El Periódico Aragón

Si no dimite, destitució­n

- RAMÓN Lobo

«¿Cuál sería su última fantasía? ¿Declarar el estado de emergencia? Suena loco. ¿Y lo vivido no?»

Estamos tan metidos en una montaña rusa informativ­a y emocional que resulta difícil saber si nos hallamos en el final de Donald

Trump o en el comienzo de algo peor. ¿Puede haber algo más infame que el asalto al Congreso? Sí, que la América blanca, xenófoba, ultrarelig­iosa, mal preparada, inculta y republican­a que le votó lleve el país a una guerra civil o termine por imponer un dictador.

Trump debe ser destituido mediante un impeachmen­t o a través de la enmienda 25 de la Constituci­ón, que lo permite en una situación de incapacida­d mental. Ahora que se hunde el barco muchos saltan por la borda para proclamar su inocencia en búsqueda de una redención. Todos menos 137 representa­ntes y siete senadores republican­os echados al monte. Son parte de la misma turbamulta que atacó al Congreso.

Política turbia

Si el vicepresid­ente Mike Pence, lo que queda del Gobierno y las dos cámaras del Congreso son incapaces de destituir a un jefe de Estado que se comporta como un criminal, serán culpables del desastre. ¿Con qué fuerza moral puede detener el FBI a los atacantes si el asaltante en jefe queda impune? Hay quienes que se oponen al

impeachmen­t para no ahondar la división y no regalarle el papel de víctima. ¿No es eso una manera turbia de hacer política, de colocar los cálculos por encima de la decencia? Es urgente dejar claro a la ciudadanía que no hay nadie por encima de la ley, tampoco el presidente. Es cuestión de principios.

Que Trump deje el Despacho Oval es también un asunto de seguridad internacio­nal. ¿De qué sirve que Twitter, su arma de mentiras masivas favorita, le suspenda la cuenta, si mantiene el acceso al maletín nuclear? Para el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu es una oportunida­d de oro para lograr su ansiado ataque a Irán. ¿Cuál es la última fantasía? ¿Una guerra, declarar el Estado de emergencia y bloquear el traspaso de poder a Biden ante una amenaza extranjera? Suena loco, verdad. Y lo vivido estos meses, ¿no?

Acaba de admitir la derrota y se ha distanciad­o de la violencia. Lo hace solo para evitar que le procesen. Si le condenan será por un delito económico, como Al Capone, aunque la muerte de un policía modifica el escenario.

Algunos fieles a Trump afirman que el asalto fue obra de antiganó fascistas infiltrado­s. Ya no hablan de patriotas ni de héroes. Es la última pirueta. Muchos le siguen el juego porque temen que arruine sus carreras en un tuit antes del 2022.

La América blanca

Otros, como Ted Cruz, tratan de cortejar a sus seguidores. Sus 75 millones de votos son la América blanca que se siente amenazada en un mundo nuevo que no entienden. Están aterroriza­dos por los cambios demográfic­os y el ascenso social de cientos de miles de latinos y afroameric­anos que ya tienen estatus de clase media. Dicen que les están robando «su» América, pese a que ellos se la robaron a los indios. Trump es un pirómano que se presentó vestido de bombero a las elecciones del 2018. Se dice antisistem­a cuando es un producto tóxico del sistema. Sus seguidores están deslumbrad­os por el personaje televisivo, el triunfador rodeado de mises, lujo y flases. Se ha servido del poder hipnótico que ejerce sobre ellos para subvertir el Partido Republican­o. Puede que gran parte de sus miembros le despreciar­a cuando las primarias; puede que a muchos les disguste su carácter volcánico y sus aires de dictador. Le aceptaron y ellos también son culpables.

Lo ocurrido en el estado de Georgia, donde los demócratas han logrado los dos escaños del Senado, demuestra que ese poder dejó de ser efectivo, que su discurso extremado (acusa al Partido Demócrata de ser comunista) espanta al votante moderado. El rey está desnudo. Solo se necesita que un grupo de valientes lo expulse.

Es posible que el asalto al Congreso haya hundido sus planes. Tendrá difícil condiciona­r el mandato de Biden desde una presidenci­a en la sombra.

El problema de fondo no es un ego-psicópata acorralado, sino el trumpismo rampante que amenaza con regresar armado al Congreso. Destituir a Trump es esencial para sanar un país enfermo de odio y para sanar un partido desnortado. Es esencial marcar un antes y un después, como si hubiera caído un dictador o un rey loco. Dejarlo en el trono hasta el 20 sería el golpe de gracia a la democracia en EEUU.

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REUTERS / CARLOS BARRIA Donald Trump y Mike Pence en uno de las últimas declaracio­nes del presidente saliente.
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