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DE NAMIBIA AL SOFÁ

La escritora repasa sus viajes veraniegos y las lecturas ligadas a ellos

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Los años se miden por veranos y en mis veranos, esos periodos de prórroga y excepción, suena Tracy Chapman en ese coche que avanza a través de las expectativ­as de los días de agosto con Fast car. En esa canción, en la promesa del coche que avanza hacia otro lugar –hacia el cambio, quizás– se condensan muchos de mis recuerdos de lecturas y viajes de verano. Viajar y leer son dos formas de moverse, pero tienen en común eso mismo: el movimiento y, cuando me preguntan por qué lo hago, viajar, leer, no sé qué responder. Pero sé que no lo hago para escapar de la vida, sino para que la vida no se escape de mí.

Puedo enumerar veranos partiendo de los libros que me llevé conmigo (o mejor dicho, que se quedaron conmigo). Hablar de

Qué es el qué en el Algarve: juraría que ni siquiera fui a Portugal, sino que me pasé una semana entera en la guerra de Sudán del Sur de la mano de Achak, deseando que Tabitha no se marchara. O El olvido que

seremos, que me acompañó en un vuelo de Madrid a Bogotá un julio y mi recuerdo más nítido son esas 10 horas de viaje en las que me enamoré de esa historia que es una carta de amor de un hijo a su padre. De Namibia guardo fotos impresiona­ntes, pero, sobre todo, recuerdo a Lucia Berlin y su Manual

para mujeres de la limpieza y aquella frase que subrayé: «Una vez me dijo que me amaba porque yo era como San Pablo Avenue». Hoy sigo sin saber qué es San Pablo Avenue, pero llega el verano y sé que eso significa mucho. Como sé que es mejor estar en Namibia, en Colombia o en el sofá de casa acompañada de las historias que no suelen aparecer en las fotografía­s porque están dentro de esas otras imágenes, las nuestras, las que visitamos años después sin que el tiempo pueda hacer nada por estropearl­as. Autora de ‘Qué vas a hacer con el resto de tu vida’ (Alfaguara).

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