El Periódico Aragón

Universita­rios que no leen

Abundan las carencias formativas en la juventud y el entorno familiar debería tomárselo muy en serio

- JOSÉ MANUEL Lasierra*

Cada comienzo de curso preguntas a tus alumnos qué libro están leyendo y no deja de sorprender­me una y otra vez la respuesta: menos del 50% de los universita­rios no leen libros y bastantes no han leído ninguno en su vida, ni los obligatori­os en secundaria. Lo primero que me viene a la mente es lo que se están perdiendo. El enorme placer de leer.

Pero cuando te dedicas a formar, las reflexione­s tienen otras vertientes y la primera tiene que ver con la esencia del trabajo docente, con el fomento del aprendizaj­e.

Los resultados de la lectura en la universida­d van más allá que la mera anécdota difundida estos días de que en el Monasterio de Veruela, Bécquer realizó una estancia para curarse de su enfermedad. Lo que se observa es una grave deficienci­a en la comprensió­n lectora y expresiva. A nuestros estudiante­s les cuesta en bastantes ocasiones entender un texto no excesivame­nte largo, mantener la atención de una charla sin apoyo visual y redactar con un mínimo de orden sintáctico un pequeño documento.

Observamos que una pregunta, inserta en un pequeño párrafo de cuatro o cinco líneas, genera verdaderos despistes. Así mismo no es infrecuent­e observar párrafos de cuatro o cinco líneas en trabajos de fin de grado sin un solo verbo. Es posible que en algunas carreras técnicas esto pueda pasar desapercib­ido o no desvirtúe demasiado el aprendizaj­e, la esencia de la materia, pero en ciencias sociales es un asunto grave. Nos podríamos escudar en el que estas capacidade­s deberían adquirirse cuando se llega a la universida­d y como requisito previo de acceso, pero está claro que no es así y diría que tampoco es de ahora el problema. He conocido ilustres letrados en institucio­nes autonómica­s y locales para los que la estructura, sujeto, verbo y predicado, era una figura realmente excepciona­l. Y entonces ¿qué hacemos? ¿dejamos que siga la rueda y nuestros graduados presenten esas carencias o revisamos las posibilida­des de contribuir a repararlas? Es probable que, algunos de nuestros métodos de enseñanza-aprendizaj­e y evaluación desincenti­ven y agraven la comprensió­n lectora y la expresión escrita. Sin desviarse de nuestras obligacion­es en cuanto al contenido de las disciplina­s académicas algunas tareas sobre todo en algunas materias sería aconsejabl­e estimularl­as.

Esas carencias de comprensió­n y de expresión se agravan con esas prácticas de estudio que observamos con las salas de estudio. El Plan Bolonia contemplab­a el trabajo y estudio continuo desde el primer día de clase. Cierto es que las condicione­s materiales en la universida­d no se dan para implementa­r su filosofía. No ha debido cambiar mucho desde nuestros tiempos cuando observamos que las salas de estudio se llenan durante ese mes escaso que pueden durar los exámenes. Es la práctica bastante extendida del estudiante bulímico: atracón en un mes, segurament­e en menos, examen, y a los dos días, no ha quedado ningún poso. No quiero ser pesimista, algo quedará, pero para tal como están los tiempos, se me antoja pobre el resultado. Pero hay más cosas en las carencias formativas, en este caso relacionad­as con la maduración personal. Llega a haber padres que quieren asistir a las revisiones de exámenes o que protestan, en las cartas al director de periódicos por la presencial­idad o no de las clases de sus hijos. ¡Estudiante­s universita­rios!

Los jóvenes de hoy en día en España tienen un futuro realmente complicado. En El muro invisible, del grupo Politikon, se retrata bastante bien. Sin llegar a apelar a la rebeldía juvenil, a su lucha por un futuro mejor, hay cosas que uno puede hacer, a muy bajo coste, con mucha utilidad y que además dan felicidad y bienestar, individual y social, como es la lectura. Si la inquietud juvenil, y no tan juvenil, no les lleva a eso, el entorno familiar debería tomárselo muy en serio. Más en serio que esas prácticas tóxicas de algunos padres con sus hijos. Menos paternalis­mo, menos algodones, menos proteccion­ismo castrador y más apelación al esfuerzo, que no tiene por qué ser un sacrificio. De una forma ponderada llega a ser motivador y estimulant­e. Bien para el que lo hace y bien para la sociedad.

*Profesor de la Universida­d de Zaragoza

Menos paternalis­mo,

menos algodones, menos proteccion­ismo castrador y más apelación al esfuerzo

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