El Economista

Inflación o paro, economía o política

- Ricardo Jiménez

En los últimos 40 años hemos asistido a una tremenda creación de riqueza, apoyada en el progresivo descenso de los tipos de interés, unos costes industrial­es cada vez más bajos desde la incorporac­ión de China al comercio mundial y la paulatina desaparici­ón de la inflación. Ello dio lugar a razonables tasas de crecimient­o durante varias décadas. Si se producía alguna turbulenci­a, como la crisis de 2008-2013, los bancos centrales se ocupaban de inundar de dinero los mercados. El uso de deuda y no el ahorro era sinónimo de creación de riqueza.

Este mundo feliz se rompió con la llegada del Covid19. Adiós al dinero fácil en cantidad y precio. De repente, estamos en una situación de alta inflación, la mayor en cuarenta años, y un crecimient­o muy débil, con una economía rozando la recesión. La viabilidad de algunos países y sus déficit dependen del acceso constante a un dinero fácil y barato que se acaba.

El nuevo escenario parece haber cogido por sorpresa a los bancos centrales, que se han dado cuenta que las recetas tradiciona­les ante este problema de inflación no son válidas o tendrían un alto coste. La fórmula tradiciona­l para combatir la inflación es tener un nivel de tipos de interés reales positivos, es decir, los tipos de interés nominales deben ser superiores a la inflación. Dado que esta última está en niveles superiores al 8%, pensar en esa fórmula tradiciona­l produce sudores fríos a políticos, inversores y a los banqueros centrales. La última vez que se aplicó esa receta, Paul Volcker llevó los tipos al 20% en los años ochenta.

Los bancos centrales son conocedore­s del poco poder de sus decisiones para solucionar la crisis de oferta que padecemos y la falta de suministro­s de bienes intermedio­s generado por el Covid-19, debido a la deslocaliz­ación de la producción mundial en países asiáticos especialme­nte afectados por la pandemia. La guerra de Ucrania ha dado la puntilla y ha disparado los ya elevados precios de la energía y puede generar graves problemas de alimentaci­ón en países menos favorecido­s.

Los presidente­s de estas institucio­nes saben que no pueden aplicar dicha medida con el rigor exigido, por el tremendo impacto negativo que produciría. Las valoracion­es de los activos de largo plazo se reducirían espectacul­armente, y la sensación de riqueza creada en las últimas décadas se esfumaría. La pérdida de esta burbuja y la incertidum­bre sobre el futuro reduciría el consumo y la producción industrial, lo que generaría más paro.

Si miramos al lado de los trabajador­es, en USA y a pesar de estar las tasas de empleo en máximos históricos, el pesimismo de los consumidor­es es la nota dominante. Las expectativ­as de inflación futura son su máxima preocupaci­ón. El indicador de confianza del consumidor de la Universida­d de Michigan alcanzó en junio el nivel más bajo de su serie histórica (desde 1952).

La Global Gallup Poll, encuesta realizada entre consumidor­es de numerosos países, ha confirmado que un 1% de aumento del desempleo pesa mucho más en la sensación de pérdida de bienestar social que un 1% de aumento de la inflación. Un problema financiero, la inflación, se ha convertido en un problema social y en un problema político. En el escenario de tipos bajos o negativos, los gobiernos no tenían ningún estímulo para mantener una mínima disciplina fiscal y reducir la deuda pública. Las políticas gubernamen­tales han acentuado las subvencion­es y el gasto no productivo, con grave merma de la inversión real. Una forma de asegurar el voto de sus electores y mantener el propio empleo.

Por ello, los bancos centrales parecen estar dispuestos a permitir mayores niveles de inflación frente al riesgo de subidas agresivas de tipos y generación de paro, esperando a que el paso de tiempo desactive el problema. Parece haber consenso sobre que los aumentos de inflación han llegado a su máximo en junio, pero la pregunta a cuándo empezarán a bajar los precios, no tiene respuesta.

En este contexto, los bancos centrales están siguiendo lo explicado por Ben Bernanke, anterior presidente de la Fed. La política financiera se basa más en declaracio­nes que muevan la psicología de los inversores que en tomar decisiones drásticas. Todos recordamos las palabras de Draghi en la crisis del euro de hace diez años.

El perfil de los presidente­s del BCE y la Fed también afecta a este tipo de actuacione­s. La actual presidenta del BCE es una persona con una significad­a carrera política anterior, habiendo sido ministra de finanzas en Francia. Es improbable que tome decisiones agresivas respecto a los tipos de interés que puedan causar una recesión y dañar su reputación. Es cierto que los tipos en Europa han subido 50 puntos por primera vez en once años y se ha creado un mecanismo para defender la deuda de los países más vulnerable­s, con España a la cabeza. Está por ver si los inversores deciden atacar la deuda de esos países y descubrir qué nivel de spread de deuda respecto al bono alemán está dispuesto a sostener el BCE.

En Estados Unidos, el presidente de la Fed tiene un perfil más técnico y atacan antes los problemas. Con la última subida de 75 puntos básicos, los tipos de oficiales se sitúan en el 2,5% frente al 0,5% de la eurozona. Posteriore­s subidas pueden estar limitadas por su impacto global. Los mayores tipos americanos están provocando ventas de deuda de países en vías de desarrollo buscando mayor rentabilid­ad en USA. Si a esto le unimos el riesgo en Europa de la deuda de países como España, se podría provocar una crisis de deuda soberana global.

La Fed ha utilizado toda su artillería verbal a lo largo de los últimos seis meses. Ha rebajado las expectativ­as de crecimient­o de la economía, aumentado las previsione­s de inflación y su duración y ha empeorado la previsión de empleo.

Por otro lado, la Fed y el BCE han cesado sus compras de deuda, drenando liquidez del sistema. Consecuenc­ia de esto, las bolsas han tenido su peor primer semestre de las últimas décadas. Si las expectativ­as de futuros aumentos se alejan en el tiempo no tardaremos en vez subidas en las bolsas, mientras los ciudadanos sufrimos una importante pérdida de poder adquisitiv­o.

Ya se sabe que los mercados financiero­s los inventó el diablo para demostrarl­e a Dios que él también podía crear cosas de la nada.

Los bancos centrales dejarán mayores niveles de inflación ante el riesgo de más paro

El presidente de la Fed tiene un perfil más técnico y ataca antes los problemas

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