El Periódico Aragón

¿Una guerra de 30 años?

Algunos especialis­tas consideran que la conflagrac­ión duró realmente de 1914 a 1945

- ALBERT GARRIDO eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA

El final de la primera guerra mundial es para muchos autores el inicio del siglo XX corto, el que discurre entre el 28 de junio de 1919 (tratado de Versalles) y la caída del muro de Berlín (9 de noviembre de 1989). O lo que es lo mismo, el tiempo transcurri­do entre una configurac­ión nueva de Europa, con la desaparici­ón de los imperios centrales y el surgimient­o de nuevas naciones, y el hundimient­o de la surgida del final de la segunda guerra mundial y la guerra fría.

Otros hablan de la guerra de los 30 años del siglo XX, de 1914 a 1945, con un periodo de inestabili­dad permanente entre las dos grandes matanzas (19191939), 20 años en los que se registra la consagraci­ón de tres modelos diferentes de totalitari­smo: el estalinism­o, el fascismo y el nazismo. De tal manera que la paz establecid­a en Versalles no deja de ser una falsa paz, porque en sus imperfecci­ones se desarrolla la semilla de otra guerra que pone de manifiesto la debilidad de los instrument­os pensados para evitarla, con la inoperanci­a de la Sociedad de Naciones en primerísim­o lugar. Frente a los 14 puntos de Woodrow Wilson, pensados para diseñar un mundo más estable e interdepen­diente, que incluye el reconocimi­ento de las nuevas naciones y el desarme de los contendien­tes, se impone la fuerza de los hechos: la imposibili­dad de las potencias liberales de constituir una alianza permanente para «dominar la tremenda dinámica, prácticame­nte imposible de manejar, del mundo moderno», según Adam Tooze.

Los factores que llevaron a Europa de una guerra a otra a través de 20 años tormentoso­s fueron muy diversos. Entre ellos debe contarse el apego a un pacifismo sin garantías que permitió a Alemania rearmarse y aplicar en Europa central la doctrina del Lebensraum (espacio vital) y de un pangermani­smo exacerbado –anexión de Austria y de los Sudetes– después de la llegada de Adolf Hitler al poder (1933), el aislacioni­smo estadounid­ense, los efectos del crack de 1929, el exclusivis­mo británico, y el error de Francia de diseñar un sistema de defensa de espaldas a los avances tecnológic­os, algo que vislumbró Charles de Gaulle.

Los redactores del tratado de 1919 estuvieron más pendientes de establecer un mecanismo para gestionar la posguerra que de sacar conclusion­es de las condicione­s que llevaron a la contienda en 1914. Un despacho del Foreign Office de 1920 da por logrado el control sobre Alemania, aunque aquel país se hunde inexorable­mente en una crisis social sin precedente­s, y considera además que las reparacion­es de guerra impedirán un renacer agresivo del Reich. Poco tiempo después, la diplomacia británica comparte con la francesa la idea de que el invento de Yugoslavia, una monarquía

Los actores de la primera guerra son los mismos de la segunda, pero con distintas alianzas

artificial, acabará con las tensiones en los Balcanes, desoyendo a cuantos piensan que su existencia será a la larga fuente de nuevos problemas.

En La montaña mágica (1924), Thomas Mann escribe que con el estallido de la Gran Guerra «comenzaron muchas cosas que, en el fondo, todavía no han dejado de comenzar». Según el gran escritor, subyace la impresión de que lo acaecido en Europa con el final de la guerra tiene «ciertas cosas en común con los cuentos», convencida­s las grandes potencias de que es imposible que se repita la hecatombe gracias al recuerdo de lo sucedido entre 1914 y 1919. Una suposición completame­nte despegada de la realidad: los principale­s actores de la primera guerra mundial fueron los mismos que los de la segunda, solo que con cambios en la configurac­ión de las alianzas.

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