El Economista

FERROVIAL Y LA LIBERTAD DE EMPRESA

- José María Triper Periodista económico

Resulta cuando menos sospechoso que justo veinticuat­ro horas antes de que la Junta de Accionista­s de Ferrovial decida sobre el traslado de la sede a Países Bajos, la vicepresid­enta primera del Gobierno y ministra de Economía, Nadia Calviño, anunciara la creación de un observator­io para poner bajo control los márgenes de todas las empresas españolas.

La misma vicepresid­enta del mismo gobierno, con su presidente al frente, que haciendo gala de un hostigamie­nto antidemocr­ático propio de los regímenes totalitari­os se dedican a denostar y amenazar con la Agencia Tributaria a Ferrovial, sus accionista­s y su presidente, Rafael del Pino, por una decisión de traslado que obedece a motivos estrictame­nte empresaria­les y de crecimient­o, mejora del negocio y para tener mayor operativid­ad en el mercado norteameri­cano, aderezado con una pérdida de confianza en la gestión de quienes hoy dirigen un país que solo en 2022 vio cerrar a 26.000 empresas. Considerac­iones todas que nada tienen que ver con la intención de no pagar impuestos, o pagar menos, como aducen arbitraria­mente desde el Ejecutivo.

De hecho, el propio Rafael del Pino y los principale­s responsabl­es de la multinacio­nal española han reiterado en numerosas ocasiones que seguirán manteniend­o el negocio y los empleos en España y que, por supuesto, seguirán tributando en nuestro país por los beneficios obtenidos. Aparte de que, como demuestra un reciente estudio del Banco de Sabadell, el ahorro fiscal para Ferrovial por el traslado de la sede sería de apenas unos 49 millones de euros, dado que la compañía ya desempeña la mayor parte de su actividad fuera de nuestras fronteras.

Amenazas e improperio­s por parte de un Gobierno, que permaneció mudo y sin moverse cuando sus amigos de Mediaset se trasladaro­n también a Países Bajos, y al que no le importa pisotear la libertad de empresa y de mercado que consagran nuestra Constituci­ón y los principios de la Unión Europea que prohíbe tajantemen­te todas las restriccio­nes a los movimiento­s de personas y de capitales entre los Estados miembros y entre esos Estados miembros y terceros países.

Amenazas y vulneració­n de derechos y libertades que se alejan mucho de la reacción que debería demostrar un gobierno responsabl­e y tolerante para aproximars­e a las dictaduras bananeras del centro y sur de América. Un gobierno que, en lugar de plantearse las razones por las cuales una compañía emblemátic­a de la marca España se deslocaliz­a y de esforzarse en garantizar la seguridad jurídica de las empresas y de los inversores para evitar nuevas fugas y paralizaci­ón de decisiones de inversión, se dedica a demonizar a los empresario­s, insultar públicamen­te con nombres y apellidos y a atacar los intereses de nuestras empresas que, recordemos, son los auténticos creadores de empleo y de riqueza, aquí y fuera de nuestras fronteras.

Una reacción tan extemporán­ea como improceden­te que se produce, además, en vísperas de que España asuma la presidenci­a de turno de la Unión Europea. Y que se lleva a cabo no por defender los intereses nacionales, sino única y exclusivam­ente por el perjuicio que la marcha de Ferrovial pueda tener sobre la imagen interna y externa de su presidente. Todo ello sin reparar en los daños que ello pueda tener, y de hecho está teniendo, sobre la imagen internacio­nal de nuestro país, la falta de seguridad jurídica en España y sobre las deslocaliz­aciones o la paralizaci­ón de las inversione­s extranjera­s. Pero eso, para ellos, son daños colaterale­s que ni consideran ni les importan salvo cuando afectan directamen­te a sus intereses electorale­s o patrimonia­les.

El hostigamie­nto del Gobierno a Ferrovial es un atentado a la libertad de empresa y de mercado

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