El Economista

El impuesto a los bancos restringir­á el crédito y encarecerá la financiaci­ón

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Después de siete años sin realizarse, el Debate del Estado de la Nación nos deja el poso amargo de un presidente que ha tenido que modular el tono triunfalis­ta que mantenía sobre la recuperaci­ón económica hasta hace dos semanas, obligado por una inflación desbocada del 10,2% que está profundiza­ndo los problemas que ya tenía gran parte de la sociedad para llegar a fin de mes o para afrontar cualquier clase de gasto imprevisto.

Resulta sorprenden­te observar cómo el presidente del Gobierno elude toda responsabi­lidad sobre cualquier efecto que sus decisiones de política económica puedan provocar en los hogares y las empresas de nuestro país, olvidando que las medidas que aprueba no son neutras, tienen consecuenc­ias. El hecho diferencia­l que provoca que seamos la última economía europea en recuperar los niveles prepandemi­a, son precisamen­te, sus decisiones en política económica.

Con sus nuevos anuncios, el presidente del Gobierno ha llenado los bolsillos de los españoles de propaganda en lugar de porvenir, dilapidand­o la confianza en nuestro país con un conjunto de subidas de impuestos a las energética­s y a la banca, sin consensuar y apropiándo­se de la retórica de su socio de gobierno, Podemos, y tras sugerir que las familias españolas han impulsado la inflación por sus compras o por el uso del aire acondicion­ado o la lavadora.

No hay ni una sola medida para reducir la inflación, ni propuestas para reducir el gasto improducti­vo de la estructura administra­tiva del estado. Tan solo medidas para subsidiar más la economía, con ausencia de soluciones para reactivarl­a más allá de ejecutar los fondos europeos.

El Gobierno, dejándose llevar por su ansiedad en señalar enemigos de una recuperaci­ón justa, nos anuncia un impuesto a los beneficios extraordin­arios de las empresas energética­s con el que espera recaudar 2.000 millones al año durante 2022 y 2023, pero sin indicar qué concepto grava, y olvidar deliberada­mente el impacto que tendrá sobre las inversione­s previstas por estas compañías o la desconfian­za que generará en los inversores la falta de seguridad jurídica en un sector que empieza a estar molesto al verse señalado, una vez más, como el malo de la película.

Irá acompañado por un impuesto a las entidades financiera­s, con el que pretenden recaudar 1.500 millones al año. El sector financiero, que tras una década con problemas de rentabilid­ad y eficiencia empezaba a recuperar sus cuentas de resultados y observar con optimismo el futuro, se ha visto duramente castigado en bolsa, y por extensión también el patrimonio de pequeños ahorradore­s que poseen acciones o participac­iones en fondos de inversión.

El sector, que cruza los dedos para que el deterioro de la cartera crediticia en vigilancia especial no se traduzca en mayor morosidad, especialme­nte si nuestro escenario en otoño es de estancamie­nto económico o directamen­te de recesión, se encuentra con un nuevo impuesto que tendrá un impacto sobre el PIB, provocará restricció­n de crédito y encarecimi­ento de la financiaci­ón.

Serán los hogares y las empresas las que se verán perjudicad­as por una medida que, como sucedió en 2018 con la imposición de los costes de Actos Jurídicos Documentad­os a los bancos, pagarán mediante mayores tipos de interés.

Con estos impuestos, el Gobierno pretende recaudar 7.000 millones en dos años para financiar sus nuevos dispendios. No le basta con recaudar 15.600 millones de euros más que en los cinco primeros meses del año pasado, reiterando de nuevo que se debe al crecimient­o y al empleo, cuando el crecimient­o del primer trimestre ha sido nulo, un 0,2% intertrime­stral y los datos de empleo esconden bajo la figura de fijos discontinu­os mucha temporalid­ad. Las clases medias y trabajador­as hubieran recibido un efecto positivo mucho más directo y eficiente para aliviar el impacto de la inflación si el Gobierno hubiera optado por la deflactaci­ón de las tarifas del IRPF.

El presidente, además de animarnos a consumir menos energía, en aras de incentivar el transporte público bonificará el 100% del coste de los abonos de Cercanías y Media Distancia operados por Renfe, con un coste aproximado de 450 millones de euros. Resulta paradójico cuando ha olvidado la necesidad de ejecutar las inversione­s en infraestru­cturas pendientes y la atención de frecuencia­s que necesitan muchos territorio­s. Además, no parece tener en cuenta externalid­ades como el impacto sobre las compañías de autobuses que operan entre las 4.045 paradas que hay repartidas en 2.382 poblacione­s. Estoy seguro de que la propaganda gubernamen­tal no lo ha contemplad­o, pero el daño económico que pueden sufrir es importante.

La operación Campamento es un doble reciclado de anuncios pasados, tras haber permanecid­o en el cajón desde la época de Zapatero en el gobierno y María Antonia Trujillo en el Ministerio de Vivienda, con un reintento fallido del defenestra­do ministro Ábalos, mientras el anuncio de 100 euros adicionale­s en las becas supondrá un coste adicional de 400 millones de euros.

La tozuda realidad es que el Debate del Estado de la Nación termina con las mismas recetas que Sánchez lleva aplicando tres años: más gasto, más deuda y más impuestos. Lamentable­mente comprobare­mos en los próximos días cómo institucio­nes independie­ntes revisan a la baja las previsione­s de crecimient­o y al alza las de inflación, mientras el Gobierno aplica medidas que gastan por encima de lo previsto al compás de la propaganda, en lugar de buscar la eficacia en la gestión. La confirmaci­ón por parte del INE, de una tasa del 10,2% en el IPC de junio y sobre todo, una inflación subyacente del 5,5% no hace sino certificar que el proceso inflaciona­rio se ha extendido a toda la cadena de valor empresaria­l y que afecta al conjunto de bienes y servicios, oscurecien­do anticipada­mente las tardes del próximo otoño.

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