El Pais (Madrid) - Icon Design
Thomas Heatherwick: “Los museos se han convertido en un cliché perverso”
Mientras unos teorizan, este británico de 48 años se dedica a construir obras públicas gigantes e imaginativas. Inauguraramos con él la última, el Zeitz MOCAA de Ciudad del Cabo, el primer museo de arte contemporáneo africano del mundo
A ratos, el responsable del mayor proyecto arquitectónico de la África reciente parece un tipo que pasaba por allí. Th omas Heatherwick (Londres, 1970) tiene pinta de despistado, ojos enormes estilo manga, brazos que se mueven expresivos y unos rizos bastante envidiables. Si no fuera por su atuendo ultramoderno –entre uniforme de chef y camisa de fuerza–, pocos le identificarían como el diseñador que ha ideado el fastuoso Zeitz MOCAA, a cuya inauguración hoy en Ciudad del Cabo ha invitado a ICON uno de sus patrocinadores, Gucci. Un antiguo silo de grano de maíz situado en el paseo del Victoria & Alfred Waterfront, con uno de los metros cuadrados más caros de todo el continente, que este showman de la arquitectura ha transformado en el primer gran museo de arte contemporáneo africano de la historia.
El proyecto –de 30 millones de euros, barato para estándares occidentales– pretende ser algo así como la respuesta sudafricana al Guggenheim de Bilbao. De capital enteramente privado, alberga en sus 6.000 metros cuadrados la colección que ha amasado en la última década Jochen Zeitz, un filántropo alemán enamorado del arte africano joven que, en su antiguo cargo como consejero delegado de Puma, convirtió la marca deportiva en una de las tres más deseadas del planeta (no hace falta decir cuáles son las otras dos).
Heatherwick tampoco anda corto de credenciales. Desde 1994, además de abundante obra pública, su estudio ha firmado proyectos particularmente sensibles, como el rediseño del icónico autobús de dos pisos londinense (una renovación de flota que no se acabaría de completar debido a su elevado coste) o el pebetero de pétalos de bronce de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012. Reconocido con el título de Comandante de la Excelentísima Orden del Imperio Británico, comparado con Miguel Ángel por Boris Johnson y con Leonardo por Terence Conran –el padre del diseño moderno británico– y elevado incluso a las listas de los más elegantes por la revistas de moda de su país, Heatherwick es desde entonces toda una estrella de la arquitectura. Salvo por un pequeño detalle: no llegó a graduarse, así que técnicamente no lo es. Por eso le acompaña siempre la etiqueta de diseñador, quizá más acorde con el grado de riesgo y experimentación con los que aborda cada uno de sus proyectos, generalmente públicos y, a ser posible, mastodónticos. Tanto como el Zeitz MOCAA.
Tengo entendido que llevaba años obsesionado con este edificio.
Lo visité por primera vez hace casi 13 años. Estaba lleno de cacas de paloma, tubos y un centenar de tubos gigantescos. No había espacio para nada más. Era como un panal de abejas, un montón de paja empaquetada o una estación eléctrica llena de turbinas. Pero pensamos que tenía un potencial inmenso. Durante seis años, nada se concretó, hasta que hicimos un estudio de viabilidad para convertirlo en algún tipo de institución cultural. Intenté no enamorarme demasiado, aunque las emociones brotaran de mi estómago, porque en el mundo de la arquitectura es bastante frecuente que las cosas no se acaben llevando a cabo. El desafío no es solo sentarte a dibujar e imaginar cómo esculpir un espacio. Muchas veces se trata de dilucidar cómo sacar algo adelante con recursos muy modestos.
¿Evitó demolerlo por miedo, por respeto o porque le obligaron a no hacerlo?
Podríamos haber justificado la demolición total de la estructura, porque había argumentos. Este edificio es de una época en la que se oprimía a la gente de raza negra. Pero también fue el edificio más alto de la África subsahariana durante medio siglo. Y desde arriba se ve Robben Island, donde encarcelaron a Mandela. Había algo idiosincrásico. Tenía alma. Y concluimos que valía la pena conservar buena parte de la estructura original en lugar de levantar una nave espacial de cero. Escaneamos digitalmente un grano de maíz, uno como cualquiera de los millones que almacenó el silo durante años. Una vez conseguimos la forma en 3D, la agrandamos hasta alcanzar un volumen de diez pisos y vaciamos la estructura tubular interior del edificio dejando un espacio hueco que tenía exactamente esa forma. El reto fue destruir sin miedo, sin tratar esta construcción como un templo. Después, al comprobar cómo la luz solar penetraba desde arriba, concluimos que el resultado tenía un efecto emocional poderoso.
