LA GRAN PREOCUPACIÓN DEL TURISMO
a inflación, la más alta en el conjunto de la Unión Europea y en EEUU desde meLdiados
de los años 80, es la principal preocupación de los habitantes de estos países. Según el INE, el 10,2% que alcanzó en mayo, se debe en buena parte al aumento del precio de los billetes aéreos y de los servicios de alojamiento y restauración. Exceltur asegura que habría que comparar con el año 2019. En 2020 y 2021 la inflación fue mínima. Las empresas de transporte, hospedaje y la restauración trasladan al cliente -pero menos de un 25%- las importantes subidas de los diferentes tipos de combustible en el primer caso y de los productos alimenticios y la electricidad en el segundo. La enorme cadena de frío española, imprescindible en este negocio, consume enormes cantidades de energía.
El resultado es que los incrementos en el precio de los billetes de avión y en el índice de precios hoteleros, IPH, son superiores a la subida del IPC. Mientras la demanda siga fuerte, los precios pueden subir. Si el BCE eleva fuertemente los tipos la demanda se retraerá y bajarán los precios.
Hasta ahora, ni los altos precios, ni la caótica gestión del transporte aéreo han desanimado a nuestros clientes, como señala un reciente informe de Exceltur. El llamado efecto champán tras dos años sin poder salir, con el correspondiente aumento del ahorro, nos garantiza un verano excepcional. Muchas vacaciones habían sido adquiridas antes de la subida de los precios. La clientela nacional también se queda otro año más en España. Además, se recupera el segmento de negocios y el de reuniones y congresos. En junio los niveles de empleo ya están en tasas similares al año 2019, pero con un mayor número de contratos indefinidos.
La recuperación tiene más mérito por el contexto en la que se realiza, en el que no podemos contar ni con el turismo asiático ni con el ruso y ucraniano y con los dos grandes mercados emisores, el británico y el alemán más lentos que los otros europeos.
El problema vendrá después, cuando ya no quede ahorro del que tirar, la renta disponible disminuya y haya que pagar unos precios más altos. Sabemos que habrá un problema, pero desconocemos la dimensión. No hay antecedentes. Durante los periodos inflacionarios de los 70 y 80 los gobiernos usaban el arma, que ya no tienen, de la devaluación, como hace hoy Turquía.
Sin esa arma, todo depende de la conocida capacidad de ajuste del sector privado. Británicos, alemanes y otros europeos ricos seguirán viajando, aunque se marcarán un tope de gasto con el que decidir el destino, la duración de la estancia y el tipo de alojamiento y los españoles buscarán lo más barato. Algunas familias podrán incluso verse obligadas a prescindir de las vacaciones.
Desgraciadamente el transporte se encarecerá más que el alojamiento con lo que, aunque el gasto total suba, el efectivamente realizado en destino puede disminuir una vez deflactado. La caída del euro a niveles cercanos a la paridad tendrá efectos contradictorios. Por un lado, anima a los americanos a venir a Europa, mientras desanima a los europeos a pasar sus vacaciones en destinos en los que se paga con el billete verde. El combustible de aviación, cotizado en dólares, será más caro lo que tendrá que reflejarse en los precios de los billetes aéreos.
Los hoteles reciben más reservas. Los alojamientos turísticos, con mínimos gastos de personal, que se están recuperando con mayor rapidez que la hotelería, podrán seguir ajustando precios, mientras que los turoperadores afilarán su capacidad negociadora para mantener una cuota de mercado que disminuye. Pero frente a los augurios negativos, una consultora afirma que el 43% de los españoles estaría cancelando sus vacaciones, el sistema turístico superará con nota esta temporada y alcanzará los niveles pre-Covid en la siguiente, aunque la rentabilidad será menor un vez deflactados los ingresos. Las ganas de viajar son más fuertes que el temor a la inflación.
El gasto en destino caerá por el incremento de los costes de los desplazamientos