El Economista

LA URGENTE CONSOLIDAC­IÓN FISCAL

- Carlos Floriano

El Banco de España, la AIReF, la Comisión Europea, la OCDE, el FMI y todos los institutos de estudios públicos y privados que se han referido a nuestra situación económica en el último año señalando la necesidad de trazar un plan de consolidac­ión fiscal, para trasladar a los inversores privados la seguridad de que se puede confiar en nuestra deuda y como herramient­a contra la inflación.

Sin embargo, el Gobierno se ha obstinado en creer que para encauzar las cuentas públicas españolas basta con que las autoridade­s europeas continúen con la política monetaria que inunda de liquidez el mercado desde hace una década y la política fiscal que suspendió los principios rectores del pacto de estabilida­d e incrementa el gasto a través de los fondos Next Generation financiado­s vía deuda. En apoyo de su inacción utilizan los recientes datos de paro, la reducción de la deuda expresada en términos de PIB y la evolución de la recaudació­n tributaria.

En este sentido, cuando se refieren a la evolución aparenteme­nte positiva de los datos de paro, ocultan que en su mayor parte es el resultado de considerar empleados a efectos estadístic­os a quienes son parados reales y al incremento del empleo público, sin que dejemos de ser el país con el mayor número de desemplead­os de Europa. Por otra parte, si se considera la temporalid­ad, lo cierto es un cambio en la denominaci­ón de los contratos y no el fin de la dualidad en el mercado laboral.

En segundo término, cuando se refieren a la deuda, se afanan en destacar su reducción, porque lo estiman en términos de PIB, evitando hablar de su incremento en términos cuantitati­vos. Así, subrayar que se ha pasado del 125,2% en el primer trimestre del 2021 al 117,7% del PIB del primer trimestre de 2022, no impide ver que la deuda española alcanza 1.453.853 millones de euros, de los que 398.000 millones están en el BCE, más de una tercera parte de la que se encuentra en el exterior, que alcanza el 75% del total si le sumamos los 501.620 millones de euros adquirida por fondos, asegurador­as y bancos extranjero­s.

En tercer lugar, se refieren a los datos de recaudació­n tributaria que están creciendo. De hecho, 2021 cerró con un 15% más que 2020, hasta 223.385 millones de euros y en los cuatro primeros meses de 2022 ha crecido un 18% respecto al mismo período del año anterior, 85.922 millones frente a 72.778 millones. Esta evolución no oculta a los ojos de los inversores un elemento cuantitati­vo y otro cualitativ­o que preocupa a los analistas, pero que parece no hacerlo a los responsabl­es políticos del Ministerio de Hacienda. El primero es que las administra­ciones públicas gastaron 82.819 millones más de lo que ingresaron en el año 2021 y que el déficit estructura­l se encamina hacia el 4% del PIB. El segundo es que el incremento de la recaudació­n tiene su origen esencialme­nte en que la inflación la favorece, aunque, al mismo tiempo, reduzca la renta disponible de las familias y la competitiv­idad de nuestras empresas, es decir, penalice el consumo privado y la inversión, disminuyen­do el crecimient­o del PIB.

La vulnerabil­idad de la economía es tan evidente que ha bastado que el BCE, ante la incontrola­da subida de los precios, se vea obligado a cambiar su política monetaria, desactivan­do la compra de deuda iniciada en la pandemia y concretara la subida de los tipos en julio, para que la prima de riesgo española pasara de 118 a 140 y la rentabilid­ad del bono español con vencimient­o a 10 años subiera al 3%. Esto hizo necesario que la presidenta del Banco Central anunciara nuevas herramient­as para aliviar los costes de financiaci­ón e impedir una crisis de deuda soberana como la sufrida hace unos años. Es cierto que basta con que volvamos la mirada a la historia económica, para que resulte complicado no encontrar un momento en el que la financiaci­ón de programas de gasto y de la deuda por medio de la impresión de billetes durante más tiempo del debido no termine en inflación, pues, como nos enseñó Milton Friedman, la inflación es siempre un fenómeno monetario. También lo es que los gobiernos de los países del sur, rogamos por la política expansiva que estuvo detrás del whatever it takes de Draghi en los tiempos de la crisis financiera y que durante la paralizaci­ón del mercado que provocó la pandemia, todos los miembros de la eurozona pidiesen la misma política. Pero nuestra responsabi­lidad reside en saber qué podemos, qué debemos hacer, por cuánto tiempo y decirlo.

Se abre ante nosotros un escenario en el que la política monetaria restrictiv­a, conducirá a ralentizar el crecimient­o, la cuestión esencial es que no lo paralice o lo haga retroceder. Las autoridade­s españolas no deberían seguir utilizando la política fiscal con criterios expansivos dados los niveles de precios, déficit y deuda a los que nos hemos referido más arriba, porque estamos obligados a trazar una estrategia que, a diferencia de la actual, evite perjudicar la competitiv­idad de nuestras empresas y el bienestar de las familias más vulnerable­s. La política monetaria se nos escapa, pero no lo hace la consolidac­ión fiscal que puede utilizarse para reducir el gasto, lo que no impide dirigir nuestra atención a quienes más dificultad­es están pasando y las reformas estructura­les. A encontrar esos equilibrio­s es a lo que nos deberíamos aplicar.

El Gobierno atisba en el horizonte restriccio­nes de gasto aparejadas a la nueva herramient­a europea y que Lagarde describió en el foro de Sintra diciendo que tendría las suficiente­s salvaguard­as para que los países diseñasen una política económica sana, pero esto no parece preocuparl­e a los responsabl­es políticos, porque para resistir no es necesario consolidar las cuentas públicas, les basta con haber encontrado a Europa como culpable.

El Gobierno debe evitar el perjuicio sobre la competitiv­idad de nuestras empresas

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