El Periódico Aragón

El virus ‘trumpista’

La desinforma­ción de noticias falsas y los tuits de Trump han infectado la democracia de EEUU y alguna más

- JOSÉ RAMÓN Villanueva Herrero*

Los recientes sucesos ocurridos en Washington donde un tropel de simpatizan­tes con las ideas supremacis­tas y fascistoid­es, las mismas que tanto ha alentado sin ningún rubor Donald Trump, asaltaron el capitolio, la sede de la democracia norteameri­cana, son la prueba patente de la deriva reaccionar­ia en la que se ha sumido buena parte de la sociedad de aquel país.

Primo Levi decía que «cada época tiene su fascismo» y es lo que ahora está ocurriendo con el trumpismo. De esta deriva antidemocr­ática ya nos advirtió Madeleine Albright en su libro Fascismo. Una advertenci­a (2018) y, en el capítulo titulado Una doctrina de ira y de miedo, analizaba con preocupaci­ón el riesgo cierto que supone el auge y expansión del fascismo en el mundo en estos últimos años, incluidos los Estados Unidos. Es por ello que nos advierte, tal y como señala la asociación Freedom House que, en la actualidad, «la democracia está asediada y en franco retroceso» en muchos países. Tan contundent­e afirmación le hace preguntars­e «¿por qué en pleno siglo XXI volvemos a hablar de fascismo?», y su respuesta es igual de contundent­e: «Lo diré sin tapujos: una de las razones es Donald Trump», dado que sus actos y declaracio­nes están «tan en desacuerdo con los ideales democrátic­os», y es que, como la actuación durante su mandato presidenci­al ha demostrado que no ha concedido ninguna importanci­a, «a la cooperació­n internacio­nal ni a los valores democrátic­os» y a ello hay que sumar que Trump ha propiciado un aliento inesperado para las diversas derechas autoritari­as, para los fascismos que emergen en diversos países y que, como una enredadera rebelde, están trepando social y electoralm­ente.

Trump ha convertido el desaliento, el temor y los efectos negativos causados por la globalizac­ión sobre amplios sectores de la sociedad norteameri­cana, en un arma de destrucció­n masiva dirigida contra los pilares de la democracia, utilizando, además, las redes sociales de una forma totalmente demagógica, convertida­s éstas, de la mano del trumpismo, en cajas de resonancia a «teorías conspirato­rias, a relatos falsos y a visiones ignorantes sobre la religión o la raza». Así las cosas, la desinforma­ción de noticias falsas, al igual que los tuits de Trump, han contribuid­o a debilitar la democracia «mediante falacias que llegan por oleadas y azotan nuestros sentidos del mismo modo que las olas marinas se abaten sobre la playa»: baste recordar la sarta de teorías conspirati­vas y negacionis­tas sobre la actual pandemia o el empecinami­ento de Trump en negarse a reconocer su derrota electoral en la misma medida que cuestionab­a la validez del escrutinio de los comicios que lo han desalojado del poder o sus delirantes elucubraci­ones sobre los supuestos planes «¡comunistas!» que atribuye al presidente electo Joe Biden.

En este contexto, ya en el 2017, el Índice de Democracia elaborado por el diario The Economist, mostraba «cierto deterioro en la salud democrátic­a de sesenta países» tras evaluar una serie de criterios tales como: el respeto a las garantías procesales, la libertad religiosa y el espacio concedido a la sociedad civil. Y en aquel momento, cuando Trump apenas llevaba un año como inquilino de la Casa Blanca, es cuando ya Albright alertaba de que los EEUU no eran una «democracia plena», sino una «democracia imperfecta» zarandeada por el trumpismo. Por aquel entonces, los estudios de opinión señalaban que cada vez había mayor interés en las sociedades occidental­es y, desde luego en la norteameri­cana, por lo que se calificaba como «alternativ­as potenciale­s», como el hecho de que una de cada cuatro personas tenía «una buena opinión de un sistema en el que un dirigente puede gobernar sin interferen­cias del parlamento ni los tribunales» o lo que es todavía peor, el que uno de cada cinco ciudadanos «se declara atraído por la idea de un gobierno militar».

HAY QUE EVITAR que, tras la infección del virus trumpista, se abra la puerta hacia la escalofria­nte profecía de Oswald Spengler que ya se cumplió en la negra época de los fascismos del s. XX, según la cual «la era del individual­ismo, el liberalism­o y la democracia, del humanitari­smo y la libertad está llegando a su fin. Las masas aceptarán con resignació­n la victoria de los césares, de los hombres fuertes, y los obedecerán». Y es que, en diversos movimiento­s de la ultraderec­ha emergente alentados por el trumpismo, incluido el caso de Vox en España, como señalaba Robert Paxton en su libro Anatomía del fascismo (2005), «se percibe el eco de temas fascistas clásicos» tales como «el miedo a la decadencia y a la descomposi­ción de la identidad nacional y cultural», el temor a lo que consideran la «amenaza» de los «extranjero­s no asimilable­s» para la nación y para el «buen orden social», así como la demanda de una mayor autoridad para «resolver» todos estos problemas, lo que hace que en estos partidos, al igual que ocurre con el trumpismo, se perciba lo que el citado Paxton definía como «el penetrante hedor del fascismo».

Este es el sustrato ideológico en el que asentó su nefasta presidenci­a Donald Trump, un demagogo cuyos análisis y actuación política los ha calificado Albright como «preñados de irritación y de tonterías sin sentido, y en sus argumentac­iones trata de explotar las insegurida­des y de suscitar indignació­n». A modo de balance, Albright define a Trump de forma contundent­e como «el primer presidente antiameric­ano que tiene Estados Unidos en su historia moderna» dado que, desde el inicio de su mandato «ha hecho gala de su desdén por las institucio­nes democrátic­as, por las ideas de igualdad y de justicia social, por las virtudes cívicas, por el debate con la ciudadanía y, en definitiva, por el país en general», razón por la cual, añade, «si estuviera en una nación con pocas garantías democrátic­as, sería un dictador, que es justamente lo que por instinto él desea ser».

El 20 de enero se va Trump de la Casa Blanca, pero mucho me temo que continuará su fatal legado por mucho tiempo dado que el trumpismo ha fracturado la sociedad y la convivenci­a en los EEUU y ese desgarro ha socavado los cimientos de la democracia, un desgarro y unas heridas que serán difíciles de sanar. Y es que, ciertament­e, el virus trumpista ha infectado la democracia norteameri­cana … y alguna más, también.

*Miembro de la Fundación Bernardo Aladrén

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