Comunismos
El siglo XXI puede reservar un papel más modesto para esta ideología, pero todavía puede ser decisivo
Hace cien años, el 30 de diciembre de 1920, se producía en la ciudad de Tours la escisión del partido socialista francés que hacía posible el nacimiento de la Sección Francesa de la Internacional Comunista, fiel a los dictados de Moscú. En efecto, el final de la Primera Guerra Mundial y la división del socialismo fueron las características más importantes de la aparición de partidos comunistas en Europa, aunque en otros lugares del mundo se produjo en contextos históricos diferentes (antiimperialismo, descolonización…) y con diferentes tutelas, como la de Pekín.
La enorme cantidad de experiencias que acumularon a lo largo del siglo pasado, desde la violencia estalinista hasta la resistencia antifascista, desde el genocidio de Camboya hasta el eurocomunismo, desde la revolución cultural china hasta la organización de campesinos y trabajadores en América Latina, han sido valoradas por una parte de la historiografía conservadora desde un ángulo exclusivamente criminal. Los orígenes intelectuales de esta visión podrían situarse en la obra de Ernst Nolte (que consideraba el nazismo como una reacción defensiva ante los crímenes de la Rusia comunista), pero quizás el mayor éxito editorial de esta tendencia sea el Libro negro del comunismo, editado por Stéphane Courtois. No solo la descripción de los crímenes y del número de víctimas de los regímenes comunistas ensombreció debates menos simplistas, sino que el ambiente de guerra fría de la segunda mitad del siglo XX desquició a otras historiografías como la de la Revolución francesa, donde los jacobinos llegaron a ser explicados, desde las jerarquías universitarias más elevadas, como estalinistas avant la lettre. Inspiró también la cháchara propagandística que recorrió el mundo tras la caída del muro de Berlín (y de la que no conseguimos librarnos en España), cuando supuestamente la historia
Es urgente formar una alianza de fuerzas políticas y sociales para no perder derechos y afrontar desafíos
se había acabado y se abría ante nosotros un horizonte de prosperidad sin límites…
Hace ya muchos años que historiadores como Barrington Moore demostraron que todas las vías de modernización del siglo XX (el capitalismo, el fascismo y el comunismo) desplegaron grandes dosis de violencia para consolidarse. Una violencia indómita, como explica Julián Casanova en su última obra, que incluyó la eliminación de enemigos políticos, la violencia sexual, el desplazamiento forzoso de población o los campos de concentración. Desde esta perspectiva parece más interesante analizar las diferentes experiencias comunistas en su contexto, con el fin de entender mejor el fenómeno y no de justificar los actos de nadie. En Europa, por ejemplo, los partidos comunistas pasaron de la confrontación directa con el socialismo (socialfascismo) al apoyo a los frentes populares por la amenaza fascista. Durante la Segunda Guerra Mundial fueron las organizaciones más importantes de la resistencia y en la inmediata posguerra obtuvieron un importante apoyo electoral. Pero mientras en Europa central y oriental accedían al poder de la mano de Moscú y se convertían en los partidos únicos de las dictaduras comunistas que cayeron a partir de 1989, en occidente fueron apartados del poder para dejar paso a los fondos del Plan Marshall o perseguidos por las dictaduras del sur. Pero ambos comunismos fueron claves para la construcción de los estados del bienestar, que se desarrollaron bajo la posibilidad real de que el socialismo triunfara en occidente tras unas elecciones y comenzase a desmontar el sistema capitalista.
Es muy probable que el siglo XXI reserve un papel algo más modesto para el comunismo pero, al menos en esta parte del mundo, todavía puede ser decisivo frente al ascenso del autoritarismo populista y neoliberal que la derecha democrática parece no tener intención de frenar. Como en los tiempos de los frentes populares, es urgente formar una alianza de fuerzas políticas y sociales para no perder derechos y afrontar desafíos como el cambio climático, aunque para lograrlo el comunismo deba defender, paradójicamente, la democracia liberal o ceder protagonismo a quienes hoy en día tienen mayor capacidad de movilización.