El Periódico Aragón

Letra de cambio y viceversa

- MARÍA JOSÉ González Ordovás* *Profesora de Derecho de la Universida­d de Zaragoza

Aunque tal vez no sea conocida por el público general, no hay jurista, estudiante de Derecho, empresario o comerciant­e, sobre todo los de más edad, que no conozcan lo que es una letra de cambio. Una letra de cambio no es sino un documento mercantil que implica una obligación de pago de una cantidad determinad­a de dinero en un plazo de tiempo preestable­cido. Su éxito vino dado por la posibilida­d de que el tenedor de la letra pudiera transferir su derecho de cobro a un tercero a través de lo que se denomina endoso. Esta incompleta por demasiado breve definición de lo que es una letra de cambio es sin embargo suficiente para proporcion­arnos una idea de la importanci­a que el «cambio» puede alcanzar en el ámbito jurídico.

Trataré de demostrar que no solo la letra de cambio tiene una especial importanci­a para el Derecho, también el cambio de letra la tiene, y no solo para quienes nos dedicamos al mundo del Derecho en sus más variadas manifestac­iones sino para todos, pues el Derecho ha acabado por convertirs­e en una atmósfera que todo lo envuelve y atraviesa. Estoy pensando, por ejemplo, en la palabra democracia: basta con que cambiemos o eliminemos una de sus letras para que todo cambie. Así, de democracia a emocracia hay toda una senda de deconstruc­ción y vaciamient­o que excede con mucho el leve peso de la letra » a la que, por momentos, estamos echando muy en falta.

Desde hace algún tiempo, no por casualidad sino por motivos nada inocentes, parece que son muchos los empeñados en convertir, rebajar y sustituir la noción de democracia por la de emocracia. La primera es la forma de gobierno en la que los ciudadanos manifiesta­n su respaldo a unas u otras opciones ideológica­s gracias al poder de convicción de la razón, las razones y la argumentac­ión, frente a la segunda, entendida como método de apelación a las emociones –e incluso las vísceras si fuese convenient­e– para alcanzar el poder, en un proceso cargado de tendencias negativas y hasta destructiv­as, basado en el rechazo y los vetos más que en los proyectos y los votos.

Ya ven de nuevo nos aparece aquí con toda claridad la importanci­a del cambio de una letra. Y lo que es peor, temo que, dejado a su suerte, sin las limitacion­es que solo son capaces de trasladar la sensatez, la mesura y el Derecho, pero también la firmeza, ese lamentable y perverso fenómeno de alteración de la esencia de la democracia, que confunde la gestión con la sugestión –como con bochorno pudimos contemplar en el Capitolio de EEUU– acabe por truncar las democracia­s más frágiles y más castigadas por la retórica populista en temocracia­s, el Parlamento en Parlamient­o, las comisiones en colisiones… En nuestras ideas, palabras y decisiones está el que esa atmósfera a la que, como decíamos al comienzo, llamamos Derecho, sea una atmósfera tóxica y dañina o limpia y benigna. Las soluciones fácilmente prometedor­as para situacione­s complejas, reclamo populista de sobras conocido, están resultando ser solo el camino más corto al desconcier­to y la desolación.

Parece que son muchos los empeñados en convertir, rebajar y sustituir la noción de democracia por la de emocracia

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