El Pais (1a Edicion) (ABC)

El infierno de la guerra, el dolor de regresar a casa

- Dolores y miedos

Hernán Zin llevaba dos décadas como correspons­al de guerra visitando los principale­s conflictos bélicos. Por África, América Latina y Asia. Hasta que un día explotó. En el peor sitio: en Afganistán en 2012. “Trabajaba con Jon Sistiaga y tuve un ataque de pánico”, recuerda. “Me salí del tanque en el que viajábamos, lo tiré todo y me puse a andar”. Cambió su carrera, encaró el audiovisua­l de otra forma y siguió para adelante. “Pero en mi cabeza seguían las dudas de por qué me había pasado eso”, confiesa. Desde ese momento, le acompañaro­n pensamient­os suicidas, miedo a los espacios pequeños y depresione­s. “Empecé a preguntar a mi alrededor y descubrí que a muchos otros reporteros de guerra también les pasaba”.

Para hablar de esos males, y rendir homenaje a sus ex compañeros de profesión, Zin ha rodado Morir para contar, que ya ha pasado por festivales como Shanghái —de clase A— y Montreal, donde ganó el primer premio en la sección Documental­es del Mundo. “Es tan difícil hacer un documen- tal que o respondes a preguntas que te desvelan o no funciona”, cuenta el cineasta, el realizador de, entre otros, Nacido en Gaza (2014) y Nacido en Siria (2017), con lo que ha ganado un premio Platino, un Forqué, varios festivales y ha sido dos veces candidato al Goya. Ahora Morir para contar comienza su ruta de certámenes españoles en la Seminci de Valladolid que se inaugura mañana, en la que participa en la sección DOC. España, y posteriorm­ente se verá en el certamen de Sevilla antes de su estreno comercial el 22 de noviembre.

Para Zin, una de las grandes epidemias del siglo XXI son las enfermedad­es mentales. “El miedo, la paranoia... Vivimos muy confortabl­es en la Europa actual y a la vez es difícil encontrar el equilibrio en esta sociedad. Vaya paradoja, ¿verdad?”. El periodista reconoce que durante años, tras ese ataque de pánico, no quiso encarar el problema. “Hasta queme pilló la ola”. Y por eso Morir para contar levanta testimonio de esa labor de varias generacion­es de correspons­ales, “de gente que siente el choque de lo que cuenta durante el conflicto y en su vuelta a casa”, como Gervasio Sánchez, José Antonio Guardiola, Javier Espinosa, Mónica G. Prieto, Manu Brabo, RosaMenese­s, Ramón Lobo, Roberto Fraile, Maysún, Da- Cada uno habla de sus trucos para lograr el éxito en su trabajo —Zin, argentino de nacimiento, regala fotos de Leo Messi dedicadas, ya que imita su firma—, para superar el dolor... “En el conflicto todo es más blanco y negro, ves víctimas y culpables; en casa hay muchos más grises”, asegura el cineasta, que alaba todas las aportacion­es de sus colegas. “Todos me han desvelado sus secretos, han confesado sus mayores temores. Agradezco a todos su esfuerzo, y a Gervasio en especial, ya que fue el primero en hablar. Me sorprendió David Beriain porque tiene un discurso muy elaborado de lo que le ocurre. Fue de los últimos en ponerse delante de la cámara y cuando acabó me planteé toda la estructura porque no sabía dónde incluirle, dónde cortarle”, cuenta antes de reírse: “Me recomendó a su terapeuta y durante un tiempo lo hemos compartido”. Zin habla también del mensaje serio y a la vez campechano deManu Brabo, que sufrió un secuestro en Libia en 2011.

En Morir para contar, Zin hilvana las reflexione­s personales, éticas y profesiona­les de los entrevista­dos con sus propios dolores y sus dudas. En el primer montaje del documental, él no aparecía. “Fue Nerea Barros, la coproducto­ra, la que me espetó que no me escondiera, que no le pidiera a otros que rompieran el código de silencio en pos de una reflexión colectiva y yo me acobardaba. A mí no me gusta lo de ponerse delante de las cámaras, pero respeto que otros lo hagan para personaliz­ar las historias y llegar a más gente”. Él buscaba respuestas, no tenía un discurso (“solo dolores”), y solo pasados los meses ymontado el filme, decidió darle la razón a Barros y confesar su historia.

Un último apunte. Zin defiende la gran calidad de los reporteros españoles, “sobre todo los fotoperiod­istas, a los que muy poco público conoce; como en tantas otras cosas, España se quiere bien poco”. Y cuenta: “Desgraciad­amente, esa calidad se ha pagado con siete muertos y varios secuestros”.

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