El Periódico Aragón

La escuela transmisor­a de sabiduría popular

En Almonacid de la Sierra se mantienen unas actividade­s comprometi­das con el territorio y las gentes

- DOMINGO Buesa Conde* *Catedrátic­o

Estamos en un mundo cambiante, no solo por la pandemia que cuestiona nuestro modo de vivir sino por la nueva forma de entender el mundo que no podemos ignorar, y las relaciones personales han creado nuevos escenarios, siendo muchas las gentes que se ven obligadas a abandonar su tierra natal en busca de sustento. Por ello, el patrimonio de las sociedades tiende a desaparece­r, el pasado pierde valor, se desprecia el conocimien­to alegando que en Internet está todo, sin reconocer que para buscar hace falta saber buscar y luego saber valorar lo encontrado. Se pierden muchos saberes, que no son «el cuento de la vieja» pues son el resultado de siglos de experienci­a nacida de la observació­n, de una visión empírica que nos aporta muchas cosas positivas a nivel global pero que, a nivel local, ha permitido que las sociedades se beneficien de esa sabiduría y hayan podido crecer en sintonía con el medio natural.

Hoy nadie discute que nuestros niños deben conocer el entorno en el que viven, con su flora y su fauna, sintiendo los olores de las plantas del monte… , descubrien­do cuántos tipos de miel hay o cómo hacer las cosas: desde amasar el pan hasta hacer el vino. Todo, incluso descubrir las filas de hormigas acarreando víveres para el invierno, encierra una enseñanza necesaria para la vida, en la que hay un plano de conocimien­tos y otro de actitudes, una dimensión de informació­n y una realidad de formación. Un espacio de encuentro de saberes del que nace una mayor cercanía, un sentido más real de la vida que asienta valores como la solidarida­d, estabilida­d o tolerancia.

En este proceso es imprescind­ible contar con las personas mayores, con la generación que atesora la informació­n del patrimonio cultural colectivo y está dispuesta a trasmitirl­a a otras generacion­es. Por eso, es tranquiliz­ador descubrir que nuestra Consejería de Educación tiene un Centro Aragonés de Referencia para la Equidad y la Innovación Dependient­e, encargado de poner en marcha programas que buscan acercar personas y conocimien­tos como camino de seguir abiertos a ese mundo globalizad­o. Y es agradable descubrir que en lugares como Almonacid de la Sierra se mantienen estas iniciativa­s desde el 2015 hasta hoy, cuando deseamos que la normalidad vuelva a hacer posible esa escuela verdaderam­ente útil, comprometi­da con el territorio y las gentes que lo viven. Estos proyectos confirman la bondad de la Escuela como integrador­a de ancianos y jóvenes, experienci­a ya consolidad­a en otros países europeos.

HACE UNOS MESES estuve con uno de esos voluntario­s que se dedican a colaborar con los maestros en acercar a niños y niñas del lugar a los campos que les rodean, a las industrias que mantienen su economía, a las costumbres que los identifica­n. José Luis López Casamayor contaba la emoción de verlos descubrir lo cercano, vivir esa capacidad de aprendizaj­e y de empatía era uno de los regalos más grandes que había recibido en sus más de setenta años. Y disfruté oyéndole contar cómo nacieron estos grupos interactiv­os con los maestros doña Laura y don Jesús, con su compañero Manuel, con la colaboraci­ón del ayuntamien­to y de los vecinos dispuestos a ofrecer a los niños chocolate, magdalenas, la contemplac­ión de un caballo, almendras tostadas ante ellos en el horno de Luis Ángel, o mil cosas que les harán aprender a vivir con autonomía con lo que está al alcance de sus manos.

Este es un proyecto a consolidar en otros sitios. Todos los aragoneses debemos ponernos al servicio de la escuela y de sus responsabl­es, nadie debe dejar de trasmitir sus conocimien­tos heredados por mínimos que sean. Una de las actividade­s que se organizan es una excursión que lleva a los colegiales de Almonacid y a los de Alpartir –separados por unos cinco kilómetros– a encontrars­e a mitad del camino y estrechar lazos almorzando juntos. Rotas las viejas barreras del localismo, maestros, alumnos y voluntario­s de los dos pueblos, van y vienen andando, observando el mundo que les rodea, aprendiend­o a sentirse parte de una comunidad. Al volver a la escuela les proyectan un documental de unos niños africanos que tienen un largo camino para ir a su escuela. No se puede pedir más.

Este es el camino a seguir, sobre todo si contamos con personas como José Luis – por añadidura juez de Paz– que nos trasmiten esa pasión por contribuir a que el mundo de mañana sea más natural, más consciente de su compromiso con nuestras tierras y nuestras gentes. En estos grupos interactiv­os los más ancianos enseñan a los más jóvenes a sentirse herederos de un legado que trasciende culturas y paisajes, a vivir ese universali­smo aragonés que siempre nos permitió sentirnos humanos y libres. Y lo enseñan a todos los niños y niñas de Infantil y Primaria, vengan de donde vengan.

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