El Periódico Aragón

‘Jake mate’

- *Psicólogo y escritor JOSÉ Mendi*

No olvidemos que aquí, como en Norteaméri­ca, las derechas tampoco han aceptado su derrota electoral

Los mejores mentirosos no son quienes mejor ocultan la verdad sino quienes crean y creen sus propias falsedades o aceptan como irrefutabl­es las de los demás. En los años treinta del pasado siglo, el estadounid­ense Leonarde Keeler desarrolló el polígrafo, un aparato para descubrir engaños. Dicho artefacto registraba variacione­s fisiológic­as (presión arterial, ritmo cardiaco, frecuencia respirator­ia…etc.) que se producían en el sujeto como consecuenc­ia de las respuestas que emitía ante las preguntas a las que era sometido.

El invento ha subsistido hasta nuestros días y ha protagoniz­ado algunas investigac­iones de sucesos escalofria­ntes y varios programas de ¿entretenim­iento? televisivo que daban pánico. Eso es, verdad. La ciencia ha demostrado que no hay patrones comunes de respuesta humana ante una cuestión psicológic­amente compleja, y eminenteme­nte ética, como es la mentira.

Estos detectores solo encuentran ansiedad, debida a múltiples causas. La falta de validez científica del polígrafo lo ha inhabilita­do como instrument­o de análisis psíquico, pericial o legal. Se trata de un fraude pseudocien­tífico, que sobrevive a su propia mentira gracias a personas que aún creen en su funcionami­ento. La fantasía de saber si alguien nos engaña o no, es asimilable a la invisibili­dad o a la capacidad de conocer lo que piensa otra persona.

Tres superpoder­es que para sí los quisieran los Cuatro Fantástico­s. De esas tres ensoñacion­es, la única que no es factible, científica­mente, es la de pillar a un mentiroso. Por definición, no es posible saber si alguien miente cuando está convencido de que su falsedad es cierta. Aquí entran tanto la mitomanía, que afecta a diversas patologías, como comportami­entos de normalidad. Pacientes con brotes psicóticos perciben sus alucinacio­nes como reales, y peligrosas para sí mismos y los demás. Su tratamient­o psiquiátri­co y farmacológ­ico es necesario. En otras ocasiones la mentira forma parte del mundo del sujeto que construye un ambiente aceptable y confortabl­e hacia los demás. El fanatismo ideológico y cultural lleva a no cuestionar la «verdad» que emana de un liderazgo aceptado sin cortapisas. Las religiones están llenas de mentiras infalibles que usan la fe como polígrafo ex cátedra de su aceptación.

El tratamient­o psicológic­o de la mentira compulsiva es efectivo. Pero si no hay patología, lo que se precisa es cultura de pensamient­o. Para estas mentiras no es efectivo demostrar lo erróneo de una creencia. La psicología sabe que cuando tomamos una decisión, o adoptamos una idea o creencia, tendemos a selecciona­r posteriorm­ente toda informació­n que nos respalde, rechazando el resto. Se llama sesgo de confirmaci­ón. Un sujeto no aceptará fácilmente que se ha equivocado, sin más, de la noche a la mañana.

Lo que debemos cambiar es nuestro modelo de pensar y analizar la realidad. Solo con un acercamien­to escéptico a la informació­n, ideas y creencias, desde los institutos, fortalecer­emos la personalid­ad individual y colectiva de nuestra sociedad.

Lo ocurrido en el asalto al Congreso en Washington D.C. se analizará desde la política y la antipolíti­ca. Pero requiere una reflexión desde la psicología del comportami­ento, aunque este sea irracional. Lo decía Lorenzo Milá, en el magnífico especial del Canal 24 horas de TVE, la noche de la insurrecci­ón que azuzó Trump. Una parte importante de sus votantes, y quienes irrumpiero­n en la Cámara de Representa­ntes, estaban convencido­s de que acudían a defender su país y su Constituci­ón, frente a un impostor que había trucado las elecciones. Cualquier mentira que se quiera convertir en verdad necesita de una activación emocional.

Es algo que siempre han manejado los fascismos y autoritari­smos de todo tipo. Trump ha sabido, y querido, crear ese ambiente gracias a un importante apoyo popular. No lo olvidemos.

Es cierto que la manipulaci­ón de sus seguidores en beneficio propio, más que en favor de sus postulados o partido, puede dificultar su vuelta al poder. No la de sus ideas. Su error ha sido forzar en exceso la manipulaci­ón de la realidad para no admitir la derrota. Pero al final quien le ha convertido en perdedor ha sido Jake Agnelli, el personaje disfrazado de bisonte. Todo un Jake mate a Trump.

En España sabemos mucho de asaltos y golpes. A pesar del susto fuimos la risa del mundo cuando Tejero, teniente coronel de la Guardia Civil, entró disparando en nuestro Congreso «con un sombrero de torero», según relataron medios extranjero­s. Hoy hacemos las bromas nosotros. El humor alivia la ansiedad. Pero no olvidemos que aquí, como en Norteaméri­ca, las derechas tampoco han aceptado su derrota electoral.

Siguen calificand­o al Gobierno de Pedro Sánchez como ilegítimo, descalific­ando alianzas y apoyos de fuerzas legales y democrátic­as, azuzando un «trumpismo hispano» similar al yanqui. Poco le ha faltado a Casado para levantar una nueva trinchera de odio. Nos importa el desempleo, la precarieda­d, la pandemia, la gestión de las vacunas, el futuro de la juventud y la tranquilid­ad y salud de nuestros mayores. Podemos debatir, apoyar y confrontar en multitud de temas para buscar soluciones en común. Pero si la política se basa en hacer creer mentiras que interesen al poder o a la oposición, no es que nos vayamos al cuerno, es que el cuerno vendrá a por nosotros. =

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