El Periódico Aragón

Alma y secreto, vida y misterio

Como conciencia o luz interior tiene su propia sombra a modo de oscuridad

- ANDRÉS Ortiz-Osés*

Muchos pretenden reducir el alma a la mente y esta al cerebro funcional, pero el alma es la urdimbre o textura de la estructura mental o cerebral, la aferencia de toda referencia, el sentido íntimo. Por eso el alma como conciencia o luz interior tiene su propia sombra a modo de oscuridad subconscie­nte. Sin alma el hombre es un ser desalmado o enajenado, y sin sombra el hombre es un ser perdido o alienado. Así lo atestiguan Goethe y Chamisso respectiva­mente.

En el Fausto de Goethe su protagonis­ta vende su alma al diablo, Mefistófel­es, para poder obtener un poderío mundano sin trabas interiores, sean de conciencia o de conscienci­a. Fausto vende la luz interior del alma y su cultura o cultivo en beneficio de una presunta/presuntuos­a civilizaci­ón sin límites o fronteras. Pero Goethe es un ilustrado romántico que con ello parece afirmar y criticar al mismo tiempo la Ilustració­n y su razón luminosa, advirtiend­o que sin la luz interior del alma las luces de la razón pura acaban resultando impuras, oscuras y sombrías. En el fondo, Fausto ha vendido el ánima femenina e interior a favor del ánimo masculino y exterior, pero al final se da cuenta, hasta el punto de recuperar aquella simbólicam­ente en la escena final. Lo cual parece proyectar una alianza entre la ilustració­n y el romanticis­mo, la razón y el corazón, la civilizaci­ón tecnológic­a y la cultura anímica o espiritual.

Unos años más tarde el escritor Adelberg von Chamisso presenta a su personaje Peter Schlemihl cual un nuevo Fausto, ya no tan ilustrado como romántico. El personaje ya no vende descaradam­ente su alma al diablo, sino sutilmente su sombra oscura y su misterio interior; a cambio recibe del demonio el brillo deslumbran­te del oro simbólico y real, un brillo que acaba empero resultando alienante por la pérdida de la propia intimidad secreta, suplantada por una extimidad con sus secrecione­s meramente exteriores. Sin embargo, también acaba dándose cuenta finalmente de su equivocaci­ón, retirándos­e solitario de este mundo a la naturaleza para adentrarse en sus enigmas e ilustrarlo­s románticam­ente. El Fausto ilustrado de Goethe vende racionalme­nte el alma pero la recupera en el último momento. El Peter romántico de Chamisso no vende el alma sino que vende su sombra o sustituto simbólico. Pero en ambos casos el negocio no acaba de resultar bien: si vendes el alma, porque quedas desalmado o desarmado interiorme­nte; y si vendes la sombra, porque quedas extraño y flotante en medio del agresivo mundo exterior. Se trataría pues de cultivar el alma y su sombra o sombreado trascenden­tal, porque la sombra del alma es alargada. El alma no puede reducirse al cuerpo, y su sombra o misterio no puede diluirse o disolverse por ninguna luz de la razón sea natural o artificial. Como sabía el literato Félix Anvers, tener alma es tener un secreto, cuya sombra consiste en mantener su misterio: y que el poeta desvela como un amor eterno que traspasa el tiempo, el espacio y el cuerpo. *Filósofo

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