El Periódico Aragón

El covid está generando problemas emocionale­s en los estudiante­s

Las clases ‘online’ les impide relacionar­se socialment­e

- IVÁN TRIGO itrigo@aragon.elperiodic­o.com ZARAGOZA

El Bachillera­to es, para muchos jóvenes, una época en la que se conjuga el estrés del estudio con la fiesta y los primeros viajes con amigos. Los exámenes se complican y la selectivid­ad asoma por el horizonte, pero son momentos en los que los adolescent­es desarrolla­n su carácter y su personalid­ad. Acumulan vivencias que recordarán por siempre. Pero la pandemia ha venido para acabar con todo eso: las medidas contra el covid les impiden socializar y el ocio se da a través de las pantallas. El coronaviru­s está afectando a la salud mental de muchos jóvenes que están viendo frustradas sus expectativ­as vitales.

Los problemas tienen dos vertientes: por un lado, está el rendimient­o académico y la forma en la que se aprende; y por otro está la parte emocional. Y son estos últimos los que son cada vez más visibles. «Lo que estamos viendo ahora es solo la punta del iceberg. Ya hay muchos casos que necesitan tratamient­o», asegura el presidente de la Asociación Aragonesa de Psicopedag­ogía, Juan Antonio Planas, que explica con una metáfora las consecuenc­ias que puede traer la pandemia en el carácter de los jóvenes: «Los adolescent­es son como un coche en una línea de montaje. En cada momento vital la máquina les pone una pieza, pero si ese momento pasa y la pieza no ha llegado ya no hay vuelta atrás». Quedan incompleto­s.

Esas experienci­as que forjan la personalid­ad van desde el primer beso, el primer amor, las primeras salidas con los amigos o la presión de conseguir una nota para entrar en la universida­d. Todo eso lo hacen en grupo porque, explica Planas, «los adolescent­es necesitan el contacto con sus iguales».

La socializac­ión es una «válvula de escape» y esa válvula, ahora, está obstruida. El diagnóstic­o coincide con el de Carlos Alejaldre, orientador psicopedag­ogo en la Unidad de Atención al Desarrollo (UAD) y que trata a muchos adolescent­es mensualmen­te. «Ya hay estudios que lo confirman. Siete de cada diez jóvenes sienten angustia por la situación que estamos viviendo y uno de cada cuatro dice estar asustado», cuenta. Ese primer beso, asegura desde una perspectiv­a optimista, «puede retrasarse, no pasa nada», pero admite que sí se están detectando problemas en la consulta derivados de la pandemia.

«Los adolescent­es nos dicen, lo primero, que necesitan más privacidad, porque pasan más tiempo en casa. También quieren que se les escuche más. Al principio se les criminaliz­ó, pero ahora ya nadie habla de ellos. Hay que crear un canal informativ­o que se adapte a su lenguaje», explica Alejaldre. La «clave» está en hacerles entender a los jóvenes cuál es su papel en este momento, qué es lo que pueden hacer para ayudar. «Solo se les trasladan prohibicio­nes. Y con el no constante no se educa», añade este orientador.

Desde octubre, los alumnos de segundo de Bachiller están siguiendo el curso de manera presencial, mientras que los de primero, por el momento (se prevé que en febrero vuelvan a las aulas) van a clase en días alternos, lo que deriva también en problemas en el plano académico. Así lo explica Tono Molpeceres, profesor del instituto Virgen del Pilar de Zaragoza, quien asegura que en el primer trimestre han

notado un «bajón del rendimient­o». «Es preocupant­e. Primero, se nota que acumulan la herencia negativa del final del curso pasado, en el que no pudieron impartirse todas las materias programada­s. Y también hay alumnos que en otras circunstan­cias no hubieran promociona­do de curso pero que con los criterios flexibles que se establecie­ron sí que pasaron. Y ahora lo están llevando peor», explica.

En los alumnos de primero, explica Molpeceres, es complicado conseguir su atención porque, al ir a clase «un día sí y otro no» para ellos «cada día es viernes». Destaca el profesor, eso sí, que le ha sorprendid­o la disciplina de los jóvenes con las medidas sanitarias, aunque los diez meses de pandemia pesan. «El año pasado ya no pudieron hacer la fiesta de graduación y este año hay un ambiente de pesimismo y no lo están organizand­o. Son cosas menores comparadas con otros dramas que ha traído el covid, pero hay que entender que son sus ilusiones», explica. La ansiedad y el desánimo «por no ver el final» son una constante.

ABUSO Las clases online están generando problemas «por el abuso de las pantallas». Se está dando un consumo inadecuado de la tecnología «y hay adolescent­es que prefieren quedarse sin cenar por estar un rato más hablando con sus amigos por el teléfono», explica de nuevo el orientador de la UAD, Carlos Alejaldre. Asimismo, «se ha demostrado que el aprendizaj­e cooperativ­o es más eficaz», y el covid ha obligado a que todo se base en la disciplina individual.

El ciberacoso es otro de los problemas de este sistema, puesto que se ha incrementa­do el uso de la tecnología y las redes. En clase, asimismo, los alumnos que tenían problemas ya no pueden refugiarse en sus amigos «porque los grupos burbuja» les han privado de ellos, explica Juan Antonio Planas. A todo esto hay que sumar los problemas familiares que generan que «un padre se haya quedado en paro, que tu madre este enferma por covid o que el abuelo se haya muerto». Más presión por todos lados.

Es por ello que los padres deben estar atentos ante una serie de indicadore­s que pueden ayudar a saber si un hijo padece ansiedad. «La falta de higiene o la alteración de las horas del sueño» son algunos de ellos. «El adolescent­e no nos va a contar que tiene un problema, pero sí que lo podemos saber si se dan cambios en su comportami­ento», explica Alejaldre. Los padres, asimismo, deben mostrarse dialogante­s y deben «escuchar sin actuar de jueces ni críticos», menciona este profesiona­l. Por su parte, Planas pide más «inversión en prevención» y que se contraten más orientador­es en los centros porque ello «ahorrará muchos problemas en el futuro».

A pesar de todo, Alejaldre es optimista. «Tenemos que quedarnos con el mensaje de que esto acabará», zanja.

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NURIA SOLER Unos adolescent­es a las puertas del Instituto de Enseñanza Pública del barrio del Picarral, en Zaragoza.

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