Este tipo de edificio-institución suele apostar por fachadas muy emblemáticas. Sin embargo, es verdad que la auténtica magia arquitectónica del Zeitz MOCAA ocurre en el interior.
Aquí no hay la misma cultura museística que en Europa. Y nuestro reto era, efectivamente, hacer que el público entrara. Despertar la curiosidad para que accediera al vestíbulo principal y tentarlo para que siguiera descubriendo las salas. Es la principal motivación: provocar la interacción del espacio con el público. Me voy a quedar aquí una semana más, quiero verlo lleno de colegiales de visita, gente que llegue sin ningún tipo de expectativa, incluso arrastrada.
Algunos critican que el proyecto es una imitación elitista de las instituciones museísticas occidentales en un lugar que poco tiene que ver.
En Europa y Norteamérica todas las ciudades quieren tener un espacio así. Se ha convertido en un cliché del desarrollo urbano y el crecimiento hasta un extremo perverso. Pero en un continente que es más grande que Europa y Norteamérica juntas y donde no había nada igual, tiene un significado diferente. Buena parte del arte más increíble del momento se está creando aquí, y es una locura que muchos de estos artistas tengan que trasladarse o tengan que enviar su trabajo a otros continentes. Hubo una rueda de prensa en la que los promotores del museo, el comisario y yo explicamos el proyecto, y después otra con diez de los artistas representados en el Zeitz MOCAA. Fue algo eléctrico. No solo decían que era útil tener este museo y que muchas gracias, sino que de repente se hizo evidente cómo daban por sentado que esta nueva institución les pertenecía. Y así es, los artistas ya la han conquistado. Sentí que ya podía hacer las maletas. Fue como una carga negativa y otra positiva que de pronto se encontraban. Resultó muy emocionante. Imagino que las próximas décadas se levantarán decenas de proyectos parecidos por todo África.
Con solo 48 años –joven para los estándares arquitectónicos– ha hecho mucha obra pública. ¿Qué ha aprendido del poder político y empresarial con el que ha tenido que lidiar?
Desde muy joven me extrañó que se diera por hecho que los espacios privados tenían que ser especiales y se aceptara que los públicos fueran, en demasiadas ocasiones, una basura: desde las paradas de bus o los propios autobuses hasta las gasolineras, los colegios o las enfermerías. Yo lo que veía ahí era margen de mejora. Un margen entusiasmante. La vida es corta y, en el mundo de la arquitectura, aún más, porque los proyectos pueden durar décadas y al final no son tantos los que completas en una vida. Así que mi idea es implicarme muy personalmente en todos aquellos en los que me embarco y hacer que realmente im- porten, empujando a todas las partes en la misma dirección, ya sean operarios, políticos o accionistas. Lo que impulsa mi estudio son aquellos proyectos públicos en los que las expectativas son muy bajas, aunque sea por motivos poderosos: sabemos que en lo público los permisos son complicados de conseguir, que hay muchas organizaciones implicadas, muchas opiniones. Pero nuestro compromiso para marcar la diferencia es real. Se trata de no rendirse y de nunca echarle la culpa a nadie. El triunfo de la democracia es que todo el mundo tiene una voz y, si la motivación viene del lugar adecuado, siempre encontrarás quien la apoye. Mi abuelo era comunista, ¿sabe? Luchó en las Brigadas Internacionales contra los fascistas en la Guerra Civil de su país, y mi familia me educó en la idea de que todo el mundo merece el mismo trato y todas las vidas importan.
Su estudio llamó la atención del mundo en 2010, cuando realizó el pabellón de Reino Unido para la Expo de Shanghái, un cubo con 60.000 tubos acrílicos transparentes que volaban siete metros, creando la ilusión de un edificio peludo. Y ahora ha basado el diseño del Zeitz MOCAA en un enorme grano de maíz. ¿Hay humor en ello?
Lo puede parecer, pero los proyectos que hacemos están hechos con extrema seriedad. Definimos el objetivo y vemos cómo conseguirlo. En la Expo de Shanghái había más de dos centenares de pabellones y nos encargaron que estuviéramos en el top cinco dándonos la mitad del presupuesto que otros países occidentales. ¿Y cómo se consigue eso? Cuando haces un edificio, tienes un contexto urbano en el que fijarte. Aquí tuvimos que predecir un contexto que aún no se había construido para crear un contraste. Le aseguro que fue un proyecto muy serio que no construimos con una sonrisa en la boca [risas].