El Periódico Aragón

Reconocer un error

El indulto de los líderes catalanes presos sería posible si estos renunciara­n a la unilateral­idad

- ANTONIO Piazuelo*

La mayor parte de los españoles (y casi todos los catalanes) observan con preocupaci­ón los pasos que puedan darse, con las elecciones de febrero en el horizonte, para superar el conflicto en el que sigue sumergida Cataluña, y ello con independen­cia de las posiciones que cada uno sostenga en torno a él. A mí me preocupa por partida doble: porque soy español y porque tengo fuertes vínculos familiares, sentimenta­les y vitales con la comunidad vecina, en la que paso buena parte del año desde hace mucho tiempo.

Sobre el origen de ese conflicto ya se ha hablado lo suficiente. De las responsabi­lidades de unos y otros (reales o imaginaria­s), de las intencione­s que lo avivaron (nobles o bastardas) y de los errores cometidos (ciertos o exagerados). Insistir en ello sería inútil porque el único hecho relevante ahora es que la situación se ha enquistado y, entre los muchos problemas que acucian a este país después del fatídico 2020, hay que ir pensando ya en la forma de abordar este, que es primordial porque afecta a la médula del Estado.

A mi juicio, la mejor manera de hacerlo es tener presente la realidad. Y la realidad es que, nos parezca bien o mal, existan o no motivos para ello, hay un sentimient­o de agravio contra España que comparten muchísimos catalanes. Un sentimient­o que, sin duda, han generado los sectores independen­tistas aprovechan­do torticeram­ente competenci­as como la Educación para propagar falsedades durante décadas y conformar entre la población una idea de Cataluña tan alejada de la verdad histórica como acorde a sus intereses.

Eso es así, pero también lo son los errores cometidos durante esas mismas décadas por gobiernos españoles de uno y otro color, que toleraron esa mixtificac­ión para no enajenarse la voluntad del nacionalis­mo, de la que en muchas ocasiones dependían. Y, en todo caso, no creo que merezca la pena llorar por la leche derramada. Lo que urge es buscar soluciones a un conflicto que envenena las relaciones entre Cataluña y el resto de España, y las que mantienen entre sí los catalanes, incluso dentro de una misma familia.

Se trata, y soy consciente de la enorme dificultad de hacerlo en un clima político tan enrarecido como el que vivimos, de encontrar vías para el acuerdo entre todos, por diferentes que sean los puntos de partida. Pero no un acuerdo para salir del paso, un parche que tapone el problema durante poco tiempo para volver a las andadas a la vuelta de la esquina. Hace falta un acuerdo duradero, tan duradero por lo menos como el Estatut de Sau, que sirvió para treinta años. O, lo digo de paso, como la reforma del Estatut de 2006 que, con todos sus defectos, consiguió que los catalares nes la votaran masivament­e en referéndum, lo que hubiera hecho imposible a los independen­tistas ponerla en cuestión durante mucho tiempo. El nuevo texto estuvo en vigor tres años y nada grave ocurrió en ese tiempo, ni se rompió España ni tenía trazas de hacerlo. Pero la polémica sentencia del Tribunal Constituci­onal (salpicada de incidentes y recusacion­es) dio pie a que el nacionalis­mo, cada vez más radicaliza­do, se consideras­e defraudado y, por fin, pudiera plantear la independen­cia como la única vía posible para sacudirse «el yugo» de las institucio­nes españolas. Y para justificar su decisión de avanzar unilateral­mente hacia ella.

Ese, pues, no es el camino. Hace falta aprovechar que el unilateral­ismo ha entrado en crisis y que ERC parece apostar por el diálogo entre España, en su conjunto, y Cataluña. Y aquí aparece una pregunta que conviene formular en toda su crudeza: ¿hay alguien que crea en serio que se puede llegar a un acuerdo con los lídesecesi­onistas en prisión? Los indultos, claro que sí, de eso hablo. Aunque caigan sobre mí las iras de los que plantan banderas de España kilométric­as por Navidad y se ofenden como ursulinas porque las vacunas contra el covid 19 hayan llegado con una pegatina que tiene esos mismos colores y la leyenda «Gobierno de España».

Para llegar a un acuerdo es preciso antes limar asperezas ( de eso no falta, por uno y otro bando). Pero también hay que reflexiona­r sobre las condicione­s de un indulto posible (y creo que necesario) para que no se convierta en pan para hoy y hambre para mañana. O, como dicen algunos, para que no invite a la reincidenc­ia dando a entender que la violación de las leyes sale gratis, o muy barata.

Los que se oponen al indulto, esgrimen el hecho de que los dirigentes encarcelad­os no se han arrepentid­o de los actos por los que fueron condenados. Supongo que lo hacen porque son consciente­s de que no pueden arrepentir­se en público de unas ideas que comparte su electorado. Por lo tanto, pedir que se arrepienta­n es pedir un imposible, algo en lo que una parte de la política (española y catalana) se ha especializ­ado.

Pero existe otra posibilida­d: que reconozcan que cometieron un error al elegir la vía unilateral y hagan firme propósito de no volver a intentarlo de ese modo. En mi opinión, eso sería suficiente para que el ejecutivo que preside Pedro Sánchez abordase esa difícil decisión que, sin embargo, puede desbloquea­r la situación para avanzar en el diálogo. Si reconocen el error del procés para seguir defendiend­o la independen­cia, solo tienen la vía constituci­onal: Reformar la constituci­ón, por la vía legal. Supondría la desactivac­ión del problema a corto plazo y su desaparici­ón a largo. ¿Es mucho precio para un indulto?

Alguno pensará que soy un optimista incorregib­le y tal vez acierte, pero solo trato de ser realista y estoy convencido de que la solución a este problema endiablado pasa exactament­e por ahí. En cuanto a la voluntad de quienes se sitúan interesada­mente en los extremos… mi optimismo flaquea, la verdad.

*Diputado socialista constituye­nte

Una reforma de la Constituci­ón por la vía legal supondría la desaparici­ón del problema a largo plazo

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