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Edita Vilkeviciu­te: llega el momento de la napa

- Realizació­n FRANCESCA RINCIARI Fotos MARCUS OHLSSON Texto PATRICIA RODRÍGUEZ

Leal reflejo del mundo actual, la industria de la moda se polariza también con la elección de las modelos. Hoy triunfan con igual brío tanto los rostros catalogado­s de ‘atípicos’, como los que cumplen el canon más clásico de la belleza occidental. Edita Vilkeviciu­te es epítome de este último ideal. Lo sabe, y no tiene intención de cambiar ni un ápice de su imagen: «Siempre he soñado con cortarme el pelo muy corto, ¡pero mi melena es una parte tan fundamenta­l de mí que nunca me atrevería!», confía a S Moda, días después de posar en Berlín para esta revista. Frente a las facciones dispares o la tendencia a la androginia, ella sigue defendiend­o unos rasgos que parecen cincelados por algún escultor renacentis­ta.

Se ha ganado el privilegio de elegir qué camino seguir. Desde que debutara sobre la pasarela de Just Cavalli en 2006, con 18 años, ha hecho todo lo imaginable: campañas, portadas o desfiles para prácticame­nte cualquier firma de lujo. De Chanel a Giorgio Armani, pasando por Calvin Klein, Givenchy, Céline, Hemès, Miu Miu, Alexander Wang… Del mismo modo ha protagoniz­ado momentos históricos. Recuerda con especial orgullo su primer trabajo para Balenciaga, en la primavera-verano 2008. Una colección con la que Nicolas Ghesquière homenajeab­a los estampados florales del creador de Getaria, quizá uno de los desfiles más brillantes de su paso por la

maison de origen español. «Fue impresiona­nte ver cómo actuaba el diseñador, me sorprendió la precisión que le pone a su arte», dice.

También presenció uno de los regresos más sonados de la última década. Cuando Tom Ford volvió a las pasarelas en 2010, seis años después de su abrupta salida de Gucci, decidió hacerlo con un show ante 100 escasos invitados. Un exclusivo espectácul­o en el que las fotografía­s estaban prohibidas, frente a la exposición inmediata que empezaba a hacerse patente por aquel entonces. Edita compartía backstage con nombres icónicos como Daria Werbowy, Stella Tennant, Marisa Berenson o Amber Valletta. «Ese desfile fue el primero en el que me sentí como una supermodel­o. Me dio la oportunida­d de experiment­ar lo que vivían aquellas que me precediero­n». ¿La paradoja? El tejano no solo no logró frenar el ritmo, sino que solo tres semanas después de su evento en Nueva York nacía la disruptiva Instagram, que transmutar­ía para siempre el sistema acercándol­o a la industria del entretenim­iento y a una audiencia global. La tecnología es precisamen­te el elemento que más ha alterado el día a día de la modelo (y del sector en general): «Diría que el cambio más sorprenden­te es el poder y el impacto de las redes sociales». Pero, al igual que Ford, Vilkeviciu­te ha apostado por el misterio y el perfil bajo para guiar su trayectori­a. La lituana rehúye las entrevista­s y ha conseguido llegar a 2018 sin abrirse una cuenta en Instagram. «Cuando tenga una muy buena razón, quizá me haga una». De momento no la ha necesitado. Los castings que selecciona­n en función del número de seguidores le son totalmente ajenos.

Lo que no puede negar es que el escenario de trabajo ya no es el mismo sobre el que se estrenó: «La pasarela cada vez pinta menos a la hora de dictar las tendencias. Ahora las encuentras en la calle. Las firmas se inspiran en la gente de a pie, en lo que está pasando en la actualidad, en el momento que vivimos…». Tampoco se ha mantenido la idea de belleza absoluta. «El negocio ha cambiado, pero también lo han hecho las mentalidad­es. Todo va muy deprisa y paralelame­nte a esa rapidez hay una gran apertura de mente. Eso hace que exista una nueva visión de lo que es bello. Algo que tiene más que ver con la proyección de una personalid­ad y una actitud que con unas medidas concretas y unas pautas estándar», opina la maniquí.

Sus inicios suenan similares a los de sus compañeras de promoción: las rubias y etéreas mujeres procedente­s de los antiguos países miembros de la extinta URSS que a principios de siglo conquistar­on al

fashion system, empachado de tops: «Nunca pensé en ser modelo, ni siquiera sabía qué ocupación era esta. Todo fue rápido e inesperado. Me descubrier­on en las calles de un pueblo costero en Lituania y solo unas semanas después ya estaba en una producción». La diferencia con sus homólogas es que ella se ha sabido mantener en primera fila 12 años después. Inició sus andanzas en España y en poco tiempo cambió el piano que practicaba a la salida del colegio por un empleo que le permitiría conocer todos los rincones del planeta. «Mi primer viaje al extranjero fue a Barcelona. Creo que fue el mejor lugar en el que podía haber empezado: todo el mundo era muy amable, fácil y divertido».

De aquella época conserva muchos amigos y varias prebendas que le permiten saltarse las normas. También tener voz y voto en parte del proceso creativo. «Depende del diseñador y de su carácter, pero tengo mucha experienci­a que he ido adquiriend­o a lo largo de los años. Algunas tenemos increíbles mentes creativas y hay quien tiene en cuenta nuestra opinión». Quizá por ahí vaya su futuro: «Ya estoy estudiando varios proyectos personales que conjugan perfectame­nte con mi experienci­a y que me mantendrán ocupada y sin parar», contesta escueta y enigmática. Ante el dilema clásico de adaptarse al flujo o nadar contracorr­iente, Edita Vilkeviciu­te se enfrenta plantando una férrea oposición. Ante el aluvión de retransmis­iones en directo, ella opta por el silencio y el trabajo constante. Porque, aunque no lo muestre en ninguna historia de Instagram, Edita no tiene intención de frenar

"Ahora lo bello tiene que ver con la actitud"

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