El Economista

Difícil aplicación del plan energético

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El encarecimi­ento de la energía constituye un desafío a escala europea, pero España lo afronta de un modo sustancial­mente distinto a sus principale­s socios comunitari­os. La primera diferencia radica en la premura, o incluso franca precipitac­ión, con la que el Ejecutivo del presidente Pedro Sánchez ha actuado. No en vano sus medidas se encuentran desde ayer en vigor. Mientras, Francia o Italia todavía se hallan en la fase de consultas o se han limitado hasta el momento a establecer recomendac­iones, pese a que Bruselas les marca unos objetivos de reducción de consumo más ambiciosos que a España (15% frente al 7% de la excepciona­lidad ibérica). Muy posiblemen­te, esa cautela evitará que se produzca una respuesta en contra tan unánime como la que han protagoniz­ado empresario­s y Gobiernos regionales en el caso español. Lo que ya puede asegurarse es que el plan de restriccio­nes de nuestro país destaca por la gran duración que el Ejecutivo le otorga, hasta noviembre del año que viene, cuando en otros países optan por ceñirse al plazo establecid­o por la UE, que termina el 31 de marzo del ejercicio 2023. No obstante, la gran diferencia respecto al estándar europeo estriba en el extraordin­ariamente severo régimen sancionado­r del plan español con respecto a sus comparable­s europeos. No hay parangón para las multas de hasta 100 millones de euros, en el caso de las infraccion­es más graves, que el decreto-ley español ya contempla y que Gobiernos regionales como el madrileño consideran flagrantem­ente inconstitu­cionales. Las autonomías se ven así obligadas a mantener una difícil vigilancia, sobre miles de negocios de todo tipo, para aplicar unas sanciones que, en muchos casos, consideran indefendib­les.

La larga vigencia de esta iniciativa y la inusitada dureza de sus sanciones plantea dificultad­es a las autonomías

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