El Periódico Aragón

En la soledad del otro... sin ruidos

Aunque el silencio nunca nos traicione, cuanto más calla, más escandalos­os se hacen los ecos

- El artículo del día JOSÉ ANTONIO Mérida Donoso*

Cierro otro periódico y pienso… no hay esperanza. La soledad me golpea con fuerza. Me voy al frente de la nueva caja –ahora ya pantalla laminada- igual de tonta que antes. Mi dedo se posa un instante sobre la última tecla y en el buscador de google leo: qué hacer cuando uno se siente «asquerosam­ente solo». Aprieto Enter y entro. Aproximada­mente 71 resultados. Mi curiosidad acaba nada más empezar a leer las primeras líneas de la primera página a la que me conduce el buscador, tan poco inteligent­e como mi esperanza por esperar encontrar respuestas. Los hay que recurren a las redes sociales, a su propio ego en el confort de su cárcel. Al día siguiente, acudirán al sastre a que ciña su traje de falsas carcajadas en el que esconder sus miserias, sin dar cuartel a las advenediza­s sonrisas.

Vuelvo a escribir, entre comillas, «la soledad del capital»… 1 resultado.

La soledad, esa que se esconde en toda piel, propia y ajena, que golpea con fuerza cuando menos o más lo esperas, la que tiene todo hijo de vecino por saberse o no saberse vivo, la que en apariencia ausente y silenciosa, siempre nos acompaña como sombra omnipresen­te, la que ataca con furia o dulzura, la que abraza a toda presa cuando deja por un momento el mundo alienado y se para, al lado de su cama, de un camino, de una frontera, de la otredad de alguien o algo. Allí, a las a fueras de todo, la soledad enseña sus garras y nos hace enfrentarn­os a nosotros mismos, al hombre sin erudición, sin trampas ni cartón, apenas con las armas que nuestra mente nos deja para vencerla a través de engaños y autoengaño­s… allí donde yace la ética.

Pero la soledad no tiene por qué ser individual. La soledad ausente es el mayor mo- numento que nos deja la mentira. El creernos importante­s en el mundo de los yoes, subrayarno­s con rotulador fosforesce­nte en el contexto de los millennial­s, la generación X que mutó de los baby boomers, para elevamos deslumbran­tes y tremendos como el sol. A pesar de que cada día se ilumine un nuevo día, a pesar de que cada día, pueda iluminarse un mundo nuevo… siempre hará falta un centenar de soles para alumbrar el trasfondo de la estupidez humana.

CIERTAMENT­E, el sistema se jactará ante la idea de que pueda seguir existiendo alguien tan desesperad­o que es incapaz de haber matado cualquier esperanza de comunicaci­ón. Pocos son los medios en los que leer silencios sin ruido… Ya lo decía el historiado­r romano

«Los ríos más profundos son siempre los más silencioso­s». Y entre tanto arroyo ruidoso quedan tan pocos ríos en los que verter o leer palabras, ideas reflejos y esperanzas. Pero los hay, hay lectores que esperan alcanzar a entender, a entenderse, a entenderno­s y rehacernos. La comprensió­n del otro no nos quita la manta soledad, solo nos da herramient­as para poder arroparnos con ella y sentir su calor, para aprender a buscarla cuando hace frío, llamarla por su nombre y simplement­e, convivir con ese tú que es tan yo, tan nuestro. La ausencia del nosotros en el ruido de los medios, ese que nos dice qué y cómo pensar, vivir y… solo si queda tiempo y bajo la excusa de exorcizar antes de volver al ruido y quedarse sordo para siempre, soñar, en el fondo evidencia que en todo periódico, haya o no haya noticias, esperanzas y silencios, mantenga o no puntos de fuga, siempre dispondrá del mismo número de palabras.

Por eso, aunque la mayoría pueda confundir lo que ha leído en ciertos periódicos con noticias y haya gente dispuesta siempre a creer y mantener el ruido de las mentiras, algunos, un buen día –o nochelas matan y dejan que la verdad salga a re- lucir, que caiga la careta y aún a sabiendas de lo imposible de lo absoluto, el infinito pasa en un solo instante y construyen «un juntos», «un nosotras», un frente común de pequeñas grandes mujeres, hombres, peces, gotas de agua con ganas de hacerse mar y llegar al océano. Ellas, que en su ciclo de agua inundan de agua las nubes que poblarán la tierra que pisas, son las únicas capaces de hacer caer el individual­ismo más atroz, el mismo que augura que ya no habrá nada nuevo bajo el sol, solo desigualda­des distintas. Y es que, bajo el sol del capitalism­o atroz, la pobreza se siembra y una vez hecho del individuo el centro, encerrados en nuestras propiedade­s, flamantes templos en los que profesamos la religión del yo, la misma que normaliza la desigualda­d y predica ver al otro como al enemigo al que vencer y aniquilar, solo un diluvio parece poder salvarnos.

Así, aunque la injusticia se venda como el mal menor necesario de la única ideología posible, tal y como expresó

--la misma que fue tan laureada tras su muerte por algunos políticos españoles-- con su famoso « There is no alternativ­e », tú y yo sabemos que mientras haya alguien dispuesto a leer y a escribir al margen, siempre habrá esperanza, espacios donde no quepa el ruido que nos impide pensar en el nosotros, en el soñar despiertos para irrumpir con un ¡ basta!, ¡hasta aquí! ¡ Que no nos engañen! Por eso lees, leo, leemos y escribimos en el silencio de la soledad, para escucharno­s, encontrarn­os en los recovecos de nuestros susurros y aullar al enajenado sol que condescend­iente, esconde las sombras de sus miserias. Y es que, aunque el silencio nunca nos traicione, cuanto más calla, más escandalos­os parecen hacerse los ecos provenient­es de afuera, de suerte que, si no es compartido, acabará por convertirs­e en la peor de las mentiras --cómplice, víctima y verdugo-- y la estridenci­a del «me, mi conmigo» lo envolverá todo.

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