‘Jake mate’
No olvidemos que aquí, como en Norteamérica, las derechas tampoco han aceptado su derrota electoral
Los mejores mentirosos no son quienes mejor ocultan la verdad sino quienes crean y creen sus propias falsedades o aceptan como irrefutables las de los demás. En los años treinta del pasado siglo, el estadounidense Leonarde Keeler desarrolló el polígrafo, un aparato para descubrir engaños. Dicho artefacto registraba variaciones fisiológicas (presión arterial, ritmo cardiaco, frecuencia respiratoria…etc.) que se producían en el sujeto como consecuencia de las respuestas que emitía ante las preguntas a las que era sometido.
El invento ha subsistido hasta nuestros días y ha protagonizado algunas investigaciones de sucesos escalofriantes y varios programas de ¿entretenimiento? televisivo que daban pánico. Eso es, verdad. La ciencia ha demostrado que no hay patrones comunes de respuesta humana ante una cuestión psicológicamente compleja, y eminentemente ética, como es la mentira.
Estos detectores solo encuentran ansiedad, debida a múltiples causas. La falta de validez científica del polígrafo lo ha inhabilitado como instrumento de análisis psíquico, pericial o legal. Se trata de un fraude pseudocientífico, que sobrevive a su propia mentira gracias a personas que aún creen en su funcionamiento. La fantasía de saber si alguien nos engaña o no, es asimilable a la invisibilidad o a la capacidad de conocer lo que piensa otra persona.
Tres superpoderes que para sí los quisieran los Cuatro Fantásticos. De esas tres ensoñaciones, la única que no es factible, científicamente, es la de pillar a un mentiroso. Por definición, no es posible saber si alguien miente cuando está convencido de que su falsedad es cierta. Aquí entran tanto la mitomanía, que afecta a diversas patologías, como comportamientos de normalidad. Pacientes con brotes psicóticos perciben sus alucinaciones como reales, y peligrosas para sí mismos y los demás. Su tratamiento psiquiátrico y farmacológico es necesario. En otras ocasiones la mentira forma parte del mundo del sujeto que construye un ambiente aceptable y confortable hacia los demás. El fanatismo ideológico y cultural lleva a no cuestionar la «verdad» que emana de un liderazgo aceptado sin cortapisas. Las religiones están llenas de mentiras infalibles que usan la fe como polígrafo ex cátedra de su aceptación.
El tratamiento psicológico de la mentira compulsiva es efectivo. Pero si no hay patología, lo que se precisa es cultura de pensamiento. Para estas mentiras no es efectivo demostrar lo erróneo de una creencia. La psicología sabe que cuando tomamos una decisión, o adoptamos una idea o creencia, tendemos a seleccionar posteriormente toda información que nos respalde, rechazando el resto. Se llama sesgo de confirmación. Un sujeto no aceptará fácilmente que se ha equivocado, sin más, de la noche a la mañana.
Lo que debemos cambiar es nuestro modelo de pensar y analizar la realidad. Solo con un acercamiento escéptico a la información, ideas y creencias, desde los institutos, fortaleceremos la personalidad individual y colectiva de nuestra sociedad.
Lo ocurrido en el asalto al Congreso en Washington D.C. se analizará desde la política y la antipolítica. Pero requiere una reflexión desde la psicología del comportamiento, aunque este sea irracional. Lo decía Lorenzo Milá, en el magnífico especial del Canal 24 horas de TVE, la noche de la insurrección que azuzó Trump. Una parte importante de sus votantes, y quienes irrumpieron en la Cámara de Representantes, estaban convencidos de que acudían a defender su país y su Constitución, frente a un impostor que había trucado las elecciones. Cualquier mentira que se quiera convertir en verdad necesita de una activación emocional.
Es algo que siempre han manejado los fascismos y autoritarismos de todo tipo. Trump ha sabido, y querido, crear ese ambiente gracias a un importante apoyo popular. No lo olvidemos.
Es cierto que la manipulación de sus seguidores en beneficio propio, más que en favor de sus postulados o partido, puede dificultar su vuelta al poder. No la de sus ideas. Su error ha sido forzar en exceso la manipulación de la realidad para no admitir la derrota. Pero al final quien le ha convertido en perdedor ha sido Jake Agnelli, el personaje disfrazado de bisonte. Todo un Jake mate a Trump.
En España sabemos mucho de asaltos y golpes. A pesar del susto fuimos la risa del mundo cuando Tejero, teniente coronel de la Guardia Civil, entró disparando en nuestro Congreso «con un sombrero de torero», según relataron medios extranjeros. Hoy hacemos las bromas nosotros. El humor alivia la ansiedad. Pero no olvidemos que aquí, como en Norteamérica, las derechas tampoco han aceptado su derrota electoral.
Siguen calificando al Gobierno de Pedro Sánchez como ilegítimo, descalificando alianzas y apoyos de fuerzas legales y democráticas, azuzando un «trumpismo hispano» similar al yanqui. Poco le ha faltado a Casado para levantar una nueva trinchera de odio. Nos importa el desempleo, la precariedad, la pandemia, la gestión de las vacunas, el futuro de la juventud y la tranquilidad y salud de nuestros mayores. Podemos debatir, apoyar y confrontar en multitud de temas para buscar soluciones en común. Pero si la política se basa en hacer creer mentiras que interesen al poder o a la oposición, no es que nos vayamos al cuerno, es que el cuerno vendrá a por nosotros. =