De 1945, dos millones de alemanas fueron violadas. La menor tenía 7 años»
Inge Wiegandt tenía 15 años cuando empezó la Segunda Guerra Mundial. Cuando terminó, en enero de 1945 era una madre soltera de 20 con un bebé, que huía de su natal Königsberg, hoy Kaliningrado y entonces en Prusia Oriental, por temor al avance del Ejército Rojo. Era alemana, de padres luteranos, que aunque no simpatizaban con Hitler miraron hacia otro lado ante los crímenes nazis, como tantos de sus compatriotas. Toda su vida guardó silencio sobre aquellos años, experiencia que muestra cómo en las guerras las víctimas están en todos los bandos. Hasta que su nieta, Svenja O’Donnell, nacida en Francia, la llamó un día desde Kaliningrado cuando era corresponsal en Rusia y desencalló su voz. «El círculo se cierra», le respondió llorando desconsoladamente.
Su abuela murió en 2017 con 92 años, pero O’Donnell, tras largas charlas con ella y recorrer medio continente, ha desenterrado su historia, «no muy distinta –escribe– de la de otras muchas mujeres que se convirtieron en daños colaterales del hundimiento de Europa», en La guerra de Inge (que inaugura El tiempo vivido, nueva colección de historia de la editorial Crítica).
Refugiados en Dinamarca
Ante la magnitud del Holocausto, mucho se desconoce de las víctimas alemanas del conflicto, muchas mujeres y niños, «que no tuvieron la desgracia de ser perseguidos por los nazis», señala la periodista. Al igual que Inge, con la pequeña Beatrice en brazos y con sus padres, muchos intentaron huir de Prusia Oriental ante la llegada de las tropas rusas, dispuestas a tomar represalias contra todo lo que oliera a Tercer Reich, con masacres a la altura de las barbaridades germanas. Muchos murieron o fueron deportados. Otros solo pudieron escapar por mar tras dejarlo todo, como Inge, a bordo del Göttingen, desde donde vio cómo otro barco abarrotado de refugiados alemanes, el Wilhelm Gustloff, naufragaba tras recibir el impacto de torpedos rusos: murieron 9.000 personas, más de la mitad menores. «Había niños que llamaban a gritos a sus madres, madres sin hijos. A
Protagonista
En la primavera
veces, en sueños, aún les oigo gritar», recordaba Inge.
A finales de febrero de 1945 atracaron en Dinamarca, en cuyos campos de refugiados penaron, abandonados al frío, el hambre y las enfermedades, un cuarto de millón de alemanes. Según la autora, una quinta parte de los menores que desembarcaron en aquellas costas, unos 7.000, murieron a los pocos meses víctimas de todos los sufrimientos tanto físicos como mentales. «Los hijos pagaron los pecados de los padres», lamenta la reportera, cuya madre, Beatrice, entonces una criatura de 2 años famélica y con diarrea, solo se salvó por la amabilidad de una viuda danesa que acogió a Inge. Ello, a pesar de que tras cinco años de ocupación nazi, para la mayoría de los daneses los alemanes «eran objeto de odio»,