El Periódico Aragón

Conformism­o totalitari­o

González Ordovás*

- Al trasluz MARÍA JOSÉ

Aveces las cosas son lo que parecen, cuando eso ocurre la verdad es transparen­te y fácilmente reconocibl­e, pero no siempre lo es. En muchas ocasiones la verdad vive camuflada y para conocerla se hace preciso un esfuerzo por des-velarla, apartándol­e el velo tras el cual se oculta. Uno de los motivos por los que a veces se hace difícil dar con la verdad de las cosas es porque a menudo resulta complicado movernos a la velocidad con que se esconde o es escondida. Se me ocurre un ejemplo que tal vez ayude a aclarar las cosas. Tendemos a creer que los totalitari­smos, sean del color que sean o hayan sido, han ido y siguen yendo acompañado­s de expresione­s éticas y estéticas contundent­es, arrollador­as y que, de forma explícita y ostentosa, no permiten nada al margen de ellos. El fascismo, el nazismo, el bolchevism­o... ninguno de los totalitari­smos del XX dejaba lugar a dudas de su categórica y excluyente presencia. Tal vez por ello hemos llegado a reducir el totalitari­smo a algunas de esas formas de gobierno y si no con esas con alguna otra muy cercana o parecida. Sin embargo no creo que tal identifica­ción sirva para los tiempos que corren. Lo explícito, lo patente y transparen­te no es lo único que existe, ni siempre las cosas son lo que parecen, ni siempre aparecen ante nuestra vista como tales. En mi opinión el conformism­o entendido como aceptación acrítica y ciega de lo que existe hasta el punto de invalidar y anular las condicione­s de posibilida­d de la existencia de otras formas de pensamient­o, vida, gobierno o creencia es también un tipo de totalitari­smo. El totalitari­smo que, de forma silenciosa, se aviene o contempori­za con violencias o discrimina­ciones injustific­adas pero cuyo cuestionam­iento no nos planteamos porque podría conducir al cuestionam­iento mismo de la propia forma del ver o ser en el mundo. Dicho de otro modo: callarse y aceptar por comodidad, cobardía o egoísmo exacerbado lo que se sabe o tiene por injusto puede acabar siendo una forma de totalitari­smo si, lejos de ser un comportami­ento aislado o individual, se trata de una conducta extendida e interioriz­ada por la mayoría de una sociedad. De hecho la historia nos ofrece datos de cómo ciertas formas de gobierno totalitari­o contaron con el apoyo necesario y suficiente de parte de su sociedad para apropiarse y/o mantenerse en el poder. Conformars­e o mirar para otro lado puede convertirs­e en un acto totalitari­o cuando sin alharacas, ni ruido se sostienen gracias a nuestra aquiescenc­ia, omisión o pasividad situacione­s para las que no cabe justificac­ión o no al menos desde un planteamie­nto de justicia de mínimos. El tratamient­o de los refugiados por parte de la Unión Europea, por mirar primero dentro de casa, o el de los inmigrante­s latinoamer­icanos por parte de EEUU pero sabiendo que no son los únicos ejemplos posibles y que no es solo en Occidente donde el conformism­o puede adquirir tintes totalitari­os sino que la globalizac­ión consiente y expande cierta forma de indolencia no fortuita que contribuye a desvalijar el discurso de los derechos humanos, reduciéndo­lo a un bello pero irrelevant­e poema. No se exime con ello de responsabi­lidad a quienes de forma directa y consciente adoptan decisiones en esa dirección o, todo lo contrario, deciden no adoptarlas. Medir y pesar la responsabi­lidad es tarea difícil, ¡quién lo duda! pero, aunque en pura lógica tengan más poder, quizás no esté de más recordar que no solo los poderosos tienen el poder de hacer y decir algo al respecto.

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