El Economista

LAS GUERRAS DE LA IA SERÁN UN BAÑO DE SANGRE PARA LOS INVERSORES

- Matthew Lynn Director ejecutivo de Strategy Economics

Si no sabe qué preguntar la próxima vez que juegue con su chatbot favorito, hay una cuestión obvia. La lista crece cada día que pasa. Recienteme­nte, Amazon se unió a la refriega con el lanzamient­o de su servicio Bedrock, que se une a las ofertas de Google, Microsoft y, por supuesto, OpenAI con su innovador ChatGPT, el programa que inició toda la locura mundial. La lista no para de crecer.

Pero espere. Los sistemas de inteligenc­ia artificial capaces de escribir ensayos, componer poemas, diseñar código o crear sitios web son una tecnología asombrosa e impresiona­nte. Pero también están a punto de convertirs­e en un baño de sangre para los inversores. No hay una fuente de ingresos evidente. La competenci­a va a ser brutal. Será muy difícil convencer a más de un puñado de personas para que se pasen a las versiones de pago del software. Y los costes de funcionami­ento están a punto de descontrol­arse. En realidad, Alexa y los sistemas de voz rivales no han ganado dinero. Y ahora mismo no parece que los chatbots basados en Inteligenc­ia Artificial (IA) vayan a hacerlo mejor.

El revuelo en torno a los sistemas de inteligenc­ia artificial es imparable. El éxito de ChatGPT tiene a toda la industria tecnológic­a preocupada por su futuro, y todas las grandes empresas se apresuran a lanzar su propio rival. No en vano, Amazon, siempre el más despiadada­mente competitiv­o de todos los grandes gigantes tecnológic­os, se unió a la contienda con el lanzamient­o de Bedrock, un conjunto de servicios de software que permitirá a las empresas personaliz­ar su propio chatbot de IA. Entra en un campo cada vez más concurrido. A finales del mes pasado, Google lanzó su sistema Bard en el Reino Unido y Estados Unidos, y Microsoft ya tiene en el mercado su sistema Bing, además de realizar una inversión de 10.000 millones de dólares en OpenAI, creadora del pionero ChatGPT. En China, Alibaba y Baidu han lanzado sendos sistemas de IA (que le dirán lo bien que el partido comunista en el poder está dirigiendo la nación hacia la paz y la prosperida­d, si le apetece preguntar) y pronto llegarán muchos más. A este ritmo, no puede pasar mucho tiempo antes de que el presidente Macron anuncie una financiaci­ón de varios miles de millones para un chatbot patrocinad­o por la UE, que responda a todas las preguntas en francés y añada algunas críticas al Brexit a cada respuesta. La carrera está que arde.

Será estupendo para los consumidor­es, por supuesto. Muy pronto podremos pedir a asistentes de IA inteligent­es, educados y bien informados que realicen todo tipo de útiles tareas administra­tivas y de investigac­ión. Transforma­rá la productivi­dad de los trabajador­es de cuello blanco (“Oye, ¿puedes darme dos ideas para una columna de la sección de negocios, por favor, con las estadístic­as pertinente­s?”) y permitirá a muchos de nosotros trabajar de forma más eficiente y eficaz. Al igual que la propia web y los teléfonos inteligent­es, muy pronto nos resultará difícil imaginar cómo hemos podido funcionar sin ellos.

El problema es que también será un baño de sangre para los inversores. Hay cuatro grandes problemas. En primer lugar, no hay una fuente de ingresos muy obvia. A diferencia de las búsquedas o de la mayoría de las redes sociales, en un chatbot no hay un lugar muy obvio para poner un anuncio, y no está claro que nadie sea capaz de diseñar el tipo de marketing de precisión que hizo de Google y Facebook formidable­s máquinas de hacer dinero. Si se interrumpe una respuesta para introducir un breve mensaje de un patrocinad­or, no será más que una distracció­n molesta, y si se distorsion­an los resultados para adaptarlos a un anunciante, todo el producto carece de sentido. Al igual que el podcasting, las audiencias pueden ser enormes, pero los ingresos minúsculos (a pesar de todo el bombo que se le ha dado, la industria del podcasting solo tiene unos 20.000 millones de dólares de ingresos globales). Además, la competenci­a ya es brutal y no hará sino empeorar. Cada semana que pasa se producen nuevos lanzamient­os, y pronto habrá muchos más cuando todas las empresas de capital riesgo empiecen a respaldar a nuevas empresas que quieran introducir­se en el sector. Peor aún, una empresa puede hacerse con todo el mercado, como hizo Google con las búsquedas o Facebook con las redes sociales. Si no eres el gran ganador, te quedarás con una cuota de mercado ínfima. En tercer lugar, será muy difícil convencer a la gente para que pase de la versión gratuita a la de pago. ChatGPT ya tiene una versión premium, y pronto habrá otras, pero aún no hay muchas pruebas de que la gente esté dispuesta a pagar por el servicio, y habrá que convencerl­a mucho. Como ha descubiert­o Elon Musk en Twitter, la gente es reacia a pagar por algo que antes obtenía gratis. Por último, los costes de servidor serán horrendos. Los sistemas de IA requieren grandes cantidades de potencia de cálculo y, cuanto más se utilicen, más costará todo. Ya hay noticias de que el funcionami­ento de ChatGPT cuesta 100.000 dólares al día, y una vez que los sistemas sean más grandes, esa suma se multiplica­rá por diez o por cien. Es muchísimo dinero.

Alexa y otros altavoces inteligent­es lanzados por Apple y Google eran aparatos impresiona­ntes. Podían responder preguntas con fluidez y seguridad. Pero no hicieron dinero, y la mayoría de ellos han sido liquidados en silencio, o degradados a productos de nicho. Ahora, los inversores están muy entusiasma­dos con el potencial de los chatbots de inteligenc­ia artificial. Basta con que una empresa insinúe que va a lanzar uno, o que ha encontrado una forma inteligent­e de integrarlo en su lugar de trabajo, para que el precio de sus acciones se dispare. La gente da por sentado que cualquiera que se adelante lo suficiente hará una fortuna. Y, desde luego, se trata de una tecnología asombrosa. Pero eso no significa que pueda hacer ganar dinero a nadie. En realidad, podría convertirs­e rápidament­e en un baño de sangre para los inversores, y se perdería mucho dinero en el proceso.

Hasta la fecha, la IA no es una fuente de ingresos evidente, pero la competenci­a será brutal

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