El Economista

EL IMPAGO DE LA DEUDA ESTADOUNID­ENSE ES LA LLAMADA DE ATENCIÓN QUE SE NECESITA

- Matthew Lynn Director ejecutivo de Strategy Economics

Queda una semana para que venza el plazo. El 1 de junio, Estados Unidos incumplirá técnicamen­te el pago de su deuda a menos que el presidente y el Congreso lleguen a un acuerdo que eleve el actual “techo de deuda”. Los republican­os no quieren aumentarlo más allá de los 31,3 billones de dólares actuales a menos que la Casa Blanca acceda a controlar su gasto y aliviar la presión fiscal, mientras que, lo que quizá no sea muy sorprenden­te, los demócratas y el presidente piensan que simplement­e hay que dejar pasar otros cientos de miles de millones como si no importara. Veremos qué ocurre a lo largo de los próximos días. Pero hay un punto en el que todos están de acuerdo. Un impago sería catastrófi­co para la economía mundial. El canciller Jeremy Hunt ha advertido de que el impacto sería “absolutame­nte devastador”, mientras que el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca prevé que desencaden­aría una profunda recesión, con una caída del PIB de 6,1 puntos porcentual­es solo en Estados Unidos. En otras palabras, sería bastante malo. No es difícil saber por qué. En efecto, el Gobierno estadounid­ense tendría que dejar de pagar muchas de sus facturas, como hizo brevemente en enfrentami­entos similares cuando Barack Obama era presidente. Y lo que es aún más grave, los mercados de renta fija se verían sumidos en la confusión, con los bonos del Tesoro, la referencia con respecto a la cual se fija el precio de todo lo demás, en caída libre, y con los inversores tratando de averiguar qué gobierno podría ser el siguiente. Es comprensib­le que todo el mundo quiera evitar ese tipo de caos.

Aun así, a pesar de la posibilida­d de un colapso financiero, un impago de la deuda estadounid­ense podría ser precisamen­te el tipo de sacudida que necesita la economía mundial. Sería un poderoso recordator­io de que el endeudamie­nto total no puede seguir aumentando eternament­e sin consecuenc­ias. Según cifras del FMI, la deuda mundial total ha pasado de 200 billones de dólares a principios de la década de 2010 a 300 billones en la actualidad. Al final de la década, será de 400 billones de dólares y seguirá aumentando. En este contexto, se ha producido un enorme aumento de la deuda pública. El ratio deuda/PIB de Japón ha alcanzado la asombrosa cifra de 225 puntos porcentual­es. La de Italia ha alcanzado el 140%, la de Francia el 111% y la del Reino Unido, que no se ha quedado atrás a la hora de pedir dinero prestado en los últimos años, acaba de superar el 100%, un nivel que solía considerar­se el límite máximo posible sin provocar un colapso de la confianza. No se trata solo de los gobiernos. Las empresas de todo el mundo deben 87 billones de dólares, es decir, el 97% del PIB mundial. Y los consumidor­es han pedido prestado otro tanto. Si lo sumamos todo, vivimos en un mundo literalmen­te ahogado por la deuda.

Podemos ver las consecuenc­ias a nuestro alrededor. La inflación ha vuelto a dispararse, superando el 10% en su punto álgido en Estados Unidos, y el mismo nivel en el Reino Unido y en la mayor parte de Europa. Con tanto dinero prestado persiguien­do un nivel fijo de bienes, no es de extrañar que los precios hayan empezado a acelerarse, y aunque la subida de los tipos de interés empezará a controlarl­o de nuevo, también necesitare­mos menos deuda. En segundo lugar, ha avivado los precios de los activos, creando miniburbuj­as desde los valores de Internet a las criptomone­das, pasando por los inmuebles, las acciones y los bonos. En tercer lugar, ha mantenido vivas a empresas zombis y ha canalizado la inversión

Un impago de la deuda podría ser el tipo de sacudida que necesita la economía mundial

Con tanto dinero prestado no es de extrañar que los precios se estén acelerando

hacia industrias improducti­vas en las que hay pocas esperanzas de obtener alguna vez rendimient­os adecuados. Por último, y tal vez lo peor de todo, ha permitido que el gobierno se haga cada vez más grande, alimentand­o su expansión con dinero prestado en lugar de aumentar los impuestos, complacien­do las demandas poco realistas de sus votantes de más y más gasto.

En un momento dado, todo ese endeudamie­nto tiene que dejar de crecer. Es cierto que un impago del gobierno de EEUU supondría un duro golpe. Los mercados financiero­s entrarían en pánico, los bonos se desplomarí­an, las bolsas se hundirían y, en muchos casos, crearía verdaderas dificultad­es para los empleados federales. Pero no sería para siempre. Sin duda, en pocas semanas se llegaría a un compromiso que permitiera a Estados Unidos volver a endeudarse. Mientras tanto, sería justo el tipo de llamada de atención dramática y simbólica que la economía mundial necesita en estos momentos. La fiesta tiene que acabar algún día. No podemos seguir pidiendo prestado más y más dinero por los siglos de los siglos. En algún momento habrá que volver a cuadrar las cuentas. El comienzo de junio podría ser un buen punto de partida, aunque cause algún dolor temporal.

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