El Pais (1a Edicion) (ABC)

Iván Redondo sale a que le dé la luz

- Una “persona educada”

n aquella academia plagada de nazis, la profesora de alemán abrió la conversaci­ón: “An welchem Tag ist das Rassenfest?” (¿qué día es la Fiesta de la Raza?). Ante mi silencio, ella misma dio la respuesta: “Am zwölfte Oktober!”. El 12 de octubre.

Quizás desde entonces sentí una profunda desconfian­za ante esa fecha, impresión que se acentuó al conocer que el film autobiográ­fico de Franco se titulaba Raza, y que la palabreja se había asociado a la de “Hispanidad” hasta inspirar en 1943 la celebració­n oficial del Día de la Hispanidad.

Y ahí sigue, incluso habiendo sido confirmada en 1987 por un Gobierno socialista, pensando en la inminente celebració­n del Quinto Centenario. Más hubiera valido pasar del 12-O al Dos de Mayo.

El problema reside en que con su formulació­n de 1926, la idea de Hispanidad incorpora una visión hagiográfi­ca de la conquista y el imperio hispano, lo cual choca con la realidad histórica.

Y sobre todo a partir de ahí, desde Acción Española, Ramiro de Maeztu, en 1931 y frente a la República, convierte la Hispanidad en supuesto de una visión de España que busca la satanizaci­ón de aquella otra mitad de la sociedad y de la política españolas que aspira a la democracia y a la justicia bierno. Hombre de gestos, el martes Redondo salió por primera vez a que le diese el aire estrenándo­se en una comparecen­cia parlamenta­ria. Saludó en todos los idiomas del Estado y anunció que los documentos relativos a la Seguridad Nacional serán traducidos al gallego, vasco y catalán. PP y Ciudadanos protestaro­n la medida: “Gestos en esta materia, ninguno”, dijo el portavoz popular. El de Ciudadanos, por su parte, deseó que Redondo no convirties­e la seguridad nacional en “plurinacio­nal” y achacó las traduccion­es al supeditaje del Gobierno a Podemos y nacionalis­tas.

Redondo fue al Congreso porque, contratado primero como asesor, ahora es el jefe de gabinete de Presidenci­a del Gobierno. Y, como tal, responsabl­e de defender la estrategia de Seguridad Nacional heredada del Partido Popular, que la consensuó social, y que como Antiespaña desempeña el papel apocalípti­co del Anticristo. Estamos ante la base ideológica del levantamie­nto militar del general Mola y de Franco, quien asumió plenamente la idea.

Importa esto al haber convertido Pablo Casado el 12 de octubre en ocasión para afirmar rotundamen­te una idea de España donde la historia, convertida en mecanismo de exaltación, pretende impulsar una movilizaci­ón nacionalis­ta contra el independen­tismo.

Y no faltaba más, contra todo hispano que, sin ser independen­tista, no suscriba su objetivo de enrocarse en torno a la mitología de intereses con- con PSOE y Ciudadanos. Quizás por eso, de naturaleza política anfibia, Redondo estuvo cómodo aun presentánd­ose como defensor de un informe confeccion­ado por el Gobierno que ayudó a tumbar. Abrió el pacto a los partidos que en sumomento quedaron fuera y, como quiera que su presencia en público era extraordin­aria, fue interrogad­o acerca de todo casi con curiosidad zoológica. No respondió a nada, eso sí, que se saliese de las competenci­as de la seguridad, tampoco por el uso que hace del avión oficial el presidente del Gobierno. Tras dos horas y media, entre ironías del presidente de la Comisión, José Manuel García Margallo, se despidió agradecien­do el “tono” y que este se pusiese por encima de las ideologías. “Soy, como han visto, una persona educada”. “La gente se mide según las llamadas que hay que hacer para hablar con ella, conmigo sólo hay que hacer una”. Margallo musitó algo sobre su “autoestima” antes de cerrar la comisión. Redondo salió directamen­te a las mesas de los portavoces, les dio la mano uno a uno, y enfiló la puerta en dirección a las bambalinas como un niño de Los Otros expuesto más tiempo del necesario a la luz. servadores que el PP encarna. El laus Hispaniae de Casado responde a un interés político inmediato: la grandeza de la Hispanidad muestra la exigencia de defender la unidad de España amenazada.

El discurso consiguien­te resulta inevitable­mente hiperbólic­o, al buscar la inscripció­n de cada componente de la epopeya/tragedia hispanoame­ricana en el Guinness de la historia mundial.

Así las afirmacion­es sobre “el pueblo milenario y la nación centenaria”, la proyección pluriforme sobre “el nuevo mundo” y como apoteosis, “la etapa más importante de la historia de la humanidad”.

Al vaciar el relato de toda crítica, la historia se convierte en tradición y recupera el uso del concepto de Hispanidad en los treinta. Más vale que Casado regrese a la historia, si quiere hasta la crónica mozárabe de 754 en busca de raíces, y mire al presente.

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