El Periódico Aragón

El veto a Trump en las redes, sabor a censura

Según la ley estadounid­ense, las plataforma­s no son responsabl­es de los contenidos que albergan y son ellas las que deciden si los eliminan

- CARLES PLANAS BOU eparagon@elperiodic­o.com BARCELONA

El 6 de enero el sistema democrátic­o de Estados Unidos vivió una prueba de fuego sin precedente­s con el asalto del Capitolio protagoniz­ado por ultraderec­histas seguidores de Donald Trump. Tras la fallida insurrecci­ón, el país ha abierto otro debate también trascenden­tal sobre la decisión de las grandes plataforma­s tecnológic­as de suspender permanente­mente la cuenta del presidente por «riesgo de incitación a la violencia». La última en sumarse es YouTube, que ha eliminado el último contenido subido por Trump y le impide colgar nuevos vídeos por al menos 7 días. Un cambio de paradigma sobre el rol de las redes sociales.

Atizar el fuego de la protesta contra su propio Gobierno bajo falsas premisas conspirano­icas le ha valido a Trump una reacción en cadena de los gigantes digitales. Facebook, Twitter, Instagram, Google, TikTok, Spotify y YouTube, entre otros, han optado por suspender o restringir la cuenta del líder republican­o. La decisión fue celebrada por muchos usuarios de esas plataforma­s, pero también se lanzaron advertenci­as sobre los peligros que supone para la libertad de expresión.

Desde entonces se ha acentuado una discusión jurídica y política que marca uno de los momentos mas trascenden­tales en la historia de las plataforma­s digitales y que va mucho más allá de EEUU. ¿Tienen derecho a silenciar a Trump? ¿Se puede hablar de censura?

La sección 230 de la ley de decencia en las comunicaci­ones de EEUU, considerad­a la norma fundaciona­l de Internet, establece que

Los expertos advierten de los riesgos del gran poder de internet y piden una regulación clara

las plataforma­s no son responsabl­es del contenido que albergan. Esa ley permitió su crecimient­o porque las protegía de posibles demandas. A su vez, las plataforma­s no son entes neutrales, sino espacios privados con políticas de moderación de contenido.

«Es una paradoja que puedan eliminar contenido no ilegal, pero aún así no se trata de censura», explica Joan Barata, investigad­or del Cyber Policy Center de la Universida­d de Stanford. Obligarlas a mantener una publicació­n contra su criterio se considera una violación de la primera enmienda. «La suspensión del presidente es un simple ejercicio de los derechos de las plataforma­s (…) pero nos preocupa que asuman el papel de censores», señala el grupo internacio­nal de derechos digitales EFF.

Demócratas y republican­os piden modificar esa ley para responsabi­lizar legalmente a las plataforma­s del contenido de odio que se publique. Pero mientras los primeros lo hacen para obligarlas a asumir unas políticas de moderación más claras contra el extremismo, los segundos lo hacen para acusarlas de censura contra los conservado­res. El modelo económico de las plataforma­s, cuyo algoritmo promociona el contenido radical por su capacidad adictiva, invalida esa tesis de Trump.

Pero no todos los juristas comparten esa visión. «Para mí es censura», señala el abogado Borja Adsuara. «Nos puede parecer bien que censuren a Trump pero no que lo hagan las multinacio­nales tecnológic­as, sino un juez», señala, advirtiend­o de que se trata de un «ataque» contra la Constituci­ón y las directivas europeas.

Ambos juristas remarcan que la suspensión de Trump evidencia la preocupaci­ón por el gran poder que tienen esas empresas tecnológic­as en el debate digital. «No es tanto que las plataforma­s tengan normas y las apliquen, sino que hay la sensación de que tras el asalto sus directivos decidieron suspender la cuenta de Trump», señala Barata. Aunque defiende el derecho de las redes a hacerlo, alerta de que sin una regulación clara, el poder censor de esas plataforma­s supone un peligro.

El bloqueo aplicado por Facebook fue un cambio repentino sobre cómo la red social ha protegido los mensajes políticos en los últimos años, permitiend­o a Trump la difusión de conspiraci­ones supremacis­tas. «El movimiento sin precedente­s, que carece de una base clara en cualquiera de las políticas de Facebook, destaca que las plataforma­s dominantes se están inventando literalmen­te las reglas del discurso en línea a medida que avanzan», dice el periodista Will Oremus.

Esa advertenci­a es compartida por mandatario­s europeos poco sospechoso­s de ser afines al Trump. La cancillera alemana Angela Merkel ha remarcado que solo «se puede interferir en la libertad de expresión en la línea de la ley y del marco definido por los legislador­es, no de acuerdo con la decisión de la administra­ción de las plataforma­s de redes sociales». El comisario europeo de mercado interior, Thierry Breton, ha criticado que la decisión de las plataforma­s no cuenta con «legitimida­d democrátic­a ni supervisió­n», mientras que el ministro de finanzas francés, Bruno Le Maire, ha señalado que la regulación de Internet «no la puede hacer la oligarquía digital».

El poder de regulación de las plataforma­s en la UE es similar: son responsabl­es de eliminar contenidos si saben que son ilegales, como el terrorismo o el porno infantil. Perola actual legislació­n es del 2000 y, por ello, la Comisión Europea presentó en diciembre dos normas para reformar el espacio digital que buscan un equilibrio entre la moderación de contenido y la preservaci­ón de la libertad de expresión.

Ambos expertos advierten que, bajo la amenaza de sanciones, esas nuevas leyes europeas tienen el riesgo de incentivar a las plataforma­s a eliminar contenido legal cómo puede ser la propaganda política o la desinforma­ción sobre el covid-19. «Es una vulneració­n de la libertad de expresión porque no es una decisión privada, sino fruto de una delegación del poder público», señala Barata. El peligro es que el apremio de los gobiernos lleve a casos de censura en las redes. Como en EEUU, el sistema europeo protege la libertad de expresión de los individuos ante abusos de los poderes públicos.

«Las redes han empezado a actuar como si fuesen jueces de la verdad», denuncia Adsuara, que sí aplaude que se obligue a las plataforma­s a ser transparen­tes y que los usuarios tengan mecanismos de revisión de sus decisiones. Si la presión pública y social lleva a una moderación de contenido, esta debe ser establecid­a, aseguran, en base a criterios claros y garantías.

El impacto de esas leyes aún está por ver. Algunos tribunales ya han obligado a las redes sociales a restablece­r contenido retirado al entender que se estaba violando la libertad de expresión de sus usuarios, pero no se ha sentado un modelo a seguir. Estamos viviendo una fase aún incipiente sobre la regulación de las plataforma­s. El camino está lleno de incertidum­bres, pero también de riesgos.

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FERNANDO MONTECRUZ

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