En transición: la ESG ‘financiera’, la ‘oficial’ y la ‘real’
La pandemia en 2020 desató un sentimiento de culpa respecto de la actuación de la humanidad con el medio ambiente y dio lugar a uno de los trasvases de fondos más espectaculares de la historia financiera. Un informe de Price Waterhouse estima que los fondos sostenibles en 2025 representarán entre un 41% al 57% del total. La revalorización de las compañías que se entendían asociadas a los objetivos de la ESG fue espectacular durante 2020 y 2021, debido a dichas entradas de fondos. Daba la sensación de que los inversores podían salvar el mundo.
Dieciocho meses más tarde la inversión con criterios ESG atraviesa tiempos convulsos. Uno de los sectores con mejor evolución en 2022 son las compañías petroleras, esas mismas que hace 18 meses encarnaban todos los males y la peor versión del capitalismo sin corazón. En 2022, Repsol presenta la segunda mayor revalorización del
Ibex 35 y Exxon, una de las mayores petroleras del mundo, roza el 70% de subida.
Esta contradicción se produce en otros aspectos. Tesla, compañía pionera en la fabricación de coches eléctricos y que quizá mejor representa la idea de una movilidad sin carburantes fósiles, acaba de ser excluida del índice S&P 500 ESG. Su presidente, Elon Musk, ha declarado que la sostenibilidad es una estafa.
A finales de mayo, la policía alemana entró en las oficinas de la gestora de fondos de inversión DWS en busca de pruebas del llamado greewashing, (afirmar que se cumplen los criterios ESG en la comercialización de sus fondos, sin cumplirlos realmente). Dicha gestora está controlada por Deutsche Bank y maneja inversiones superiores a los 900.000 millones de euros. El consejero delegado de DWS dimitió de su cargo, mientras las acciones de la entidad llegaron a caer un 8% al conocerse la noticia.
El regulador bursátil norteamericano (SEC) ha confirmado que está realizando una investigación sobre fondos ESG comercializados por Goldman Sachs. Siendo entidades tan importantes, se ha generado una duda razonable sobre hasta donde las gestoras estiran los criterios ESG para que los fondos que comercializan se clasifiquen como tales. Si a esto le unimos una pobre rentabilidad una vez que han dejado de entrarles fondos por la simple rotación de activos, la inversión con criterios ESG corre el riesgo de convertirse en un producto financiero más, susceptible de invertir o no en él solo en función de su rentabilidad financiera.
Si de la ESG como inversión financiera pasamos a la ESG oficial vemos también importantes cambios. La Unión Europea que representa el 22% del PIB mundial y alrededor de un 8% de las emisiones globales, decidió asumir el liderazgo político en el impulso de la inversión sostenible. Uno de los primeros conflictos surgió sobre la consideración de la energía nuclear y el gas como actividades sostenibles, por las posiciones encontradas de Alemania en contra y Francia a favor. El despertar a la realidad que ha supuesto la guerra de Ucrania ha provocado giros inesperados. El partido verde finlandés, que ocupa tres ministerios en el Gobierno de coalición, ha votado a favor del desarrollo de la energía nuclear, un golpe para los defensores de los criterios más puristas en lo relacionado con la ESG.
En la mejor tradición europea, impulsar un tema, supone llenarlo de regulaciones tan exigentes y detalladas que producen confusión y que generan enormes costes. Se está elaborando una nueva directiva europea, la Corporate Sustainability Reporting Directive (CSRD), con el objetivo acercar la información no financiera a algunos de los requisitos que se piden a la información financiera. El borrador de la directiva estima que los costes para las empresas pueden alcanzar los 3.600 millones de euros anuales. El número de empresas afectadas por estas nuevas obligaciones pasara de las casi 12.000 compañías actuales a unas 50.000.
Con estos impactos se entiende que el consejero delegado de una de las principales instituciones financieras nacionales declarase que los bancos no pueden ser los policías del mundo, en referencia a la enorme cantidad de requisitos de información que se les pide, en relación a los riesgos asociados a la ESG, con su impacto en costes y recursos necesarios para elaborarla. Además, hay que gestionar las empresas. La compra y venta de acciones y una mayor información no van a frenar el cambio climático por si solas. Se necesitan inversiones en la economía real, las cuales precisan seguridad y estabilidad regulatoria antes de acometerse. En ocasiones, las empresas pueden aprovechar la bonanza de las bolsas (la fuerte subida de Tesla le permitió hacer ampliaciones de capital y financiar sus fábricas), pero gran parte de las pymes no tienen un fácil acceso a los mercados de capitales.
En esta transición, la agenda política de los gobiernos tiene una enorme influencia. Las posiciones ideológicas han paralizado inversiones en áreas de generación de energía, sin tener asegurado el suministro a través de fuentes renovables, cuya capacidad de generación es intermitente y de difícil almacenaje. El repunte de la demanda disparó el precio de la energía, luego exacerbado por el impacto de la guerra de Ucrania, coste sufrido por todos los ciudadanos. Muchos proyectos en su fase actual no tienen viabilidad económica a corto plazo y necesitaran subsidios públicos, que aumentaran el déficit público. El cierre acelerado de industrias entendidas como “no sostenibles” puede tener también elevados costes sociales. Desarrollo económico, bienestar social y protección del medio ambiente son objetivos que suponen un difícil equilibrio, donde el dialogo es fundamental. Si se pone demasiado énfasis en uno de ellos, las consecuencias de la ruptura de dicho equilibrio son imprevisibles, incluso en zonas ricas como Europa. No hay que olvidar que es el ciudadano el que se encuentra en medio de ese triángulo de equilibrio inestable.
Es el ciudadano el que se encuentra en medio de ese triángulo de equilibrio inestable