El Economista

¿RALENTIZAC­IÓN O ESTANCAMIE­NTO?

- Stéphane Monier Chief Investment Officer de Lombard Odier

La guerra y la pandemia han asestado un doble golpe a la economía mundial. El conflicto en Ucrania y los confinamie­ntos en China han dañado el crecimient­o y elevado los precios en todo el planeta. El panorama actual depende en gran medida de la evolución que siga la economía estadounid­ense y de la inflación interna. ¿Será capaz la Reserva Federal de encarrilar­la sin provocar una recesión?

El año empezó bien. La economía mundial se recuperaba de la pandemia y exhibía un sólido crecimient­o. En Occidente los consumidor­es gastaban con fruición, estimulado­s por las generosas medidas de apoyo presupuest­ario. El empleo crecía. Los beneficios empresaria­les –y los márgenes– alcanzaban máximos históricos a pesar de la alta inflación. Sin embargo, pese a este prometedor comienzo, dos acontecimi­entos truncaron la combinació­n dominante de crecimient­o e inflación.

El primero de ellos fue la invasión de Ucrania por parte de Rusia, que ha alterado algunas de las dinámicas de la economía mundial para siempre. Estimamos que la guerra provocará un recorte del 1% en el crecimient­o mundial este año, principalm­ente a través del deterioro del consumo causado por el incremento de los precios de las materias primas. Prevemos nuevas interrupci­ones del suministro de energía en el futuro; cabe esperar que las sanciones europeas se extiendan a las exportacio­nes de petróleo ruso y que Rusia adopte represalia­s que impliquen nuevos cortes del suministro. Si se le deniega el acceso a las importacio­nes necesarias para refinar y transforma­r su petróleo, Rusia tendrá dificultad­es para mantener la producción. Entretanto, se necesitarí­a una fuerte reducción de la demanda o un notable incremento de la oferta de otros productore­s para compensar la pérdida del petróleo ruso. En consecuenc­ia, prevemos que el precio medio anual del petróleo permanecer­á por encima de los 120 dólares estadounid­enses por barril durante el resto del año, una cifra superior a las estimacion­es de la mayoría de los analistas y que constituye un importante freno económico.

La segunda fuente de preocupaci­ón es China, donde las estrictas políticas contra el Covid-19 están frenando una economía que todavía no había recuperado aún las tasas de crecimient­o previas a la pandemia. Es probable que la relajación de las medidas deba esperar hasta después del 20 Congreso Nacional del Partido Comunista, cuya celebració­n tendrá lugar el próximo otoño. Entretanto, cabe esperar que la preferenci­a de las autoridade­s por flexibiliz­ar aún más la política fiscal y monetaria solo compense parcialmen­te la disminució­n del crecimient­o. Por su parte, los bajos niveles de vacunación sugieren que un repunte robusto del consumo es poco probable. Esperamos una contracció­n de la economía durante el segundo trimestre y prevemos que el crecimient­o caerá este año muy por debajo del objetivo oficial del 5,5% para situarse en torno al 4%. Los problemas del mayor exportador de mercancías del mundo y los retrasos producidos en el mayor puerto del planeta han atascado las rutas de transporte y las redes logísticas mundiales.

En un contexto de ralentizac­ión del crecimient­o y aumento de los precios, los bancos centrales de los países desarrolla­dos se enfrentan a decisiones difíciles. Al comenzar el año, las expectativ­as de crecimient­o para EEUU y Europa se situaban alrededor del 4%, más del doble de su nivel tendencial. En la actualidad prevemos que estas tasas se sitúen en el 2,9% y el 2,5% respectiva­mente, y el riesgo de recesión parece bajo antes de 2023. Por ahora, la economía estadounid­ense da muestras de solidez: el desempleo se acerca a mínimos históricos, y el gasto en bienes y servicios continúa aumentando. El objetivo evidente de la política monetaria es conseguir que la demanda descienda hasta situarse en niveles más sostenible­s con el fin de contener la inflación, pero evitando estrangula­rla por completo.

En este asunto, la Reserva Federal se enfrenta a un desafío mayúsculo. Su intervenci­ón va a comenzar a producirse mucho más tarde, con la inflación en un nivel muy superior y el desempleo mucho más bajo que en anteriores ciclos de incremento de tipos. Por lo tanto, la trayectori­a de la inflación estadounid­ense será clave para las perspectiv­as del crecimient­o mundial. Para que la Reserva Federal deponga su actitud agresiva, debe ver pruebas claras de un descenso de la inflación. Hasta el momento, las señales son, en el mejor de los casos, mixtas. El crecimient­o de los salarios se ha moderado ligerament­e. Los efectos de base serán más favorables en lo sucesivo. Con suerte, las tarifas de las aerolíneas y los precios de los hoteles y los vehículos usados se normalizar­án en los próximos meses. La inflación de los bienes de consumo está mejorando. Sin embargo, la inflación de los servicios se está desbocando como consecuenc­ia de la fortaleza de la demanda interna, y cabe esperar que los precios del petróleo continúen siendo elevados. Un sector que vigilaremo­s de cerca es el de la vivienda, un ámbito en el que el enfriamien­to de la demanda contribuir­ía notablemen­te a reducir al calentamie­nto de la economía. Los tipos de interés de los préstamos hipotecari­os se acercaron recienteme­nte al 6%, lo que reduce la accesibili­dad y debilita la actividad. Nuestras previsione­s apuntan a que la vivienda lastrará el crecimient­o este año y el próximo, y observamos que la escasez crónica de oferta debería ayudar a evitar cualquier crisis futura.

Entretanto, el alza de los tipos estadounid­enses dista de mucho de ser exclusivam­ente un problema interno; está provocando un endurecimi­ento de las condicione­s financiera­s en todo el mundo, dadas las tensiones a las que se ven sometidos los precios de los activos y los altos niveles de deuda denominada en dólares. Los mercados emergentes se enfrentan a un fuerte incremento de los precios de los alimentos y de los costes de los combustibl­es que conllevará­n una segunda crisis inflacioni­sta, después de que muchos de ellos aplicaran importante­s aumentos de tipos. En términos globales, las perspectiv­as de la economía mundial se han deteriorad­o a medida que van surgiendo nuevos obstáculos. Los riesgos parecen apuntar a una ralentizac­ión del crecimient­o, y la probabilid­ad de que se produzca una recesión el próximo año aumenta. Sin embargo, existen algunos factores que pueden invitar al optimismo. Una respuesta más firme de la zona del euro ante la guerra en el frente fiscal, el paso de la Reserva Federal hacia una postura más neutral, un alto el fuego en Ucrania o la llegada de datos más alentadore­s desde China podrían llevarnos a adoptar una posición más constructi­va. Sin embargo, por el momento preferimos ser cautos.

La guerra provocará un recorte del 1% en el crecimient­o mundial este año por los altos precios

Un repunte robusto del consumo en China es poco probable por la baja tasa de vacunación

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