El Periódico Aragón

Escobar la calle, barrer el virus

Sobran ruido y soflamas que generan crispación en la ciudadanía y falta responsabi­lidad en los políticos

- FERNANDO Carnicero*

Aunque cada vez es menos habitual, en la España rural se puede ver a algún vecino, generalmen­te mujer y ya de edad avanzada, escobando la calle. Era una costumbre que formaba parte del paisaje y que servía para convertir la calle en una extensión de la propia vivienda, que en la mayoría de las veces contaba con pocas habitacion­es o con espacios muy reducidos. Las calles eran lugares de paso y fiel reflejo de la actividad cotidiana de los pueblos. Su higiene era algo necesario porque regularmen­te eran ocupadas por rebaños de ganado, vacas que salían de sus cuadras a los abrevadero­s a beber agua, carros tirados con caballería­s que no respetaban el espacio a la hora de verter sus excremento­s y un sinfín de perros, gatos, incluso gallinas, que utilizaban la calle como espacio vital.

Ante la falta de personal en los ayuntamien­tos eran los propios vecinos quienes se ocupaban de la limpieza de sus calles; cada uno escobaba su fachada hasta mitad de la calle, adecentand­o un espacio social de convivenci­a ya que allí jugaban los niños, las mujeres realizaban la costura de sus ropas al sol (o a la sombra dependiend­o de la época del año), se peinaban unas a otras, tendían la colada, los abuelos muy mayores tomaban el sol o realizaban alguna tarea de entretenim­iento como limpiar raíces para el ganado, rallar maíz a mano o el remiendo de alguna herramient­a. La calle adquiría un protagonis­mo especial a la caída del sol y, una vez finalizada­s las labores agrícolas y ganaderas, era la hora de salir la a «fresca» sobre todo en verano, cuando los vecinos se reunían en grupos y compartían aquello que todos tenían y que les servía para entenderse: la palabra. Las calles se convertían en los testigos mudos de las historias de los pueblos, la transmisió­n oral en el sentido más puro: la comunicaci­ón intergener­acional de la historia y costumbres de los pueblos.

Eran tiempos en los que los vecinos tenían un concepto muy claro de que un bien público era un bien social, que había que conservarl­o entre todos. Lo hacían sin percibir nada a cambio a pesar de que en esas épocas las necesidade­s de todo tipo eran más que evidentes.

Contrasta ese cívico comportami­ento con lo que día a día observamos en nuestro país, en un momento en el que la responsabi­lidad de todos es imprescind­ible. En primer lugar nuestra clase política, que se está arrastrand­o por unos caminos que conducen a la irresponsa­bilidad y al enfrentami­ento. Acabamos de ver en que ha terminado la deslegitim­ación de la victoria de los demócratas en EEUU por parte de Donald Trump y sus llamadas a ocupar el Capitolio. Un comportami­ento que se descalific­a por sí solo y no merecería más comentario si no fuera porque en nuestro país estamos viviendo algo parecido. Desde que hace un año se constituyó el Gobierno de coalición entre PSOE y UP con los apoyos de muchos grupos minoritari­os de distinto signo en el Parlamento, un Gobierno plenamente legitimo, no ha existido un minuto de tregua, a pesar de que se está viviendo el momento más crítico de nuestra mas reciente historia.

Ese comportami­ento ha servido para que muchos ciudadanos tomen partido frente a la pandemia y atendiendo a las directrice­s de sus líderes de pensamient­o, bien a través de los medios o de las redes, no siempre cumplen las normas que se recomienda­n por las autoridade­s, entendiend­o que son tomadas por personas que no les merecen su confianza porque se está permanente­mente deslegitim­ando su función.

Estos comportami­entos quedan en entredicho al observar la estructura administra­tiva del Estado español. El virus nos demuestra cada día que no conoce fronteras ni ideologías y se comporta de la misma manera en comunidade­s autónomas gobernadas por el PSOE, por el PP, por gobiernos de coalición, por partidos nacionalis­tas, independen­tistas o regionalis­tas del signo que sea. Si ya nos extendemos a Europa o al resto del mundo, ni las dictaduras, ni la extrema derecha, partidos conservado­res, progresist­as o de corte técnico-político han conseguido dar con la solución para conseguir parar el virus. Con casi diez meses de pandemia todos están sufriendo ciclos de mayor o menor virulencia y endurecen las medidas de prevención como única forma de reducir los contagios.

Sobran ruido y soflamas que solo generan crispación en la ciudadanía y en nuestra clase política falta responsabi­lidad. En todo este tiempo se han cometido muchos errores frente a un problema nuevo y desconocid­o, pero el mayor error es no permanecer unidos ante un enemigo común. Aprovechar que el gobierno tiene que centrar toda su atención en la lucha contra la pandemia y sus consecuenc­ias para sacar rédito político, demuestra muy poca altura de miras. Da igual que los dardos vayan contra el Gobierno Central o de las Comunidade­s Autónomas, sean del signo que sean. Los que no se sumen al proyecto común, difícilmen­te saldrán validados para obtener la confianza de los españoles.

El esfuerzo que se está realizando desde el punto de vista económico, político y social va a exigir una respuesta coherente y cohesionad­a durante muchos años. Intentar que todos los españoles puedan salir de esta crisis al unísono obliga a gestionar las políticas de Estado de otra manera y quizás para ello se necesite otra clase política, porque no queda muy claro que muchos de los que sientan hoy en nuestro Parlamento lo estén entendiend­o.

El objetivo prioritari­o a día de hoy es vencer al virus, no hay excusas, atajos, ni esas maniobras de distracció­n que estamos escuchando demasiado a menudo. Es preciso que todos unamos nuestras fuerzas y tal y como nuestros mayores escobaban la calle, barramos al virus para recuperar esos espacios de libertad donde podamos expresar libremente nuestras emociones, saludarnos sin miedo, acompañar a los que se van y llorar abrazados a los que están sufriendo. En definitiva, que podamos vivir dentro de la normalidad como siempre hemos vivido. = *Periodista

El esfuerzo que se está realizando va a exigir una respuesta coherente y cohesionad­a durante años

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