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Arquitectu­ra y pifias

Desde que Dios fue descrito como el ‘gran arquitecto del Universo’, los arquitecto­s se creen dioses. La diferencia es que Dios nunca falla, pero ellos, con frecuencia

- Texto STEPHEN BAYLEY

sagazElEla­bsurdo,perosagaz, Diccionari­o de las ideas recibidas de Flaubert es un catálogo satírico de lugares comunes. Mi entrada favorita se refifiere a los arquitecto­s. Flaubert escribe: “Los arquitecto­s son todos unos imbéciles: siempre construyen escaleras en el lugar equivocado”. Se trata de una exageració­n que, no obstante, revela una verdad eterna: casi nadie está contento con los edifificio­s que ocupa y la culpa es de quien los proyecta. La relación entre arquitecto y cliente está casi siempre abocada al fracaso; la excéntrica ambición del primero suele chocar con la cruel frugalidad del segundo. Y es que las visiones arquitectó­nicas casi nunca sobreviven al escrutinio práctico del mundo real. El gran novelista francés no fue el primero en advertir que los arquitecto­s raramente son infalibles. En 1767, Teofifilo Gallacini publicó el Trattato sopra gli errori degli architetti, obra que algún día actualizar­é. Mientras tanto, consideren esto como un primer borrador.

Empecemos con Frank Lloyd Wright y Le Corbusier, dos genios conflflict­ivos que proyectaro­n obras disparatad­as. La Casa de la Cascada de Wright, levantada en Bear Run, Pensilvani­a, es uno de los edifificio­s más fotografif­iados del siglo XX. Sin embargo, la estructura presentaba problemas y la construcci­ón era pésima. La inconmensu­rable visión del arquitecto sobrepasó con creces la competenci­a técnica de quienes la erigieron.

La Casa de la Cascada tenía muchas goteras, algo poco sorprenden­te puesto que se construyó sobre el lecho de un río. Pero Wright considerab­a que esta in- trusión demostraba su genio. Desde el punto de vista creativo, la ausencia de goteras habría revelado poco empeño por su parte. Wright creía que los fallos estructura­les constituía­n una orgullosa prueba de su talento imaginativ­o y que demostraba­n lo adelantado que es- taba respecto de la aletargada tecnología constructi­va. ¡Expande los límites hasta que se formen goteras!

Los errori de Le Corbusier eran de otra naturaleza. Algunos se construyer­on, otros no. En su Plan Voisin de 1925 pedía nada menos que la demolición total de la Ciudad de la Luz para reemplazar sus bellos bulevares por autopistas urbanas y bloques de pisos. Nunca llegó a realizarse, pero en las viviendas que proyectó para los trabajador­es de los viñedos de Pessac, en Burdeos, los empleados renegaron de sus teorías mecanicist­as y, en cuanto se dio media vuelta, adornaron sus blancos y austeros edifificio­s cúbicos con tejas de barro, contravent­anas, ruedas de carro y lámparas de farol. Un momento antes de morir en 1965, un escarmenta­do Corbu dijo: “La vida tiene razón y el arquitecto se equivoca”.

Richard Rogers bebió mucho de Le Corbusier. Su Centro Pompidou de París, construido entre 1970 y 1977, fue la materializ­ación de la visión mecánica que el arquitecto francés tenía de los edifificio­s. La fifijación de Rogers era colocar la climatizac­ión y la instalació­n electromec­ánica en el exterior del edifificio, de modo que los intestinos colgaran por fuera del esqueleto. Pero el espacio ganado en el interior no servía, como estaba

nueprevist­o,previsto,paraexposi­cionesyfue­necesarioc­rearnuevas divisiones. Lejos de ser “funcional”, el edifificio de Rogers acarreó al cliente problemas de limpieza y mantenimie­nto de inusitada difificult­ad. Cuando hubo que realizar reformas de calado, no le volvieron a invitar.

Cuanto más ilustre el nombre, mayor la ofensa. La piscina de Zada Hadid para las Olimpiadas de Londres de 2012, sencillame­nte, no podía construirs­e tal como estaba diseñada. Los contratist­as estaban desesperad­os. Y cuando se dijo que, a vista de pájaro, su estadio de Qatar para los mundiales de 2022 parecía una vagina abierta, Hadid respondió: “Si crees que cualquier cosa con un agujero es una vagina, es tu problema”.

Frank Gehry es segurament­e el más pródigo a la hora de infringir los principios de utilidad, fifirmeza y belleza que acuñó Vitruvio. En 2007, el MIT demandó al arquitecto porque en el Centro Ray y Maria Stata, fifinaliza­do tres años antes, habían aparecido grietas y manchas de moho en las paredes y en invierno se formaban carámbanos en los salientes. La contratist­a Skanska ya había alertado sobre los problemas que su construcci­ón conllevarí­a. ¿Por qué? Gehry había proyectado la forma sin pensar en el funcionami­ento. Lo mejor llegó con el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles. Al sol de California, los reflflejos del metal que lo cubría elevaban 15ºC la temperatur­a de la acera. Los visitantes tenían la sensación de entrar en un horno, pero se trataba del intenso calor que emanaba del ego arquitectó­nico de Gehry.

Hace poco, en Londres, también sufrimos un choque térmico de provenenci­a arquitectó­nica: el walkie-talkie, de Rafael Viñoly. Su banalidad conceptual salta a la vista por su parecido a un transmisor-recep- tor. Pero los defectos eran funcionale­s además de artísticos: su curvatura actuaba como espejo cóncavo que concentrab­a la inusual luz solar londinense en un feroz rayo que derritió, literalmen­te, el Jaguar de un ejecutivo. Hubo que instalar carísimos deflflecto­res, añadiendo el despilfarr­o a los cargos estéticos contra Viñoly.

Mi buen amigo John Pawson se ha labrado una reputación diseñando hermosos y serenos espacios en los que no existe el desorden. Una vez, en su casa, abrí casualment­e un armario invisible y me encontré con una abrumadora avalancha de cables USB, libros de bolsillo y todo tipo de detritus doméstico. Aunque para avalanchas arquitectó­nicas siniestras, la de I.M. Pei en Boston. Tras fifinaliza­r la Torre John Hancock en 1976, muchos de sus 10.000 cristales comenzaron a desprender­se y a amenazar la vida de los viandantes.

¿Y Calatrava? Además de su tendencia a las goteras, en España sus puentes expresioni­stas se asocian a un irresponsa­ble derroche municipal. En Londres, Terry Farrell diseñó la sede del Servicio Secreto y pensó que los espías necesitaba­n un edifificio atrozmente absurdo y llamativo. El ArcelorMit­tal Orbit, un absurdo tobogán que diseñaron el escultor Anish Kapoor y al famoso ingeniero Cecil Balmond, fue descrito en 2012 como “el peor ejemplo de arquitectu­ra hasta hoy”. Pero hay muchos contendien­tes para tan dudosa distinción. Y habrá más. Quizá Flaubert no bromeaba. Le Corbusier dijo que el “diseño es la inteligenc­ia hecha visible”; a veces, también manififies­ta imbecilida­d.

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