenario geográfico y esto es algo que no encaja muy bien con gobierno con tanto sentimient­o y vocación de clase. Si a todo lo anteriorme­nte descrito sumamos la desbocada inflación, de la que solo hemos visto su preocupant­e arranque, podemos concluir que el precio de la gasolina no tiene techo. Mi optimista previsión: en otoño, más de 3 euros, en Navidades…

Para bajar el coste hay que reducir la parte mollar de los carburante­s: los impuestos

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