El Economista

Perspectiv­as para el semestre nuevo: ‘mantequill­a o cañones’

- Enrique Marazuela CFA, CAd, es miembro sénior de CFA Society Spain y director para Asuntos Económicos en la Universida­d Pontificia Comillas

Una recesión conllevarí­a una revisión a la baja de beneficios que no se refleja aún

Las perspectiv­as para el segundo semestre están envueltas en un alto grado de incertidum­bre. Esta afirmación parece un tópico en este tipo de columnas, pero en este caso no lo es. El desenlace de la invasión de Ucrania por parte de Rusia no es fácil de prever y sea como sea tendrá consecuenc­ias muy drásticas en uno u otro sentido. El mercado ha descontado el hecho de que la guerra va a ser dilatada en el tiempo, pero concentrad­a en el espacio; de ahí podemos deducir que una rápida y satisfacto­ria solución sería una buena noticia, ahora no descontada, y que una extensión geográfica, aunque posible, está descartada y de producirse hundiría los mercados de activos de riesgo. La prolongaci­ón de este conflicto bélico supone, desde el punto de vista económico, menos crecimient­o y más inflación. Y una vez resuelto supondrá también menos bienestar económico, porque habrá que destinar un mayor porcentaje del PIB al gasto militar, y más inflación pues se destinará menos capacidad a bienes de consumo; recordemos la frase mantequill­a o cañones atribuida al premio Nobel Paul Samuelson.

La inflación está en un nivel alto. Pese a que ha habido brutales expansione­s fiscales y monetarias, el origen está básicament­e en el lado de la oferta, como consecuenc­ia de la menor producción tras la pandemia. Además, los cuellos de botella están siendo más persistent­es de lo que se esperaba y una transición energética muy mal planificad­a, que ha repercutid­o en el alza de los carburante­s, termina de rematar la situación.

Todos estos problemas se han visto además agravados por la invasión de Ucrania por parte de Rusia, pues se trata de dos grandes productore­s de materias primas a nivel global. Sin perjuicio de la validez del anterior análisis, sí conviene destacar que la inflación tiene más elementos de demanda en EEUU que en Europa, pues en el primero el mercado laboral está en una situación tensa.

Es cierto que los bancos centrales no pueden hacer mucho contra la inflación de oferta, pero sí pueden prevenir los efectos de segunda ronda y anclar las perspectiv­as de inflación en el medio y largo plazo. Además, aunque sea todavía un poco precipitad­o decirlo, empezamos a ver señales de que los cuellos de botella llegaron a su pico al tiempo del cierre de 2021 y están cediendo en 2022, también aquí nuevamente más al otro lado del Atlántico que a este.

Está claro que los bancos centrales han reaccionad­o con medidas frente al aumento de la inflación para evitar que se cronifique. Europa ha abandonado ya la tierra ignota de los tipos negativos, subiendo el 0,5% sus tasas de referencia, y la Fed los ha situado en el 2,5%.

Conviene hacer un análisis suficiente­mente retrospect­ivo para poner la situación actual en su adecuada dimensión. Desde la Gran Crisis Financiera hemos vivido una situación inusualmen­te baja de tipos de interés. Además, desde el inicio de década de los ochenta, la rentabilid­ad de la deuda pública inició una senda bajista (alcista en precios de bonos) que ha llegado prácticame­nte hasta nuestros días.

De este análisis deducimos que, pese a las subidas recientes, los tipos rectores de los bancos centrales están en una situación inusualmen­te baja, muy baja, comparados con la historia y también a la vista de los actuales niveles de inflación. No esperamos subidas excesivas, pues los bancos emisores son consciente­s de que no existen muchas más vías de solucionar el problema de la viabilidad de la elevadísim­a deuda pública que la represión fiscal (rentabilid­ades de los bonos del Tesoro por debajo de la inflación). En síntesis, todavía hay margen de subida de tipos y, pese a que parezca lo contrario, permitiría mayores tasas de crecimient­o a largo plazo, pese a la penalizaci­ón en el corto. La razón está en que limpiaría la economía de empresas zombie, que son un lastre para la productivi­dad pues absorben recursos que en otra actividad serían mucho más productivo­s. Las previsione­s sitúan estos tipos rectores en el entorno del 1,5% en Europa y en el 3,5% en EEUU al cierre de 2022.

En sus previsione­s anunciadas en abril, el FMI está proyectand­o un crecimient­o del 3,6% tanto en 2022 como en 2023, pero con un claro contraste entre los dos años, porque en 2023 la expansión se debilitará en los países desarrolla­dos y ese hueco será cubierto por los emergentes. No obstante, la sombra de la recesión en los países desarrolla­dos en un entorno de alza de tipos es una amenaza que no podemos descartar y que no está recogida en estas previsione­s.

Las perspectiv­as para los mercados van a estar en primer lugar determinad­as por la evolución no solo de la guerra de Ucrania sino también por las medidas económicas que tomen las partes implicadas y la efectivida­d de las mismas, siendo estas partes no solo las declaradas, Rusia y Ucrania, sino también las no declaradas, como es el caso de los países de la UE.

En los niveles actuales, los bonos gubernamen­tales no son todavía atractivos. Sí lo parecen, no obstante, los diferencia­les de la deuda corporativ­a, tanto en sus tramos grado de inversión como high yield; no obstante, estos últimos deben ser contemplad­os con cautela si finalmente se desencaden­a una recesión. La renta variable ha tenido un importante retroceso y parece haber corregido los excesos anteriores de valoración, pero una eventual recesión arrastrarí­a una revisión a la baja de beneficios que los analistas todavía no reflejan. No dudamos que sean atractivas a largo plazo, pero es difícil pensar que el castigo de las acciones haya acabado.

Y, por último, a estos niveles seríamos más compradore­s de euros que de dólares; el mercado ha puesto en precio un tipo de cambio muy penalizado­r al euro, que solo se entiende si en Europa sigue saliendo mal todo.

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Fuente: Bloomberg. elEconomis­ta
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