Vendieron sus casas a finales de la década de los 60
Estafó a decenas de belgas y holandeses
la guerra. Nunca llegó», recuerda Joaquín Puyuelo. La ausencia de un acceso digno para los modernos tractores y la diseminación de sus cinco barrios llevó a la incertidumbre a unos vecinos que vivían desde hace siglos de la agricultura y de la ganadería. «Éramos felices. Recuerdo la libertad de vivir en el campo», recuerda Matilde Grasa, de Casa del Herrero, donde vivió hasta los ocho años. Su padre era el cartero y aprovechaba sus viajes a Naval para recoger refrescos y montar una pequeña cantina donde se reunían en tertulia los vecinos.
No eran infelices, pero les robaron su futuro. Los jóvenes empezaron a marchar a Barcelona, a Zaragoza, a la fábrica y a la modernidad. Pocos quedaban para labrar la dura tierra, porque por la pista no podían subir los tractores. Buscaron el amparo de la administración franquista. La respuesta del Patrimonio Forestal del Estado fue esta: vendan el pueblo. «No aceptaron, pero sí ceder unas 300 hectáreas de bosque para construir un acceso que llegaría muy tarde», relata Antonio Lascorz, autor de un magnífico blog sobre se detalla esta historia.
La muerte atrae a los buitres. En 1964 aparece el elemento. Conocedor de la necesidad, un tal Meler, un comisionado de un empresario belga, Van der Bergh, realiza una oferta de compra algo superior a la de Patrimonio. Ni la Guerra Civil había supuesto desunión, pero parte de los vecinos no se fían o tienen miedo de dejar sus tierras por tan poco. La mayoría ve la oportunidad de coger algo de dinero antes de abandonar sin nada. Firman todos menos dos casas: Herrero y Lucas.
Empieza la estafa. La venta se firma en poderes por dos millones y medio de pesetas. Pero los terrenos se escrituran en seis y, supuestamente, el nuevo dueño paga ocho. La idea era montar una ciudad de vacaciones, desestimada por el Gobierno porque era de propiedad extranjera, hasta que se forma un sociedad nacional: Inmobiliaria Forestal y de Construcciones (IFC). Los loberos, mote que recibían desde Naval, dejan Suelves paulatinamente, aunque hasta que no empiecen las obras pueden quedarse.
No empiezan. Se construye tarde el camino reclamado, pero nada más. Hasta que en 1973 aparece un tal Adolf Pelzl, un alemán que se presenta como nuevo propietario de IFC y un proyecto de 2.500 millones autorizado en una única hoja de papel por el Ministerio de Vivienda. Sólo llegaron las deudas para todos aquellos que realizaron los primeros trabajos.
No cesa ahí el mercadeo. En marzo de 1979, ya en democracia, aparece el gran estafador: Joseph Cools. Paga el débito de Pelzl y realiza una campaña de publicidad en medios de centro Europa. Construye las piscinas, los chalecitos y hasta monta un supermercado de la cadena Spar. Derriba Casa Broto para construir un hotel de cuatro estrellas. Se proyecta un campo de golf, un una red eléctrica, se asfaltaron su propio acceso y toman el agua almacenada de depósitos. Allí erigieron una pequeña urbanización con otras viviendas más equipadas. «En el 2004 vendimos la otra casa y nos venimos a este lugar porque aquí hay electricidad. Tenemos un chalet de tres dormitorios para que vengan todos nuestros nietos», desvela Herman, que suelen estar solo en vacaciones, pero ahora, con su mujer, se han quedado porque es un lugar más seguro para pasar la pandemia.
Suena un coche. Es Godelieve y Ronny. Vienen a visitarles. Arriba quedaron la tranquilidad, sus fieros perros cariñosos y otras pequeñas edificaciones desperdigadas que han ido cambiando de manos estos años y sólo son ocupadas en vacaciones. Las viejas Casa del Herrero y Lucas aguantan entre cochambre, la vergüenza y una nueva esperanza de resucitar a Suelves.
La curiosidad derivó en reivindicación. David Olivera abrió una página de Facebook y empezó a buscar esos nombres que aparecían en las historias que le contaba su padre. Pronto encontró más y más. Ese fue el germen de la creación en 2015 de la Asociación de Vecinos y Amigos de Suelves, una iniciativa nacida para reunir a los viejos loberos y que ahora persigue conseguir para los nuevos habitantes lo que sus ancestros no lograron por el olvido histórico de la administración. Terminar de construir una carretera prometida, llevar la luz y el agua corriente y abrir la opción de que lleguen pobladores interesados, ahora que se reclama la activación de la España rural para renacer este enclave medieval situado muy cerca de polos de atracción como Alquézar o Aínsa.
El anuncio el pasado mes de la apertura del proyecto de la carretera turística entre Bárcabo, municipio al que pertenece este espacio, Naval y Colungo es una oportunidad para resucitar Suelves, al situarse justo en el centro. La acción de la Asociación permitió que la Diputación de Huesca (DPH) rehabilitara parte, unos 900 metros, del acceso desde Naval, pero faltan por asfaltar aún dos kilómetros. Además se han mejorado otras pistas de tierra que llevan a Bárcabo y Colungo.
La asociación revitalizó la celebración de la festividad de la Ascensión en mayo, donde han llegado a concentrarse más de 80