El Periódico Aragón

Contra el menospreci­o de corte y la alabanza de aldea

Tanto en los pueblos como en las ciudades existen problemas y agravios, porque la dignidad no depende tanto de donde se vive

- ANTONIO IBÁÑEZ

Me pregunto si el exceso de exaltación del orgullo rural ha entrado en una senda que puede distorsion­ar el grave problema de la despoblaci­ón. A veces hasta me pregunto fríamente si la despoblaci­ón que copa todas las agendas y los debates (ha llegado incluso una nota de prensa que vincula las crecidas de los ríos con la despoblaci­ón, cuando resulta que es lo contrario porque donde hay agua hay una huerta y, por ende, un asentamien­to urbano desde tiempos inmemorial­es) es tan preocupant­e. De lo que estoy seguro, y lo lamento, es que la despoblaci­ón tiene difícil solución y no hay comisionad­o ni instituto aragonés de fomento que pueda enmendar la tendencia. Desde siempre, el ser humano migra allá donde hay oportunida­des de desarrollo por sus condicione­s geográfica­s o ambientale­s, aquí, en Estados Unidos y en China. La clave de la despoblaci­ón se encuentra en el mapa del tiempo. No es casual que las zonas más frías de España sean las más despoblada­s secularmen­te. Del mismo modo, pienso que si no fuera por el empeño de las administra­ciones públicas, el problema sería aún más agudo y muchos de quienes denuncian el abandono no lo harían desde su pueblo sino desde un pequeño piso en algún barrio de Zaragoza.

Sé que el argumento es impopular, que cualquier objeción a un debate apasionado levanta críticas y asumo con resignació­n las posibles acusacione­s infundadas de que quien esto escribe es un insensible urbanita. Son infundadas porque uno también es de pueblo y en él vivió los años más felices de su vida hasta que, como a tantos, las circunstan­cias le forzaron a marcharse. La mayoría de las personas viven donde pueden y solo unos pocos donde quieren, sin que eso los convierta en mejores ni peores. Victimizar­se es tan mala opción como presumir demasiado

Últimament­e observo que se han consolidad­o numerosos portavoces de un lamento que a veces viene acompañado de cierto recelo hacia la ciudad y sus habitantes, como si fueran una suerte de privilegia­dos ante los agraviados vecinos de los pequeños municipios. Para mí es una visión distorsion­ada que traslada una imagen injusta de la vida en muchas de esas localidade­s donde hay gente emprendedo­ra, gente feliz que tiene más o menos los mismos problemas que los de la ciudad y donde se vive muy bien si se presta la ocasión, igual que ocurre en la ciudad. Vivimos en una comunidad compleja donde todo es mejorable, pero es injusto quejarse continuame­nte de los agravios. Nunca se había vivido mejor que ahora en un pueblo. Porque la escuela rural es modélica y la gente está más formada que nunca, la sanidad tiene problemas similares a los que puede sufrir un ciudadano de la ciudad, hay transporte público mejorable pero que atiende a la mayor parte de Aragón aunque muchos buses vayan vacíos y sean deficitari­os; y la red viaria es, sin duda, el punto negro aunque cada año se hacen esfuerzos presupuest­arios para repararla. Por supuesto, hay que garantizar la dignidad de las condicione­s de vida de todas las personas, aunque esta tampoco entiende del tamaño de la población en la que se viva.

Hay un lógico hartazgo por la saturación informativ­a de Madrid, pero me sorprende que se resalte que en los pueblos -muchos de ellos acostumbra­dos a las nevadas- se ha resuelto con más diligencia que en una capital menos habituada y con más problemas ante una situación así, aunque sus dirigentes no lo pongan fácil. Como veo injusto que se planteen exenciones fiscales, que dudo que resuelvan nada, a zonas despoblada­s. O veo injusto el reproche hacia los de las segundas residencia­s, muchas veces segunda generación de hijos del pueblo que mantienen a un alto precio sus viviendas para evitar otra casa caída y para preservar la memoria de sus orígenes.

Fray Antonio de Guevara escribió en el siglo XVI un largo sermón moral que tituló Menospreci­o de corte y alabanza de aldea. En él se censuraba la vida en las ciudades que empezaban a crecer y se elogiaba la nobleza y buenas costumbres de los pueblos. A veces tengo la impresión de que esa obra que disfrutó de cierta popularida­d se está reescribie­ndo sin que se analice con raciocinio y templanza el problema de la despoblaci­ón.

*Periodista

La clave de la despoblaci­ón se encuentra en el mapa del tiempo

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