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Arquitectura y pifias
Desde que Dios fue descrito como el ‘gran arquitecto del Universo’, los arquitectos se creen dioses. La diferencia es que Dios nunca falla, pero ellos, con frecuencia
sagazElElabsurdo,perosagaz, Diccionario de las ideas recibidas de Flaubert es un catálogo satírico de lugares comunes. Mi entrada favorita se refifiere a los arquitectos. Flaubert escribe: “Los arquitectos son todos unos imbéciles: siempre construyen escaleras en el lugar equivocado”. Se trata de una exageración que, no obstante, revela una verdad eterna: casi nadie está contento con los edifificios que ocupa y la culpa es de quien los proyecta. La relación entre arquitecto y cliente está casi siempre abocada al fracaso; la excéntrica ambición del primero suele chocar con la cruel frugalidad del segundo. Y es que las visiones arquitectónicas casi nunca sobreviven al escrutinio práctico del mundo real. El gran novelista francés no fue el primero en advertir que los arquitectos raramente son infalibles. En 1767, Teofifilo Gallacini publicó el Trattato sopra gli errori degli architetti, obra que algún día actualizaré. Mientras tanto, consideren esto como un primer borrador.
Empecemos con Frank Lloyd Wright y Le Corbusier, dos genios conflflictivos que proyectaron obras disparatadas. La Casa de la Cascada de Wright, levantada en Bear Run, Pensilvania, es uno de los edifificios más fotografifiados del siglo XX. Sin embargo, la estructura presentaba problemas y la construcción era pésima. La inconmensurable visión del arquitecto sobrepasó con creces la competencia técnica de quienes la erigieron.
La Casa de la Cascada tenía muchas goteras, algo poco sorprendente puesto que se construyó sobre el lecho de un río. Pero Wright consideraba que esta in- trusión demostraba su genio. Desde el punto de vista creativo, la ausencia de goteras habría revelado poco empeño por su parte. Wright creía que los fallos estructurales constituían una orgullosa prueba de su talento imaginativo y que demostraban lo adelantado que es- taba respecto de la aletargada tecnología constructiva. ¡Expande los límites hasta que se formen goteras!
Los errori de Le Corbusier eran de otra naturaleza. Algunos se construyeron, otros no. En su Plan Voisin de 1925 pedía nada menos que la demolición total de la Ciudad de la Luz para reemplazar sus bellos bulevares por autopistas urbanas y bloques de pisos. Nunca llegó a realizarse, pero en las viviendas que proyectó para los trabajadores de los viñedos de Pessac, en Burdeos, los empleados renegaron de sus teorías mecanicistas y, en cuanto se dio media vuelta, adornaron sus blancos y austeros edifificios cúbicos con tejas de barro, contraventanas, ruedas de carro y lámparas de farol. Un momento antes de morir en 1965, un escarmentado Corbu dijo: “La vida tiene razón y el arquitecto se equivoca”.
Richard Rogers bebió mucho de Le Corbusier. Su Centro Pompidou de París, construido entre 1970 y 1977, fue la materialización de la visión mecánica que el arquitecto francés tenía de los edifificios. La fifijación de Rogers era colocar la climatización y la instalación electromecánica en el exterior del edifificio, de modo que los intestinos colgaran por fuera del esqueleto. Pero el espacio ganado en el interior no servía, como estaba
nueprevisto,previsto,paraexposicionesyfuenecesariocrearnuevas divisiones. Lejos de ser “funcional”, el edifificio de Rogers acarreó al cliente problemas de limpieza y mantenimiento de inusitada difificultad. Cuando hubo que realizar reformas de calado, no le volvieron a invitar.
Cuanto más ilustre el nombre, mayor la ofensa. La piscina de Zada Hadid para las Olimpiadas de Londres de 2012, sencillamente, no podía construirse tal como estaba diseñada. Los contratistas estaban desesperados. Y cuando se dijo que, a vista de pájaro, su estadio de Qatar para los mundiales de 2022 parecía una vagina abierta, Hadid respondió: “Si crees que cualquier cosa con un agujero es una vagina, es tu problema”.
Frank Gehry es seguramente el más pródigo a la hora de infringir los principios de utilidad, fifirmeza y belleza que acuñó Vitruvio. En 2007, el MIT demandó al arquitecto porque en el Centro Ray y Maria Stata, fifinalizado tres años antes, habían aparecido grietas y manchas de moho en las paredes y en invierno se formaban carámbanos en los salientes. La contratista Skanska ya había alertado sobre los problemas que su construcción conllevaría. ¿Por qué? Gehry había proyectado la forma sin pensar en el funcionamiento. Lo mejor llegó con el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles. Al sol de California, los reflflejos del metal que lo cubría elevaban 15ºC la temperatura de la acera. Los visitantes tenían la sensación de entrar en un horno, pero se trataba del intenso calor que emanaba del ego arquitectónico de Gehry.
Hace poco, en Londres, también sufrimos un choque térmico de provenencia arquitectónica: el walkie-talkie, de Rafael Viñoly. Su banalidad conceptual salta a la vista por su parecido a un transmisor-recep- tor. Pero los defectos eran funcionales además de artísticos: su curvatura actuaba como espejo cóncavo que concentraba la inusual luz solar londinense en un feroz rayo que derritió, literalmente, el Jaguar de un ejecutivo. Hubo que instalar carísimos deflflectores, añadiendo el despilfarro a los cargos estéticos contra Viñoly.
Mi buen amigo John Pawson se ha labrado una reputación diseñando hermosos y serenos espacios en los que no existe el desorden. Una vez, en su casa, abrí casualmente un armario invisible y me encontré con una abrumadora avalancha de cables USB, libros de bolsillo y todo tipo de detritus doméstico. Aunque para avalanchas arquitectónicas siniestras, la de I.M. Pei en Boston. Tras fifinalizar la Torre John Hancock en 1976, muchos de sus 10.000 cristales comenzaron a desprenderse y a amenazar la vida de los viandantes.
¿Y Calatrava? Además de su tendencia a las goteras, en España sus puentes expresionistas se asocian a un irresponsable derroche municipal. En Londres, Terry Farrell diseñó la sede del Servicio Secreto y pensó que los espías necesitaban un edifificio atrozmente absurdo y llamativo. El ArcelorMittal Orbit, un absurdo tobogán que diseñaron el escultor Anish Kapoor y al famoso ingeniero Cecil Balmond, fue descrito en 2012 como “el peor ejemplo de arquitectura hasta hoy”. Pero hay muchos contendientes para tan dudosa distinción. Y habrá más. Quizá Flaubert no bromeaba. Le Corbusier dijo que el “diseño es la inteligencia hecha visible”; a veces, también manififiesta imbecilidad.