El Economista

Inabarcabl­e de

¿Qué se come en El Club Allard? Se come todo. Desde el País Vasco hasta Japón. El discípulo del chef donostiarr­a José María Goñi aúna excelencia en producto y técnica de altísima precisión.

- Por Ana Gómez Viñas

Desembarcó la maestría en Madrid. Martín Berasategu­i llegó hace un mes con sus 12 estrellas Michelin a la nueva Plaza de España de la capital que le ha acogido con los brazos abiertos. Abierto y luminoso, este corazón verde está presidido por la monumental­ísma Casa Gallardo de 1914. Allí, El Club Allard nos da la bienvenida. José María Goñi, discípulo del chef donostiarr­a, formado en la casa madre de Lasarte-Oria (Guipúzcoa), nos ha preparado el menú largo, el de 13 platos.

En palabras de Berasategu­i, “desembarca­mos con muchas ganas y toda la ambición, pero con humildad y respeto a una ciudad que, en lo gastronómi­co, siempre ha sido para mí un ejemplo y cuenta con mi total admiración”. Fue la carta de presentaci­ón de este maestro de maestros, que respaldó a su equipo de cocina así: “Llegamos con el mejor arsenal, con platos de nuestra casa, los mejores proveedore­s de España y con un equipo joven y muy preparado”.

Menú ejecutivo

Comemos en una mesa redonda, junto a un balcón que mira a los jardines de la plaza. El interioris­mo de la sala permanece. Es el mismo de cuando Diego Guerrero. Diez años hace ya. El Club Allard recupera con Berasategu­i su esplendor.

Goñi (Donosti, 1990), jefe de cocina, elabora una carta que fusiona el alma clásica de su maestro con técnicas e ingredient­es de Japón. Cortes ultra precisos, de cirujano, y su firma tan personal. Encontramo­s dos degustacio­nes: de 10 y 13 pases (130 y 175 euros, respectiva­mente). Además, el restaurant­e presenta el menú ejecutivo (de 88 euros), que se puede combinar y que está diseñado para los que disponen de menos tiempo.

De la mano de Goñi, arranca el menú con dos aperitivos de ejecución impecable: el canelón de calabacín con trufa pirenaica y huevas de trucha, suave y fresco; y el tartar de bogavante envuelto en nori con un suavísimo wasabi casero.

Bocado de mar con tonos de cilantro. Pasamos a un mar y montaña con ostra de Normandía y una sorprenden­te presa ibérica (como la mantequill­a), acompañada por el frescor de un helado de mostaza.

Los guisantes de lágrima

Seguimos con una ensalada tibia (plato emblema de la casa) a base de tomate preservado, bogavante, percebe y berberecho, adornada con los vibrantes colores de brotes y flores sobre gelatina. Un plato alegre y fresco que da paso a la zamburiña y espuma de coliflor. Maravilla

de huevo de codorniz bajo esa espuma blanca y tibia. Tonos de ajo negro y flor de ajo y, en la cima espumosa y ligera, ralladura de perretxiko, seta de primavera. Crujientes los guisantes lágrima en grasa de chuleta carameliza­da con erizo de mar y puré de tupinambo. Este plato va sobre un caldo ligerísimo de ramen de manitas de cerdo. No se puede superar.

Pasamos a un tributo a dos países: Italia, por el ravioli de berenjena asada y el intenso crujiente de parmesano; y España, por el canelón de rabo de cerdo ibérico. Plato

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