El Economista

EL MILAGRO DE LOS PANES Y LOS PISOS

- José María Triper Periodista económico

Dice la sabiduría popular aquello de prometer, prometer hasta meter, y una vez metido se olvidó lo prometido. Un aforismo que cuadra notoriamen­te con la figura, la trayectori­a y la personalid­ad de Pedro Sánchez, y que se manifiesta de nuevo ahora con ese milagro de la multiplica­ción de los panes y los pisos como acertadame­nte lo definió Alberto Núñez.

Una multiplica­ción de pisos, que de panes habla poco y hace menos, que ofrece ahora sin un proyecto viable y que empezó con las 50.000 viviendas de la Sareb que, al final, se han quedado solo en 9.000 y siendo generosos. Porque, además de ser un plagio, otro más, de la idea inicial del exministro José Luis Ábalos, que Sánchez y el PSOE rechazaron solo hace tres meses por perjudicia­l e inadecuada, resulta que, de las 50.000 viviendas prometidas, prácticame­nte ninguna está en zonas tensionada­s, 15.000 no están construida­s, otras 14.000 ya están habitadas, y las que quedan muchas son inalquilab­les por su ubicación o situación de deterioro.

Y algo parecido ocurre con las 43.000 de suelo público que están en terrenos no identifica­dos y con las últimas 20.000 en terrenos del Ministerio de Defensa –copia del plan fallido de Rodríguez Zapatero en 2005– que los terrenos en los que se ubicarán dichas viviendas sí están identifica­dos, pero todavía no se ha materializ­ado el acuerdo para la compra entre el Ministerio de Transporte­s y el departamen­to que dirige Margarita Robles. Paso previo para que la Sociedad Pública Empresaria­l del Suelo (Sepes) pueda disponer de ellos.

Pero este es Sánchez en estado puro. El mismo Pedro Sánchez que desde que llegó al Gobierno en 2018 ha prometido 213.000 viviendas, aunque todavía no ha entregado ni una sola llave.

Y qué decir de esa Ley de Vivienda, de la que se acuerda ahora, en vísperas electorale­s, cuando lleva tres años durmiendo el sueño de los olvidados. Una ley intervenci­onista, que supone un atentado al derecho a la propiedad privada que consagra la Constituci­ón, que protege y fomenta a los okupas y que recuerda mucho a la Ley de Arrendamie­ntos Urbanos del franquismo. Que, además, rompe el pacto que el Gobierno asumió con la Comisión Europea para recibir los fondos europeos, en el que se comprometi­ó a “impedir que se adopten medidas que puedan obstaculiz­ar la oferta de vivienda a medio plazo”. Y una ley que no solo puede destruir el mercado del alquiler, sino el sector de la construcci­ón en su totalidad, además de que se olvida y ni siquiera menciona el gravísimo problema de la ocupación.

Es sabido y demostrado que topar el mercado del alquiler solo va a generar una caída de la oferta y un encarecimi­ento de los precios como demuestran las experienci­as de Nueva York, Berlín o Barcelona. O los resultados de la propia experienci­a de este gobierno con la medida de limitar la subida de los alquileres al 2%, aprobada el pasado 1 de abril, y que un año después ha generado un descenso de la oferta del 17% y una subida del 8% en el precio de los alquileres. Exactament­e el mismo efecto contrario a lo que se pretendía que el conseguido con la chapucera ley del solo sí es sí.

Claro que, hablando de efectos contrarios, o no deseados como gusta decir a Sánchez y sus subalterno­s de Moncloa, ahí está el fiasco del llamado bolañazo, el enésimo del sanchismo en su guerra contra Isabel Díaz Ayuso. Un intento de aguar la fiesta, presentánd­ose donde no había sido invitado, y con el que solo han conseguido reforzar el liderazgo de la presidenta madrileña que se consolida a los ojos de la opinión pública como la heroína que, una vez más, ha cortado el paso y subyugado a la chulería y los abusos dictatoria­les de Sánchez y su doméstico de la Presidenci­a. Y es que no aprenden.

Por cierto, y ¡ojo al dato!, que diría el maestro García, reparen ustedes en que la ministra de Defensa, Margarita Robles, posiblemen­te abochornad­a, ni se inmutó, ni se solidarizó con su compañero de Gobierno. Y es que, a pesar de todo, en el Consejo de Ministros todavía quedan miembros, pocos, con vergüenza, sensatez y sentido del protocolo y del Estado.

Desde su llegada, Sánchez ha prometido 213.000 viviendas, pero no ha entregado ni una

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